La realidad sobre el
sexo oral, según un nuevo libro. Y no te va a gustar
Podría pensarse que la creciente apertura sexual ha
provocado que tanto hombres como mujeres disfruten de una paleta más amplia de
relaciones, pero no ha sido así.
Héctor G. Barnés
16.04.2016
Los
tiempos avanzan que es una barbaridad, y aún más en el sexo. Se
podría argumentar que siempre ha sido, es y será más o menos parecido, pero lo
cierto es que en las últimas décadas se han aceptado diversas prácticas
sexuales que en el pasado eran consideradas como inapropiadas. Entre ellas,
destaca con más fuerza que ninguna otra el sexo oral, que ha pasado de ser una
excepción a una moneda habitual en las relaciones de pareja. Y, como expone la
escritora Peggy Orensteinen su
nuevo libro, 'Girls and Sex: Navigating the Complicated New Landscape'
(Harper), las razones por las que se practica han cambiado sensiblemente
durante las últimas décadas.
Hasta
hace tan sólo un par de décadas, explica Orenstein, el sexo oral era casi un
tabú. En EEUU fue la relación sexual entre Bill Clinton y Monica Lewinsky lo que lo
empezó a cambiar todo, especialmente, la percepción del mismo. Por una parte,
porque dio el pistoletazo de salida a una preocupación social sobre el sexo oral (como explica la autora
en un fragmento del libro publicado en 'Salon', “los
cuerpos de las chicas siempre han sido portadores de las ansiedades de una
sociedad sobre el rol de la mujer”) que no existía antes. Por otra, porque la
lógica seguida por Clinton (el sexo oral no era estrictamente sexo)
empezó a ser adoptada por muchas jóvenes.
No es sexo. Es una forma de enrollarse. Como ir un poco más lejos
sin que signifique gran cosa
En
2014, explica Orenstein, el sexo oral ya no sorprende a nadie. Sin embargo,
durante la investigación que ha dado lugar a su nuevo libro, la autora se ha
topado con unos cuantos problemas que no imaginaba: que la popularización del
sexo oral no quiere decir que este se esté disfrutando a partes iguales por
ambos sexos, sino que se ha convertido en una obligación para las mujeres que,
en muchos casos, ni siquiera son correspondidas en la misma medida.
¿Qué está pasando?
Orenstein
ofrece una gran cantidad de testimonios, a cada cual más descorazonador, para
ilustrar esta situación. En líneas generales, el sexo oral se ha convertido en
un comodín que, a diferencia de lo que ocurría hasta hace relativamente poco,
no implica una mayor confianza entre hombre y mujer, sino que se utiliza para salir del paso.
Además, y aunque esto es más difícilmente extrapolable a España, muchas jóvenes
de entornos conservadores lo han adoptado como una manera de llegar vírgenes al matrimonio.
“No es
sexo”, explica una adolescente llamada Devon en el libro. “Es simplemente un paso más de enrollarse con alguien”, señala otra amiga suya, Ruby. “Es una forma de
enrollarse. Como ir un poco más lejos sin que signifique gran cosa”.
Ese es uno de los argumentos que más sorprenden a la autora y,
probablemente, al lector: que la popularización del sexo oral se debe a que ha
perdido gran parte del peso que pudo tener en su pasado y que provocaba que se
tratase de algo que sólo hacían las parejas con confianza, no dos desconocidos.
Algo que, además, explicaría la reciente proliferación de enfermedades de transmisión sexual como el herpes o la gonorrea a pesar de que los
niveles de embarazos no deseados hayan descendido.
“A
veces, una chica se la chupará a un chico al final de la noche porque no quiere
acostarse con él pero espera ser satisfecho”, explica una joven llamada Anna. “Así que si quiero
que se marche sin que pase nada...” Ahí es donde se encuentra la gran
diferencia, sugiere Orenstein: en que para las generaciones precedentes, desde
luego, el sexo oral implicaba que algo
había ocurrido. Según una encuesta
citada por la autora, alrededor del 25% había practicado sexo oral para
mejorar su relación. Por el contrario, ellos afirmaban que lo hacían por placer. Además, es un camino muy corto
a la popularidad, como explica Sam: “Es como te haces amiga de los chicos
populares. De esa forma acumulas puntos para salir con alguien sin llegar a
hacer el amor, para que puedas decir 'he salido con este y con aquel' e
incrementar tu estatus social. Es más impersonal que el sexo, así que la gente
dice 'no pasa nada'”.
La preocupación por complacer, en lugar de ser complacidas, era
generalizada en las chicas con las que hablé
Esta
motivación del sexo oral como “moneda de cambio” fue reflejada también en una investigación publicada por April
Burns en 'Sexuality Research and Social Policy Journal' cuyo
título comparaba el sexo oral con los
deberes del colegio. Es decir, se
trataba de una habilidad que debían aprender a manejar, puesto que iban a ser
evaluadas por ello. “La preocupación por complacer, opuesta al placer a grandes
rasgos, era generalizada en las chicas con las que hablé, especialmente durante
el instituto, las que empezaban a experimentar sexualmente”, explica la autora.
“Tenían la sensación, por ejemplo, de que una vez habían dicho que sí al coito con un compañero, nunca podrían volver a decir que no,
quisieran o no”.
¿Un arma de poder?
Hay
otra razón por la que las jóvenes recurren al sexo oral, que explica en el
libro una joven llamada Gretchen, y es que, frente al coito o el cunnilingus, puede
ser utilizado a
su favor (o eso considera): “Tienes esa sensación de '¡ja! No
podrías conseguir esto de otra persona, ¡tengo el control!'”, explica. Una
aseveración que resulta curiosa cuando la misma persona resalta el carácter
“asqueroso” de esta práctica y reconoce que nunca es “divertido de verdad”.
Sin
embargo, como añade Orenstein, el sexo oral convierte a las mujeres en agentes
activos de la relación sexual, mientras que otras prácticas como las ya
mencionadas (sexo oral, penetración) las hacen sentir vulnerables. El problema
con ello es que en la mayor parte de casos, estas jóvenes no sólo no están
recibiendo una satisfacción sexual semejante, sino que se espera que ellas
lleguen hasta ese punto si no quieren decepcionar a su pareja sexual. Como explica en el libro Sam, a la que la autora
define como una joven ambiciosa a inteligente, “es siempre la misma secuencia
tácita. Te enrollas, entonces te toquetea, se la chupas, y se acabó. Creo que
las chicas no pueden expresar sus deseos. Somos criaturas dóciles que aprenden
a complacer”.
Otras
reconocen que el sexo oral es como “hacerle un favor al chico porque le quieres
y te preocupas por él”. Por lo general, matiza, cuando tienes novio es habitual
que este practique un 'cunnilingus', pero en una relación esporádica no es así.
En el peor de los casos, la presión es tan alta que muchos hombres se creen con
el derecho a obligar a sus compañeras a practicar sexo oral. Es lo que confiesa
otra de las jóvenes, que señala que una de sus parejas le agarró de los hombros y le obligó a hacerlo, lo que ha provocado que deteste
el sexo oral desde entonces.
La masturbación no es una alternativa, porque se piensa que es una
cosa de hombres para hombres
En
conclusión, señala Orenstein, “las chicas han sido convertidas desde hace
tiempo en las guardas del deseo masculino, encargadas de contenerlo, desviarlo,
controlarlo”. En ese juego, el sexo oral se ha convertido durante los últimos
años en una solución de compromiso, un “resquicio” que les permitía comportarse como la sociedad les
obliga en su papel de proveedoras de placer sin grandes compromisos físicos o
emocionales. Entre otras cosas, porque la estimulación masturbatoria, que durante mucho tiempo
había ocupado este lugar, ha pasado a considerarse como “una cosa de hombres”.
Lamentablemente, también una exigencia masculina que raramente recibe
compensación y que puede dar lugar a situaciones peligrosas como abusos sexuales
o enfermedades de transmisión sexual.
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