Público
Juan Carlos Escudier
3-10-16
De la
derrota de Pedro Sánchez y de la pírrica victoria de la costurera andaluza
deberían hablar las crónicas con acento griego, que es la lengua de las
tragedias. La del PSOE ha tenido hasta su coro de militantes gritando
“traidores” durante toda la representación y un argumento donde el protagonista
lucha contra su destino y acaba muriendo joven y dejando un bonito cadáver, que
es como los secretarios generales altos y guapos hacen mutis a lo James Dean.
Como en toda tragedia de altura, el orden acaba restableciéndose porque los
dioses exigen respeto, y aquí había uno, ex consejero de Gas Natural, que se
había sentido engañado por Sánchez y, en castigo, había mandado a Eris, la
chica de la Discordia, a hacerle la vida imposible. Para alguien capaz de provocar
la guerra de Troya con una manzana, dejar el partido como un solar ha sido pan
comido.
Se juzgará erróneamente que, al
final, sobre el escenario hay vencedores y vencidos, pero los amantes de
Shakespeare saben que las venganzas las carga el diablo y, como en Hamlet, lo
normal es que muera hasta el apuntador. Como se ha dicho recientemente por
estos lares, los verdugos están tan acabados como su víctima, pero aún no lo
saben. El PSOE es un montón de cadáveres donde una modista fiambre zurce a
destajo y teje bufandas para que nadie en el depósito pase frío.
Sólo una conjura ideada a tres
bandas por Eurípides, Sófocles y Esquilo podría haber hecho creíble que un tipo
entre normalito y mediocre acabara convertido en un héroe clásico o, cuando
menos, en un mártir. A Sánchez le han engrandecido sus adversarios hasta un
punto insospechado y, al cortarle todas las salidas posibles, donde le
esperaban emboscados con la recortada desenfundada, le han allanado el camino
hacia la gloria.
Quizás por descarte, Sánchez eligió
la senda correcta. Lo que el PSOE necesitaba era abandonar la ortopedia y el
plexiglás y reclamarse como una fuerza de izquierdas autónoma, leal a su
militancia por primera vez en décadas, y sorda a las presiones de los poderes
fácticos y de sus cebrianes de cabecera, que de algún modo han de justificar
que con los 11 millones de euros que se levantan al año son capaces de hundir
otras cosas que no sean sus propias empresas.
El ‘no es no’ era la estrategia
adecuada por dos razones. De un lado, dejaba sin argumentos a su competencia
más directa, a la que podría arrebatar parte de su electorado si, finalmente,
se iba a terceras elecciones. Al mismo tiempo presionaba al increíble hombre
menguante, es decir a Rivera, cuyo temor a pasar de nuevo por las urnas
empezaba a ser visible a una altura predeterminada de sus pantalones. Eran
ambos motivos razonables para intentar una alternativa. Incluso era buena para
sus críticos, que de haber impuesto su tesis por cauces democráticos en una
consulta a la militancia y no por un tejerazo, aún podrían haber vendido la
abstención al PP a precio de caviar iraní y no de chancleta del chino. Ni la
lacrimógena sultana andaluza ni su jenízara Verónica Pérez, presidenta del
comité federal y ‘verúnica’ autoridad del PSOE, estaban interesadas en estos
detalles tan nimios.
Llegados a este punto, la tragedia
ha virado rápidamente hacia la farsa porque, como resultaba evidente, ni el
ánimo de los golpistas era el bien de España, que según decían no se merecía
unas terceras elecciones y menos aún en Navidad, que son fechas para discutir
en familia, ni al PP le preocupa lo más mínimo volver a las urnas si, como
parece, tiene a su alcance el doble objetivo de conseguir una mayoría
suficiente y, de paso, reducir a los socialistas a fosfatina.
Así, mientras la gestora del PSOE se
reúne para embutir al partido en un solo jersey de punto que, a falta de
calcular la sisa de las mangas, ya tiene tejido la costurera Susana, e idear
alguna fórmula para que no se piense que la abstención al PP es cosa de los
baroncitos, Rajoy ya piensa en esas elecciones que, en opinión de ese Dios
salvaje que es Felipe González, iban a ser la quiebra del sistema y la ruina
del país. Para evitarlas, lejos de vender su apoyo, los socialistas habrán de
pasar por caja, preferiblemente de rodillas y compungidos, y sin hacer mucho
ruido si se acercan a Moncloa a la hora de la siesta. Los muertos ya pueden ir
preparando la billetera.
Desde el inframundo, el héroe
Sánchez podría estar pensando en volver a la vida en unas primarias cuando los
que ahora mandan en el partido, que son los de siempre, completen el derribo,
aunque lo mejor es que espere tumbado. Lo primero es España y hacer a Rajoy
presidente. El resto puede esperar por tiempo indefinido. “El PSOE necesitaba
un big bang”, que decía Ximo Puig. ¿Y un congreso? Ni hablar del peluquín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario