'Astral',
el documental que salva vidas
Jordi Évole
y ‘Salvados’ proyectan en más de 130 cines la historia de un velero
reconvertido en barco de rescate en el Mediterráneo. La recaudación va
destinada a la ONG Proactiva Open Arms
Público
Madrid | 13 de Octubre de
2016
Todos, o casi todos, hemos visto
imágenes de naufragios, rescates y muertos en el Mediterráneo. Cada cierto
tiempo los telediarios los ofrecen en su menú, comida o cena, espectáculo. Cada
cierto tiempo, una nota breve de agencias en las webs de los diarios. Si los
muertos superan el centenar, tal vez logren abrir la edición de ese día, tal
vez, incluso, una portada. Hasta que llegue otra ‘noticia’ que los desplace,
hasta la siguiente “tragedia que conmociona a Europa”. Como mucho tendremos
respuestas al qué, dónde, cuándo y cómo. Nunca al por qué. Casi nunca al quién,
a no ser que como respuesta nos baste y nos sobre con dos categorías,
refugiados y/o inmigrantes, subastadas, a veces, por el color de la piel, en un
continuum que va del color ‘carne’ al negro.
“¿Qué pasaría si en vez de negros
fuesen blancos?”, se pregunta Jordi Évole en una conversación, mediada por la
distancia y la frialdad técnica del Skype. Y, sin embargo, la interfaz no logra
disimular cierta rabia. “Abriríamos todos los informativos con eso”, se
responde.
.
Y a eso, o mejor aún, a la respuesta
de algunos ciudadanos para evitar que eso ocurra, dedicará Salvados su
espacio de televisión este domingo 16 de octubre. En prime time. Horario
de máxima audiencia para mostrar el trabajo de rescate de la ONG Proactiva Open
Arms en el Mediterráneo. Antes se proyectará en el cine. En más de 130 salas.
“El primero en sumarse fue un autocine de Valencia. El segundo, uno de mi
pueblo, Cornellà”, recuerda emocionado el periodista.
Frente a las urgencias, a los 15-20
segundos, Évole y el equipo de Salvados se han regalado, nos regalan a
los espectadores, les regalan a los protagonistas de su documental Astral,
los miembros de Proactiva Open Arms y las personas que arriesgan hasta los
recuerdos para llegar a la “tierra prometida”, una alhaja: tiempo.
Más de una hora y media sin
imágenes impactantes ni ritmo trepidante de héroes jugándose la vida, ni voz en ‘off’ machacona
y estridente. Solo la dureza de la realidad
.
Tiempo para contar una historia, la
de unos socorristas que se plantaron en las playas de Lesbos para ayudar a los
que llegaban hasta las costas griegas desde las costas turcas. Unos socorristas
que, tras ver demasiados naufragios, decidieron que necesitaban un barco para
ir allá donde los indeseables mueren sin ser vistos, en medio del Mediterráneo,
en aguas internacionales, a unas millas de Libia, el ‘puerto de embarque’ para
la ruta más peligrosa, la de los más pobres, los que no podían pagar los
precios del trayecto por el Egeo, antes de que entrara en vigor el acuerdo
entre Turquía y la UE. Desde el 20 marzo, la ruta obligada para todos.
El barco, el Astral, también
posee su propia historia, la de un velero, un lujo, cedido por el empresario
Livio Lo Monaco para ser transformado en barco de rescate, una necesidad, con
capacidad para unas 130 personas. Una foto, la visión aérea de una barcaza en
la que se apretujaban cientos de personas, fue la que golpeó su conciencia.
Tiempo, más de una hora y media,
para un documental pausado. Incluso “lento”, como son los rescates. Horas y
horas pendientes del radar que detecta los dinguis, las lanchas de
plástico y las barcazas de madera, en las que se apelotonan 100, 200, 300, 400
personas, sin equipaje, sin víveres, sin zapatos y, a veces, sin chaleco
salvavidas. Ni de juguete. Horas y horas de traslado, hasta el Astral,
el Dignity, de MSF, o las fragatas de los guardacostas italianos, de
bebés, de niños, que, a veces, agarran con fuerza un diminuto peluche, de
mujeres y hombres con la arena aún pegada a la piel.
.
Solo unas horas antes esperaban en
la playa al traficante que, tras previo pago de entre 500 y 1.000 dólares, les
amontona en la barca, con una sola indicación, viajen en la dirección de las
luces que se ven al fondo, Europa, una gran mentira. Los destellos que se
vislumbran no son más que los de las plataformas petrolíferas cercanas a las
costas libias. En el depósito, gasolina para llegar hasta la zona donde actúan
las ONG.
Tiempo, más de una hora y media sin
imágenes impactantes ni ritmo trepidante de héroes jugándose la vida, ni voz en
off machacona y estridente. Ni melodía que acentúe la acción, el
peligro. Ni siquiera, acción o peligro. Solo la dureza de la realidad. Sin
artificios. Un documental sin lágrima fácil, aunque estas se nos escapen ante
una mirada, un rostro, una sonrisa, un “Gracias, Dios mío” o un sueño en voz
alta, el de trabajar, prosperar, dar un futuros a sus hijos.
“Tranquilos. Bienvenidos a Europa”,
les gritan los voluntarios de Proactiva Open Arms a las personas que esperan en
los dinguis para ser rescatados. Y en sus voces hay dignidad, verdad,
compromiso, solidaridad. Valores completamente desaparecidos, si es que alguna
vez existieron, en las instituciones de la Fortaleza Europa.
Unas instituciones que el pasado 6
de octubre decidieron celebrar el acto de inauguración de la nueva agencia de
europea de fronteras, que sustituirá a Frontex, en las lindes que separan
Bulgaria y Turquía. En el que era el principal punto de entrada de migrantes y
refugiados hace un tiempo, antes de que su cierre obligue a emprender otras
rutas más peligrosas, las marítimas.
Sin lágrima fácil, aunque
estas se nos escapen ante una mirada, un rostro, una sonrisa, un “Gracias, Dios
mío” o un sueño en voz alta, el de trabajar, dar un futuros a sus hijos
La elección de esta frontera no
parece casual, sino, más bien, una declaración de intenciones: No vengáis. Una
interpretación que comparte Évole. “Las autoridades que nos gobiernan no los
quieren. Es evidente. Ni siquiera estamos cumpliendo los compromisos mínimos”,
afirma el periodista. “Su principal voluntad es la de que miremos para otro
lado y esto es lo que no vamos a permitir”, añade y suena de fondo una
reivindicación de lo que debería ser el periodismo.
Coincide en la crítica Óscar Camps,
fundador de Proactiva Open Arms, presente en el preestreno en Madrid. “La
inacción deliberada de la Unión Europea a la hora de destinar recursos
humanitarios lo que nos dice es que no va a hacer nada por ellos”, denuncia.
“Pero es mentira. Sí que hace, externaliza fronteras y paga a terceros países
para que le hagan el trabajo sucio”.
Camps no se corta, y sin
correcciones políticas, apunta a aquellos que hacen negocio con los controles
migratorios “Ahora cambiará Frontex, le cambiarán de nombre, y se privatizará,
y las empresas de seguridad ya tendrán otro filón para vivir de esto”.
Por favor, acudan a los cines. Se
proyecta en más de 130 desde este miércoles hasta el domingo. Paguen cinco
euros. El dinero va íntegro a Proactiva Open Arms, para que puedan continuar
haciendo ese trabajo por el que les premian, aunque ellos, como confiesa Camps,
se indignen con los reconocimientos. Les homenajean las mismas instituciones
que dejan morir a miles de personas en el mar, las españolas, las europeas.
Y, por favor, cuando salgan de las
salas o cuando el domingo vean Salvados en la tele, recuerden, además,
aquello que los que salvan vidas “no pueden pararse a pensar”, para no
hundirse, para protegerse del dolor. Recuerden que en Aluche, en la zona franca
de Barcelona, en Málaga, en Algeciras... existen unos lugares, unos no lugares,
en los que podrían acabar cualquiera de esas personas con los que nos
enternecemos, emocionamos y hasta empatizamos al ver su rescate. Esos lugares
se llaman CIEs: Centros de Internamiento de Extranjeros, cárceles para un único
delito, no tener papeles.
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