Raúl
Zelik, politólogo alemán: "España es una colonia de Alemania"
Analiza en
un libro la nueva política en España en torno a dos conceptos: reforma o
ruptura
El Confidencial
Víctor Lenore
3-10-16
El novelista
y politólogo Raúl Zelik (Múnich, 1968) comenzó a viajar y militar
en la adolescencia, hasta conocer a fondo los conflictos políticos de Colombia, Venezuela, Alemania y España, especialmente Cataluña y el País Vasco. Forma
parte del consejo nacional de Die Linke (La Izquierda), además de
ejercer como periodista. Se dedica a desmontar mentiras oficiales, tanto
de izquierda como de derecha, con estilo sencillo y accesible. "Por
ejemplo, se ha vendido la idea de que el problema de España era su excesiva deuda
pública, cuando en 2007 estaba sobre un cuarenta por ciento, mientras que
Alemania tenía un sesenta. La deuda española solo aumentó vertiginosamente
cuando se sometió a las políticas de austeridad", señala.
Portada de
'Continuidad o ruptura', de Raúl Zelik
También le
preocupa la deriva estatalista de la izquierda europea. "No debemos
limitarnos a gestionar lo existente, sino cambiar las reglas de juego
que han impuesto las élites. En Grecia se ha visto el escaso poder de
llegar al gobierno sin un movimiento popular fuerte que te respalde. Hubiera
sido mejor que Syriza entregara
las llaves del país a la Troika y mostrar que la democracia allí es una
mentira", apunta. Su nuevo libro, ‘Continuidad o ruptura’ (Capitán
Swing, 2016), pretende explicar a los alemanes la repolitización de España
desde el 15M de 2011. Al final,
se ha publicado aquí porque hay mucho que aprender de una visión externa sobre
nuestras batallas cotidianas. "Aunque pueda parecer exagerado, España es
una colonia económica de Alemania, que le asigna un papel periférico y dependiente,
centrado en el turismo, la agricultura y la producción de bajo nivel
tecnológico", denuncia.
Su libro se
cierra citando un lema del 15M: "Follar cada cuatro años no es vida
sexual, votar cada cuatro años no es vida política".
P. En el
texto te defines como “movimentista”, en el sentido de que te preocupa más
generar contrapoder que asaltar las instituciones. El problema es que en España
los movimientos sociales son muy débiles y están copados por un perfil
homogéneo: el universitario de clase media. ¿No es eso un déficit democrático?
Tu novela 'Situaciones berlinesas' (2009) trata de las disfunciones de los
ambientes militantes de izquierda.
R. Es un
comentario acertado, por eso me intereso por los pueblos del País Vasco. ¿Te
has dado cuenta de que la izquierda abertzale no tiene un solo teórico o
intelectual? Sobre todo son obreros y campesinos. La familia de Otegi es
obrera. La izquierda no solo necesita las instituciones, sino crear espacios
contraculturales. No lo digo, por supuesto, en el sentido del punk, sino en
tradiciones vecinales como el 'poteo', donde nunca pides bebida para ti, sino
para todos. También los merenderos de Castilla-León, donde se reúnen cuarenta
personas, de todas las edades a contarse sus alegrías y sus problemas,
aunque luego los jóvenes se bajen a la bodega a escuchar música y
emborracharse. Hay mucho respeto intergeneracional.
Luego esos
pueblos votan al PP, quizá porque la izquierda marxista no ha prestado la
atención suficiente a la potencia de sus tejidos, que implican valores de
solidaridad y hasta gestión de bienes comunes como el riego. Antes creía que
estas tradiciones eran cosas del País Vasco, pero a medida que conozco más
España veo que también pasa en Asturias y en otras zonas. Hace poco estuve en
Aranda de Duero y son gente encantadora.
Deberíamos
discutir más de la PAH y menos de Podemos
P. Dices que
el camino de la resocialización pasa por aprender de experiencias como la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca.
R. Con la
PAH la gente ha aprendido a hablar. Me llama la atención que en las reuniones
no explican las cosas los abogados, sino vecinos que llevan cuatro meses
sufriendo un desahucio y lo comparten con quienes acaban de comenzar el camino.
Es un proceso colectivo de construir conocimiento. Deberíamos discutir más de
la PAH y menos de Podemos. Lo primero que hacen es restituir tu autoestima y tu
sensación de comunidad. Me recuerda, en el mejor sentido, a las reuniones de
Alcohólicos Anónimos. La extrema derecha gestiona muy bien los procesos
comunitarios: las élites forman alianzas con los obreros, diciéndoles "no
tendrás tanto dinero como yo, pero cuando te integres en mi comunidad blanca
ganarás más dinero y derechos que tus vecinos migrantes". Es una forma
horrible de socializar, pero ofrece autoestima y fraternidad. La izquierda debe
articular una comunidad sin racismo.
P. En tu
novela ‘La negra’ (2000) prestas mucha atención por las formas de socializar en
América Latina, desde bailar bachata hasta las telenovelas.
R. Los
culebrones son un formato interesante, pero también consumismo basura. Lo que
más me sorprendió fue estar con campesinos de izquierda colombianos,
reivindicando la revolución, que luego ponían la tele y comentaban concursos de
belleza, debatiendo qué chica tenía el mejor culo. En Occidente bailamos
separados, allí eso no se concibe. Son más avanzados en el sentido de que salen
siempre juntos. A pesar de lo duro que era el conflicto colombiano, tenías
menos sensación de soledad que en Europa.
P.
Escribiste un libro periodístico muy potente titulado ‘Venezuela más allá de
Chávez’ (2004). ¿Cómo ves la situación doce años después?
R. El
chavismo ha confundido cambio social con control del gobierno. Cada mes que
siguen en el poder, se jode el tejido que sustentaba el cambio. Creo que Maduro
debería entregar el gobierno a la oposición, a cambio de garantías de que no
habrá represión contra los antiguos chavistas. Venezuela tiene una derecha muy
fascista, racista y clasista. Es importante protegerse. También se han cometido
errores económicos. El problema es que son un estado rentista, viven del
petróleo hace un siglo y la izquierda no supo ampliar ese modelo. Ni siquiera
en la agricultura, donde podían haber apostado por modelos cooperativos. Su
sistema cambiario, que tiene varios niveles, fomenta el contrabando. El Estado
subvenciona determinados productos, desde harina hasta gasolina, que se venden
por debajo de su precio de mercado, así que los empresarios se dedican a
colocarlos en Brasil y Colombia con un cien por cien de beneficio.
Hay un
chiste que dice que la CIA no podría comprar a un militar venezolano con un
millón de dólares porque eso es lo que gana cada día
P. ¿Tan
podrido está el sistema en Venezuela?
R. Hay un
chiste que dice que la CIA no podría comprar a un militar venezolano con un
millón de dólares porque eso es lo que gana cada día. Hay mucha exageración,
con algo de verdad. Obviamente, en el ejercito encuentras de todo, también
mucha gente honesta. Y en el contrabando también participan empresarios y
particulares. Esos incentivos han destruido la economía. Hay mucha gente que no
va al trabajo porque gana más en el mercado negro. Maduro no puede cambiar eso
porque perdería apoyo de ciertos sectores de sus votantes y algunos cargos
afines implicados. Así se forjaron muchas lealtades militares con Hugo Chávez.
Parte del pacto del chavismo con las élites fue no entrar a investigar esta
corrupción silenciosa, que estaba muy extendida. Recuerdo un préstamo chino de
60.000 millones de dólares de los que desaparecieron 20.000. Lo denunció la directora
del banco central venezolano y poco después la quitaron.
Por eso creo
que la mejor idea es entregar el poder para no perder los avances del chavismo
popular. El mayor mérito de Chávez es haber animado a la gente de los ranchitos
(chabolas) a votar y autoorganizarse. Esto fue una necesidad porque, al
principio, el estado no tenía recursos ni infraestructura para llegar hasta
ellos. Las misiones sociales fueron gestionadas por las propias comunidades, lo
cual ayudó a crear empoderamiento. Muchos barrios nuevos los levantaron ellos
solos. El chavismo popular apoyaba al presidente, con quien tenía vía directa
para comunicarse, pero siempre mostró reticencias frente al partido y el
Estado.
Mucha gente
apostó por Podemos para desbloquear la situación en Madrid, por eso luego
vuelven al nacionalismo en las elecciones autonómicas
P. Defiendes
el separatismo catalán y vasco como corrientes democratizantes. A mí me parecen
procesos con grandes dosis de narcisismo.
R. Lo que me
interesa es que el independentismo ha llevado a la derecha a posiciones más
socialdemócratas, de republicanismo, de conflicto con parte del empresariado
que defiende la permanencia en España. También defienden una impugnación del
relato de la Transición. España no tiene solo una crisis económica por la
burbuja inmobiliaria, sino una crisis política. Entrevisté dos veces a Otegi,
que me dijo que "hemos cometido muchos errores, pero teníamos razón en lo
principal, que la Transición fue una farsa". Es una certeza que hoy está
muy extendida, desde la izquierda abertzale hasta Pilar Urbano. El resurgir del
nacionalismo a mediados de los 2000 tiene que ver con la sensación de que
faltan derechos democráticos básicos. Hay un rechazo a una Transición tutelada
por los tanques franquistas. La sociedad catalana no ha dejado de girar hacia
la izquierda a la vez que reclamaba independencia.
P. ¿El
ascenso de Podemos en Cataluña y el País Vasco no demuestra un hartazgo de
nacionalismo?
R. Conozco
bien Euskadi, la zona rural, esos pueblitos donde la izquierda abertzale tiene
un 95% de los votos. Mucha gente apostó por Podemos para desbloquear la
situación en Madrid, por eso luego vuelven al nacionalismo en las elecciones
autonómicas. Hay diferentes relatos, pero algunos analistas en España solo se
fijan en las ciudades, cuando es en los pueblos donde tienen más fuerza los
sindicatos, movimientos sociales, incluso el feminismo, gracias a sus
tradiciones de construir vida en común. Eso es atípico: en Europa los pueblos
son los espacios más reaccionarios. También me interesan los pueblos de
Cataluña, con las CUP y sus alianzas, que apuestan por programas de
remunicipalización de servicios públicos. La red de ‘casals’ (casas del
pueblo), que tiene unas cien sedes, hace posible que la política esté presente
en la vida cotidiana. Muchos catalanes rechazan ser nacionalistas: se definen
como independentistas. Con esto quieren decir que si tuvieran más derechos
democráticos no habría tanto interés por separarse de España. Las experiencias
políticas rurales pueden ser más interesantes que las de Barcelona, que vive
dominada por las lógicas y lobbies del turismo.
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