'Mañana cuando me maten' recuerda los últimos fusilamientos de Franco que
estremecieron al mundo
Las protestas internacionales y la petición de
clemencia del Papa Pablo VI no ablandaron al dictador, que mandó al paredón a
cinco jóvenes sometidos a consejos de guerra sin garantías jurídicas tras haber
arrancado su confesión a fuerza de torturas
Público
22-9-15
RAFAEL GUERRERO
SEVILLA.- “Mañana
cuando me maten” es la frase que da título al libro del periodista Carlos
Fonseca sobre las últimas ejecuciones del franquismo (editado por La esfera de
los libros), que se produjeron apenas dos meses antes de que el dictador
muriera en la cama. El 27 de septiembre de 1975 eran fusilados simultáneamente
a primera hora de la mañana en acuartelamientos militares de Madrid, Barcelona
y Burgos cinco militantes antifranquistas del FRAP y de ETA que había sido
condenados a muerte en consejos de guerra carentes de las más
elementales garantías jurídicas, a quienes se arrancó la declaración
de culpabilidad tras haber sido sometidos a torturas.
Ahora se cumplen 40 años de aquellos últimos fusilamientos del franquismo, que
levantaron una fuerte oleada de protestas por todo el mundo. Aquel 27 de
septiembre pelotones de voluntarios formados por policías y guardias civiles
fusilaron a Xosé Humberto Baena, José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz
(militantes del FRAP), Jon Paredes, Txiki, y Ángel Otaegui (de ETA).
Pese a generalizadas peticiones de clemencia llegadas de todo el mundo,
incluida la del Papa Pablo VI, Franco no tuvo piedad de aquellos jóvenes para indultarlos,
algo que sí había hecho con los 6 condenados a muerte del sonado proceso de
Burgos contra ETA cinco años antes. Carlos Fonseca recupera este episodio
histórico del tardofranquismo con el testimonio de protagonistas, familiares, amigos,
abogados y compañeros de militancia, apoyándose asimismo documentación inédita
que arroja luz sobre los pormenores que rodearon aquellas últimas penas de
muerte en España. El autor del libro sostiene que “la decisión final sobre las
penas de muerte fue arbitraria” tras haber buscado en la documentación alguna
prueba demostrara lo contrario.
No obstante, las dos únicas dos mujeres que había
entre los once condenados a muerte lograron salvar la vida porque estaban
embarazadas, aunque posteriormente se supo que una de ellas solo tenía un
retraso en la regla, circunstancia que le pudo salvar la vida. El testimonio de
la que sí estaba realmente embarazada Concepción Tristán demuestra la plena
vigencia de la tortura entonces como medio policial para extraer confesiones y
apunta a uno de los agentes más conocido por esas prácticas, Billy el Niño, uno de
los imputados por la jueza argentina María Servini en la única causa que se
sigue en el mundo contra los crímenes del franquismo.
"Billy El Niño se puso como
loco a golpearme"
Tras su atención en la calle, Tristán fue llevada a la
Dirección General de Seguridad (DGS) en la Puerta del Sol y así relata su experiencia:
“Me pasaron a una habitación y entre seis o siete me golpeaban en la espalda,
en el cuello, la cara, los oídos (…), me hacían andar en cuclillas, me tumbaron
en el suelo y con un palo me golpearon en la planta de los pies. Durante toda
aquella noche se turnaron para pegarme y al amanecer me dejaron descansar allí
mismo. Durante cinco días me torturaron casi de continuo. En una ocasión, Billy
el Niño se puso como loco a golpearme con las manos, los pies, las rodillas y
un social tuvo que sujetarlo y calmarlo porque me iba a matar (…) Estuve una
semana sin poder andar y los mismos guardias tenían que
llevarme en brazos al cuarto de baño. Al sexto día de estar en la
DGS vino por primera vez el juez militar, a quien hice constar las torturas.
Luego, ya en Yeserías, estuve nueve días incomunicada”.
“Me pasaron a una habitación y entre seis o siete me
golpeaban en la espalda, en el cuello, la cara,
los oídos..."
Tras las confesiones forzadas a base de violencia
física y psicológica, los detenidos se retractaban ante los jueces y
denunciaban las torturas y los prolongados procesos de incomunicación en celdas
de castigo que padecían por parte de los funcionarios policiales, unas
denuncian que caían sistemáticamente en saco roto. Máxime en unos juicios como
estos últimos consejos de guerra de la dictadura que pretendían ser
ejemplarizantes en un contexto en el que los sectores más recalcitrantes del
búnker franquista impusieron su ley forzando condenas predeterminadas.
La suerte estaba echada para los acusados cuyos familiares y allegados
políticos tuvieron problemas para encontrar abogados que ejercieran la defensa,
ya que los letrados más habituados a defender a los opositores al régimen
relacionados con los dos principales partidos de la izquierda aún clandestina
no pudieron hacerse cargo del asunto. "PSOE y PCE prohibieron a sus
abogados asumir la defensa, ya que eran contrarios a la lucha armada y temían
que aquellos atentados podían provocar una involución del régimen que
perpetuara el franquismo sin Franco", precisa Fonseca, aclarando que fueron letrados relacionados con partidos más a la izquierda como
la ORT e independientes los que finalmente asumieron esa responsabilidad.
Las sentencias estaban decididas de
antemano
Misión imposible era para aquellos letrados la
tarea de contrarrestar los argumentos de los fiscales militares. Todos los
intentos por demorar el desarrollo del juicio, desde el rechazo a la
legitimidad del tribunal militar hasta cuestionar la veracidad de las
confesiones arrancadas a golpes se vieron abocados al fracaso y en algunos
casos tuvo que ser un defensor militar de oficio el que se hiciera cargo de su
representación legal.
Según Carlos Fonseca en juicios como estos que se habían declarado sumarísimos,
reduciendo a la mínima expresión las posibilidades de ejercer una defensa, lo
de menos es profundizar en si aquellos militantes antifranquistas habían sido
realmente autores de los hechos -atentados contra agentes del orden público- de
los que se les acusaba, ya que desde una perspectiva democrática eran
tribunales y procedimientos ilegítimos, como finalmente vendría a reconocer la
Ley de Memoria Histórica de 2007. Pero hay más, ya que Fonseca aporta en su
libro testimonios de abogados y familiares a los que al menos dos acusados
confesaron que nada habían tenido que ver con los hechos.
El letrado Juan Aguirre se refiere a su defendido Ramón
García Sanz, Pito, diciendo: "Tras las formalidades pudimos entrevistarnos
por segunda vez con Pito. Estaba machacado a golpes y tenía el convencimiento
de que los iban a matar, que la sentencia estaba decidida de antemano. Me aseguró que él no había participado en el atentado y que había
firmado lo que la policía le puso delante". Por su parte, Mikel
Paredes, hermano del etarra Txiki recuerda que un día antes del fusilamiento,
este le confesó que no había participado en el atraco a un banco en el que fue
abatido un policía. De nada sirvieron las alegaciones del abogado recordando
que ningún testigo había visto a un joven muy bajito participando en aquel
atraco. Al final, Juan Paredes Manot, Txiki, fue fusilado ante la horrorizada
mirada de su hermano Mikel aquella mañana en Barcelona.
Policías riéndose con corbatas de
colores para la ocasión
Los testimonios de familiares y testigos en las horas
previas y posteriores a las ejecuciones constituyen unas de las aportaciones de
mayor dramatismo del libro, como la de Victoria, hermana de José Luis
Sánchez-Bravo -de 21 años que tenía a su mujer embarazada de tres meses- quien,
tras escuchar las primeras descargas en el cuartel madrileño de Hoyo de
Manzanares, vio aparecer riéndose a los integrantes de los
pelotones de fusilamiento "como si vinieran de celebrar algo". O
como la del fotógrafo catalán Gustavo Catalán Deus que vio congregados a un
buen número de miembros de la Brigada Político Social "desde el famoso
comisario Saturnino Yagüe a Billy el Niño, que se habían puesto corbatas de
colores chillones para la ocasión".
Las cartas
manuscritas por los condenados a muerte reproducidas en el libro
resultan especialmente estremecedoras, como la del joven gallego Xosé Humberto
Baena firmada horas antes de su fusilamiento y cuando aún no sabía si su
padre llegaría a tiempo de abrazarlo aquella terrible madrugada y
que da título al libro "Mañana cuando me maten".
Tan sólo cuatro días después de los fusilamientos, el régimen organizó un acto
multitudinario en la Plaza de Oriente en un intento desesperado por reivindicar
la plena vigencia de la dictadura en la que fue la última aparición pública de
Franco, donde un jefe del Estado ya muy enfermo y deteriorado rechazó las
protestas internacionales culpando de ellas a sus enemigos de siempre: el
contubernio judeo-masónico y el comunismo internacional. Horas antes de su
última arenga de Franco, aquel 1º de octubre de 1975, se dio a conocer un nuevo
grupo terrorista, los GRAPO (Grupos Antifascistas Primero de Octubre), con el
asesinato en Madrid de cuatro miembros de la Policía Armada.
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