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miércoles, 5 de octubre de 2016

Curas y espías.

Público
Aníbal Malvar
5-10-16
Leo con gran inquietud en este mismo periódico que los españoles gastamos más arca pública en curas que en espías. De los presupuestos generales del Estado, le damos 270 millones de euros a la Iglesia Católica y solo 200 al Centro Nacional de Inteligencia (datos últimos de 2013). Uno sabe que la inteligencia está mucho menos valorada que la fe, pero no sé si es buena repartición de gastos en momentos de amenaza yihadista. Aquello de enfrentar las amenazas con la cruz ya se nos ha quedado un poquito anacrónico.
Un país que gasta más en mantener una creencia arbitraria que en investigar una realidad cambiante no debe ser muy perspicaz, a no ser que todos sus presbíteros hayan sido inventados por Chesterton.
Los tiempos están cambiando, que decía el eternamente anciano Bob Dylan. Por el bien de la seguridad, casi mejor diez anacletos que un solo Rouco Varela. Por lo menos Anacleto no interioriza sus disparates como dogmas de fe. Que se lo digan al pobre palomo que tomó forma de Espíritu Santo, y que fue eternamente acusado, sin ninguna prueba científica ni policial, de preñar a una doncella. La religión no es el opio del pueblo. Ya le gustaría al opio ser tan idiotizante, solemne y adictivo.
La seguridad espiritual de un español cuesta más –en términos presupuestarios– que su seguridad física. Gastamos más en enfrentarnos a Satanás que en detener a un terrorista. El negocio que ha montado Satanás en su propia contra es así de lucrativo. Los violadores de niños reciben más dinero del Estado que los investigadores de violaciones masivas de niños. Por poner solo un muy engañadizo e infantil ejemplo.

Vivimos en un extraño país en el que los obispos tienen todavía el privilegio de elegir a los profesores que impartirán religión en los colegios (risas del público) públicos. Y nuestros espías, sin embargo, vagan por el mundo con mucho menos presupuesto, expuestos a que les implosione un suicida talibán, los decapite un magiar marbellí o se los folle Mata-Hari.
Nuestro ministro del Interior le pone medallas policiales a vírgenes, y son bien merecidas. Pero es que las vírgenes cuentan con mucho más presupuesto del Estado para luchar contra la delincuencia que los policías y los espías, y así se gana la medalla cualquiera.

España siempre ha defendido su aconfesionalidad con la cruz por delante, como cualquier filósofo o científico de inmutables convicciones. Pero da como ternura constatar que este fervor aconfesional ha provocado el abandono de una especie tan sensible a los cambios atmosféricos como los espías. Los espías también son animalitos de dios.
La diferencia entre un espía y un cura es que el primero se lo inventa y al segundo se lo dan inventado. Es una de las razones por las que, en mi lejano país, preferimos los espías a los curas. No se tome esto como crítica a vuestra civilización, sino sencillamente como peculiaridad o rareza etno-folclórica nuestra.
Mucho se ha escrito a lo largo de los siglos sobre la eterna lucha entre la fe y el conocimiento, pero nunca algo tan sólido como unos presupuestos generales del Estado que dan más dinero a una superstición que a la supervisión de las alcantarillas de nuestra seguridad. Que el cruel Jehová nos proteja del espíritu santo, temido Alá.


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