El Mamón
Había una gran expectación por el juicio que
se venía anunciando de boca en boca desde hacía algún tiempo. Los delitos de
sangre atraían siempre la atención de un pueblo que estaba triste, pasaba
hambre, tenía frío y cuya mayor distracción consistía en escuchar Radio España
Independiente, La Pirenaica, las novelas por capítulos que duraban largos meses
y leer el Caso.
La
acusación, probados los hechos, solicita para el inculpado la pena de veinte
años de prisión mayor, inhabilitación para cargo público y una indemnización
para la víctima de cincuenta mil
pesetas.
Nocturnidad,
alevosía, inmoralidad, delito de sangre, atentado a las buenas costumbres,
escándalo público, pecado...
Los
asistentes que abarrotan la sala aplauden frenéticos al letrado después de su
intervención.
Zósima tuvo mucha suerte en el parto.
Gúdula colocó junto a ella una Flor de
Jericó en un vaso con agua nada más sentir los primeros dolores. Rompió
aguas y la seca flor empezó abriéndose lentamente a medida que la matriz se
dilataba y aparecía la cabeza del niño que llegaba enrojecido y pringoso. Lo
escupió hasta el punto, que su hermana hubo de cogerlo presurosa para evitar
que resbalase y se precipitara contra el suelo. Hábilmente presionó el cordón
con una pinza de las de tender la ropa y luego lo cortó. El niño empezó a
llorar, lo acomodó en una toalla y metió la mano por el sexo extrayendo la
placenta que guardó en un frasco de vidrio con tapa. Lo metió en un rincón
de la alacena junto a otros muchos que
aparecían juntos, con una etiqueta donde se leía un nombre y una fecha. Con
esta materia prima fabrica ungüentos, cataplasmas, emplastos y bebedizos que
curan a la gente de sus dolencias.
Gúdula, de tafanario plano, escasas
redondeces y la delantera convertida en
planicie con dos colgajos asimétricos tristes y apesadumbrados que miran al
suelo. Es una mujer extraña que ejerce de bruja-curandera en el pueblo. No se
parece en nada a su hermana, de anchas caderas y muslos generosos, a la que
limpia cuidadosamente y cubre con una sábana.
El recién nacido se agita tembloroso
cuando empieza a ponerse morado por unos coágulos que le saca de la boca con
los dedos y, sin dejar de llorar, lo mete en una jofaina con agua caliente y le da un rápido baño.
-Zósima- le espeta colocando al bebé
junto a ella- dale teta.
-Pero si no tengo leche todavía...
-Que chupe los calostros y no te
preocupes que ya te la sacará este mamón. He invocado a San Antíoco para que te
llene las ubres y ése no falla nunca.
Fue un presagio, y mientras la Flor de Jericó se iba cerrando, Matías, así le pusieron a la
criatura, empezó a chupar con fuerza de aquel seno deslumbrante, blanco,
redondo e hinchado como un globo, de areola muy grande y oscura, con algunas
cerdas alrededor del pezón de café con leche. La madre es muy peluda, hirsuta,
algo que al marido, Matías, le excita muchísimo: donde hay pelo, hay alegría,
dice. El
Monte de Venus, una pelambrera
negra y espesa se ramifica como la hiedra hasta el ombligo por el interior de los muslos, sube por el
ano y el cóccix, entre los enormes glúteos, llegando hasta la cintura. En los momentos íntimos el marido
bromea porque le cuesta mucho encontrar el agujero de mujer. Demasiados
obstáculos:
La luz apagada, las
sayas de rigor hasta los pies, como Dios manda y nada de facilidades ni
pensamientos impuros, recrearse con ellos o propiciar las caricias que provocan
ese sofoco, ese bombeo de la sangre que produce un ahogo que sube y que baja.
En definitiva, no debe experimentar el menor placer y mucho menos expresarlo con gestos, sonidos o palabras, e
incluso con frases, porque luego el cura se lo saca en las confesiones cuando
las vigilias de las Hijas de María.
Su marido debe dejar caer la simiente y ella recogerla sin más.
No lleva ropa interior.
Orina de pie en la cuadra y luego se
seca con las enaguas. Para defecar, desde la muerte de su hermana “la Herminia”
que se pinchó con una paja en la vulva abierta y cogió el tétanos, toma algunas
precauciones. Pusieron dos piedras para apoyar los pies y evacuar desde
una pequeña altura. Muchos años después,
los ricos del pueblo se fueron instalando el cuarto de aseo como símbolo
inequívoco de prosperidad. Algunos
siempre que enseñaban la casa a las visitas curiosas, que a partir de entonces
fueron muchas, cuando llegaban a la
puerta y asomaban la cabeza, a todos les decían lo mismo:
-Y esta es la bañera,
que gracias a Dios no hemos tenido necesidad de utilizar hasta ahora.
A Matías le hubiese
gustado acariciarle los senos exuberantes y saltarines, (?), pero no podía
acudir a tantos frentes sin correr el riesgo, en plena batalla contra los
elementos, de que su mejor amigo humillase la cerviz y cayese
abatido antes de atravesar la línea de fuego. De recién casados, una noche de
fuerte calor temperamental, cuando la parienta
se acababa de poner el camisón derramó por el suelo un plato de garbanzos para
que los recogiese uno a uno y así poder observarla con cierta lujuria. A través del escote veía como le bamboleaban
las tetas y por detrás el movimiento
de la grupa de su yegua a cuatro patas por el pavimento de ladrillos de barro
cocido. Nunca más, eso era cosa de viciosos.
Su mujer no le daba
facilidades, incluso con los años aprendió de una vecina, muñidora de la misma
Cofradía, que un remedio muy efectivo
contra la lubricidad de los maridos era abrir una ventana de una sola hoja en
el camisón de dormir a la altura de las ingles y por debajo del ombligo, lo que
permitía sin transgredir las leyes de la
Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, dejar entrar al pequeño,
a veces no tanto, labrador a sembrar en
su huerto, simplemente soltando el botón que hacía las veces de cerrojo.
Ella nunca experimentó
un orgasmo, ni tan siquiera llegó a oír esa palabra jamás, pero tuvo cuatro
hijos. No entendía como algunas vecinas
lo podían pasar tan bien cuando las montaban si ella cada vez que se abría de
piernas le entraba un sofocón que no lo podía aguantar. Desde que echaron al
cura anterior se oyen esas historias. Decía desde el púlpito con la mano
derecha totalmente vendada:
- Las malas lenguas van
diciendo por ahí que yo me entiendo con todas las mujeres casadas del pueblo. Y
eso no es verdad. Con todas no.
Uno de los maridos, algo
mosqueado, colocó en la gatera de su puerta, donde habitualmente dejaban la
llave de la casa, un cepo de cazar conejos que en una de sus asiduas visitas
pastorales le destrozó la mano. Fue su última homilía pero muchas de las
parroquianas echan de menos sus rosarios, sus vigilias... todas sus cosas. Don
Práxedes cambió los papeles con el médico (venía de otro pueblo a pasar
consulta una vez a la semana) y les enseñó usos y costumbres, maneras y formas,
la posición del misionero, el griego, el francés y algo de anatomía delante de
un gran espejo con un ancho marco de caoba. Las malas
lenguas, los rojos sempiternos, encontraban cierto parecido del cura con
algunos niños del censo local. El Obispo lo trasladó a otra parroquia, a unos
cien kilómetros, y según iban llegando
las noticias los nuevos feligreses estaban muy contentos con él. Sobre todo las
mujeres. A Matías-hijo pronto le salieron los dientes y en su glotonería por mamar le producía heridas que
al sangrar el líquido púrpura más parecía el alimento de Drácula que el de un lactante...
-Si me muerdes mamoncete, te corto los dientes
con los alicates, como a los chinetes. (Crías de los cerdos)
Se fueron criando muy
sanos, gracias a que les dio de mamar a todos. De vez en cuando le ponía una
vela a Santa Águeda, por prescripción facultativa de su hermana, para que le
curase las grietas de los pechos, porque además, con dieciséis años, a Matías
lo seguía atetando. No podía evitarlo y a escondidas se sacaba un pecho no tan
brioso como antaño, casi un colgajo, con un largo y seco pezón como la cola del
bacalao y se lo ponía en la boca. Mientras sus otros hijos fueron
lactantes no resultó difícil compartir
el néctar de la vida con ellos, pero luego tuvo que ingeniárselas para buscar
sucedáneos. Se untaba la tetilla con leche condensada, con azúcar, con anís del
Mono... y aún así, Matías, al acostarse
se chupaba el dedo pulgar pegándolo al paladar, mientras con el índice se
colgaba de la nariz. También durante el día permanecía horas enteras ensimismado y en esa misma
posición dando largas chupadas al dedo
que lo tenía en una pura llaga.
Cuando parió la Feli , su vecina, varias
noches se introdujo a hurtadillas en la casa por la puerta del corral, llegando
hasta el dormitorio. Desenganchaba al bebé de la teta y mamaba en su lugar la
leche caliente de la madre.
No entendían como se le
vaciaban los pechos mientras dormía hasta que en una ocasión salió tan deprisa,
al oír que el niño empezaba a llorar, que en su huída tumbó una silla.
Dedujeron que una
culebra de considerable tamaño acudía al olor de la leche y vaciaba los
recipientes maternos con cierta frecuencia. Nadie se percató del perro que
dormía placentero en la cocina y se limitaba a abrir los ojos y mover el rabo
sin cambiar de posición cuando Matías
hacía sus incursiones.
Zósima le recriminó las
salidas nocturnas pero él no le hizo caso
y acudió a la Fina ,
una bella cabra teticoja con la que no llegó a intimar al no encontrar la
posición cómoda, mostrarse reacio por el hecho de que solo tuviese una ubre, el
ataque frontal del hirco y el odio de sus hermanos caprinos con los que la bella rumiante de lánguida mirada mantenía
algo más que una simple amistad.
Rechazó desde el
principio el diente de bacalao que entusiasmaba a casi todos los niños por su
sabor salado y optó por el dedo que no le producía náuseas. Cada vez le
quedaban menos alternativas y cuando podía, escondiéndose porque le daba
vergüenza, se enganchaba del
desfallecido seno de su madre, seco como suela de zapato viejo, chupando el
largo pezón, áspero como lengua de gato. Nunca le llegaba la hora del destete.
-¡Hostia!-decía el marido- deja de una vez al
muchacho. Estás loca.
-Tú cállate.
Y llegó el día de la verdad.
Sortearon a Matías y tuvo que irse con los otros quintos a servir a la Patria.
La madre no hacía más que llorar y el padre, que había estado en Regulares,
repetía sonriendo:
-Allí te harán un hombre.
En la mili sufre toda
clase de vejaciones y a pesar de todo no puede evitar dormir con los dedos en
la boca. Los compañeros le gastan bromas embadurnándole la mano con pimienta,
mierda, picante, semen… y también le llevan de putas. Su predilección siempre
son las más tetudas y es tal su maestría en el bello arte de mamar que algunas
acaban poniéndose cachondas. Una de las entretenidas de un famoso lupanar sufre
un embarazo psicológico y de sus enormes glándulas mamarias le supura un
líquido amargo que se asemeja a la cerveza, lo que le convierte en cliente
fijo. Pronto la pupila descubre las maravillosas dotes de su cliente y en una de las sesiones le
hace bajarse al pilón. Matías apenas nota la diferencia cuando el clítoris pasa
de los dos centímetros, pero las papilas
del gusto le hacen descubrir aquel nuevo sabor inconfundible. Nunca había visto
el mar pero aquel olor tan profundo le recordaba la pescadería de su pueblo.
Ella va perdiendo el control de sí misma abandonando su cuerpo a los vaivenes
de aquel huracán gritando y contorsionándose en la cama que se mueve como
barquito de papel en aguas bravas
haciendo que el somier chirríe rítmicamente. No le cobra. El experimenta un
aumento de la virilidad aunque sin demasiadas pretensiones ya que la mayoría de
las veces su pico termina flácido, humillando la cabeza al no ser objeto de
mayores estímulos, pero ahora, con tanto desconcierto, el sabor y el olor del
marisco en dique seco junto a ese movimiento tan excitante le producen una
erección y una precoz eyaculación chorreando la pringue ácida en una
desconcertada y multitudinaria manifestación de minúsculos bichitos. Un día
paseando con otro soldado conocen a unas chicas de pueblo que también están
sirviendo y deciden invitarlas al cine.
Ocupan cuatro asientos de las últimas filas de la general, en la llamada zona
de los mancos. Hay mucho soldado raso y mucha criada por ser jueves. Acabó el
NO-DO y empiezan los títulos de crédito de la película.
.Muy pronto la mano de su
compañero desaparece entre las faldas de su chica que en unos minutos empieza a
respirar sincopadamente. El se decide a
pasarle un brazo
por los hombros y con la mano libre intenta
desabrocharle la blusa, pero se hace un lío con los botones y los ojales sin
conseguir su objetivo.
-No me desdés.(Desabroches) Espera un momento- le dice la
muchacha levantándose de su asiento y perdiéndose en la oscuridad.
Permanece unos minutos
desconcertado hasta que decide observar a la otra pareja que se encuentra en
plena tarea. Ella en décimas de segundo
se aproxima la palma de la mano a la boca y se lanza un salivazo, agarra con
firmeza el miembro de su acompañante que había dejado vibrando y empieza una
acelerada agitación, con sus característicos chasquidos, prueba palpable de una
buena lubricación, y acaba vomitando una blanca lava que le
alcanza en un ojo, por un inusitado desvío de la trayectoria, en el preciso
instante que regresa su pareja. Como puede se limpia pero la miel humana le
deja momentáneamente tuerto.
-Ya me lo he quitado- le
dice ella bajito mientras se sienta a su lado- lo he metido en el bolso junto
con las bragas.
Una vez eliminados los
obstáculos resulta fácil acceder a los pechos que acaricia con mano temblorosa.
En la pantalla Grace Kelly que está casada con Donald Sinden en la película Mogambo, los censores la convierten en
hermana de su marido para evitar el adulterio porque está enamorada del orejudo
Clark Gable, provocando el incesto. En los descansos del rodaje el orejudo de
Clark se había beneficiado a la modosita Grace que todavía no era princesa de
nada. A veces la realidad se mezcla con la ficción. Matías agacha la cabeza y
con la boca abierta busca a ciegas el pezón más próximo. Está eréctil y
caliente cuando lo alcanza pero queda
tremendamente desconcertado perdiendo momentáneamente la razón hasta que un
grito desgarrador le paraliza. Nota el líquido tibio en sus labios pero tiene
otro sabor del habitual, ni tan siquiera es amargo. Se encienden las luces y
puede apreciar claramente que también tiene otro color. La muchacha llora y
sangra abundantemente.
La defensa habla de enajenación mental transitoria cuando el
acusado descubrió que la víctima era portadora de tres glándulas mamarias y no
dos como las leyes de la naturaleza ordenan. En este punto la abogada se sopesa
con las manos sus pechos para que no haya lugar a dudas. El estímulo del
recuerdo materno en busca del líquido blanco, le llevó a succionar, que no a
morder, el apéndice extra del seno central en la zona pectoral, que al ser
impar incitaba a su cercenamiento. Es evidente que no hubo por parte de mi
defendido la menor intención de hacer daño, antes bien, sus pretensiones
libidinosas eran de lo más elocuente cuando la muchacha así lo entendió y
eliminó obstáculos para acceder con facilidad al lugar de los hechos, sexo y
senos, que en esta ocasión y contra todo pronóstico resultó ser fuente de tres
caños.
Un lógico desconcierto se apoderó del acusado que le
hizo cometer un dramático error de cálculo al fallar el control de sus fuerzas
y succionar con tanto ímpetu que arrancó de cuajo el pezón, precipitando, eso
sí, de un modo poco convencional y nada aséptico, la eliminación del apéndice
que hace años debieron extirparle a la víctima con un tratamiento quirúrgico.
Con lo cual mi defendido no solo es inocente del delito que se le acusa, digo,
otrosí merece un premio por haber liberado a la supuesta víctima de una
prominencia a todas luces incorrecta, antiestética y fuera de lugar, que de no
haber mediado este incidente hubiese sido una carga durante toda su vida con la
única salida de un barracón de feria junto a la mujer barbuda, la cabra con dos
cabezas y el enano libidinoso.
El público aplaude con mayor intensidad a la letrada de la defensa. Visto para
sentencia.
El juez dictó el fallo después de
comprobar el certificado médico donde el cirujano hacía constar que había
efectuado la ablación del seno central
de la víctima. La acción, equiparable a una violación al haberle deteriorado
esa parte íntima de su anatomía, conlleva el castigo más ejemplar posible. Entre
un himen y un pezón solo hay una diferencia de peso. (Aquí el magistrado quiso decir que solo había una diferencia de gramos)
Como atenuantes se aceptan los argumentos de la defensa por lo que este
tribunal condena al acusado a una boda, recomendándole, que de ahora en
adelante tenga más cuidado como galactófago que es y pase a ser galactógeno,
ejerciendo de galactogogo y no de galactófugo como se le ha juzgado en esta
sala. Por lo tanto, a partir del himeneo, quedan a su entera disposición las
dos glándulas mamarias de la víctima, de las que en un futuro deberá dar
cuentas a Dios, a este Tribunal y a la Historia. Por este orden. Se levanta la sesión.
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