Réquiem por un periódico que me gustó
24-9-15
Público
Juan Tortosa
Hubo
un tiempo en que yo, como tantos de mis amigos, lo reconozco, estuve enamorado
de El País. Una reproducción enmarcada de su primer
ejemplar, con fecha 4 de mayo de 1976, presidió el salón de mi casa y
sobrevivió a mudanzas diversas durante años. Fue duro entender con el tiempo
que aquel producto periodístico del que un día estuve enamorado ya no lo
reconocía ni la madre que lo parió. Lo quité de la pared.
Fue duro sobrellevar los pesados cuernos que me
pusieron. A mí El País me nutria, me satisfacía, me
informaba y hasta creo que me formaba. No se me ocurría, ni por asomos, dudar
de una información aparecida en sus páginas. Es más, llegó un momento donde
consiguió que pensáramos que una noticia no era tal si ellos no la habían
publicado. En aquellos analógicos tiempos subrayaba yo los artículos de la
sección de Opinión, recortaba sus reportajes, e incluso guardaba y archivaba
muchos de sus informes…
Hasta que un buen día, hace ya años, empecé a frotarme
los ojos con algunos de sus titulares. No podía ser, aquel no era mi periódico.
Y comencé a entender que, como sucede en todos los enamoramientos, yo había
estado ciego. El periódico nunca fue ni tan progresista ni tan honesto ni tan
guay como me había llegado a creer en algún momento.
Bonifacio Cañibano explicó un día, en su columna “El rincón del ñángara”, cómo
la línea editorial de El País siempre se ajustó “como un
guante a su cuenta de resultados. Por eso -escribía Cañibano- ha apoyado a
gobiernos reaccionarios (Fox y Calderón en México, Alan
García en Perú…) e incluso a gobiernos que promovían la violencia
y el paramilitarismo (Uribe en Colombia…) Y sin
despeinarse ha ensalzado gobiernos de izquierdas, como el de Lula en
Brasil y vituperado a los de Chávez o Evo
Morales que preconizaban políticas similares”
Es posible que durante un tiempo El País fuera
en España una especie de tuerto en el reino de los ciegos, pero mucho antes
que Gregorio Morán publicara en su libro “El
cura y los mandarines” (Madrid, Akal, 2014) los tejemanejes
internos de la sociedad editora del diario desde antes incluso del nacimiento
del diario yo ya había dejado, con todo el dolor de mi alma, de acudir al kiosco
cada mañana para comprar El País.
La cuesta abajo, que fue lenta pero incesante, la
certificó para mí la llegada del primer ERE. No podía creerme las cosas que me
contaban algunos compañeros afectados por el expediente. Encajaba todo desde el
punto de vista técnico, pero algún rescoldo de enamoramiento debía quedarme aún
porque me resistía a admitir según qué asquerosas jugarretas de las muchas que
iba conociendo. Y en enero de 2014 llegaría aquella portada infame, como
recuerda Carlos Enrique Bayo en la edición latinoamericana de Le Monde Diplomatique, con la desagradable fotografía de un
paciente entubado que en absoluto correspondía, como le atribuían, al entonces
presidente venezolano Hugo Chávez: se trataba de una captura del mismo vídeo
que semanas antes se había tratado de colar como gran exclusiva desde el
interior del Centro de Investigaciones Médicas y Quirúrgicas de La Habana,
donde el mandatario convalecía de la extirpación del grave tumor cancerígeno
que acabaría finalmente con su vida.
La llegada a la dirección del periódico de Antonio
Caño, a quien no tengo el gusto de haber tratado, ha sido ya el remate
de la faena. Ahora sí, por si quedaba alguna duda, a El País no
lo reconoce ya ni la madre que lo parió. Si yo fuera del ABC o La
Razón lo denunciaba por competencia desleal. Ya no son solo ellos
quienes tienen el patrimonio de las mentiras, los infundios y las injurias en
portada: ahora Caño compite a diario con Marhuenda y Rubido por
ver quién la suelta más gorda.
A la Defensora del Lector se le amontona el trabajo y
me la imagino todo el día con la manguera en la mano intentando apagar fuegos
imposibles. Varios redactores abandonan el diario tras publicar informaciones
incómodas para Soraya y el comité de redacción no
consigue refrendar un comunicado crítico con el director porque éste se niega a
facilitar el censo actualizado.
La última ha sido dejar a los pies de los caballos a
una de sus redactoras, llamada a declarar junto a él por una información
falsa sobre Jaume Roures publicada en diciembre de
2014 y en la que le atribuía al empresario catalán 250 millones en 150 cuentas,
un tercio en paraísos fiscales. Invocando un apartado del Código Penal, el
30.2, Caño aspira a desentenderse del asunto a pesar de haberlo publicado
en primera página, un espacio de su estricta responsabilidad.
Una vergüenza para quienes, como yo, hemos dado la
cara siempre ante los juzgados por todo lo que aparecía en las publicaciones
que dirigíamos, lo firmara quien lo firmara y estuviera en la página que
estuviera. Una pena, que Caño haya sido capaz de remitir un recurso al juez que
lo ha citado a declarar el próximo 10 de noviembre para ser excluido de la
querella “al no ser el autor de la información” y amparándose en la “responsabilidad
en cascada o escalonada“.
En fin…
J.T.
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