14/09/2019
El reino asiático que utiliza la felicidad como motor económico y sirve de
ejemplo al mundo
ElHuffost
El objetivo: hacer de su filosofía de vida un criterio de medición que prioriza lo humano y lo natural, frente a lo puramente económico.
¿Sufre insomnio por sus preocupaciones?, ¿Cómo de
independientes son nuestros tribunales? o ¿En el último mes, con qué frecuencia
socializó con sus vecinos? Estas son solo algunas de las preguntas que un
pequeño país de Asia lleva haciendo a sus habitantes desde hace más de 40 años
para evaluar el bienestar de su sociedad. Con las respuestas ha creado un
modelo que sustituye al medidor económico por excelencia, el
PIB. Existen alternativas y Bután
lo sabe.
Este
reino del sureste asiático –budista e independiente del Himalaya,
receloso de su identidad, que pone trabas al turismo, y cuya población es de
apenas 800.000 habitantes– estableció hace 47 años un índice
de Felicidad Nacional Bruta (FNB) para hacer de su filosofía de vida
un criterio de medición que prioriza lo humano y lo natural, frente a lo
puramente económico.
La fórmula
atiende a cuatro pilares básicos: un desarrollo socioeconómico sostenible y
equitativo, la preservación y promoción de la cultura, la conservación del
medio ambiente y el buen gobierno.
Hacer los cálculos supone pasar de lo cuantitativo a lo cualitativo, y por
ello, la evaluación se realiza a través de un cuestionario que cuenta con 180
preguntas relativas a 9 ámbitos diferentes: bienestar psicológico; uso del
tiempo; vitalidad de la comunidad; cultura; salud; educación; diversidad
medioambiental; nivel de vida y Gobierno. Tras la recopilación de la
información, se asigna un rango de felicidad para cada hogar y posteriormente,
se calcula el del país, clasificando los resultados por género, edad y
ocupación.
Lo que el PIB no mide
El modelo no ha pasado desapercibido para el resto del mundo. En Nueva Zelanda han tomado nota y hace apenas unos meses proponían un
sistema basado en el bienestar social. “Si bien el crecimiento
económico es importante, y es algo que seguiremos buscando, por sí mismo no
garantiza las mejoras de los estándares de vida de los neozelandeses”,
aseguraba la primera ministra, Jacinda Ardern.
La iniciativa pretende que los nuevos gastos cubran alguna de las cinco
prioridades que el Gobierno se ha marcado para esta nueva etapa: salud mental,
reducción de la pobreza infantil, desigualdades que sufren los indígenas
maoríes, la era digital y una economía medioambiental sostenible. Jason Hickel,
profesor de la London School of
Economics, apuntaba entonces que este tipo de propuestas son un
ejemplo que el resto del mundo puede y debe seguir.
“Toda buena medición de lo bien que nos está yendo
también debe tener en cuenta la sostenibilidad. De la misma manera que una
empresa necesita medir la depreciación de su capital, también nuestras cuentas
nacionales deben reflejar la sobreexplotación de los recursos naturales”,
afirmaba en la misma línea Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001.
Sin embargo, es un hecho que el crecimiento económico
de un país, en una gran mayoría de casos, lleva implícitos altos niveles de
desigualdad social, corrupción o deterioro del medioambiente. Algo que
debería ser esencial –conseguir un equilibrio entre una economía próspera y un
bienestar general– pocas veces se cumple. La economista e investigadora
doctoral en macroeconomía y desigualdad Lidia Brun, asegura que las políticas se evalúan en
función de lo que se puede medir, y por tanto, si el éxito solo se basa en el
valor de transacciones monetarias y no en el contenido de las mismas, no existe
un objetivo real para desarrollar estas políticas públicas.“Es importante al
menos reconocer que esta fórmula –el clásico PIB– tiene sesgos importantes: en
contra del sector público, y también, en contra del medio ambiente; y que es,
como mínimo, ciego a cuestiones redistributivas”, asevera.
Tareas
necesarias para el sostenimiento de la vida como tener ropa limpia, cena sobre
la mesa o cuidados en casos de necesidad o dependencia no cuentan para el PIB
A día de hoy, otro de los aspectos que se ha puesto
encima de la mesa para buscar una alternativa a este índice, hace referencia al
enfoque productivista actual que deja a un lado tareas necesarias para el
sostenimiento de la vida como tener ropa limpia, cena sobre la mesa, o cuidados
en casos de necesidad o dependencia, sostiene Brun. “Nada de esto cuenta para
el PIB si lo hacen familiares; mientras que si nos alojamos en un hotel,
lavamos la ropa en una lavandería, cenamos en un restaurante o ingresamos a
nuestras abuelas en una residencia, el PIB aumentará”. David Pilling, columnista del Financial Times, señala que algunos
estudios en Estados Unidos estiman que si el trabajo doméstico
computara en el PIB, el tamaño de la economía americana sería hoy un 26% mayor.
¿Existen otras opciones realistas?
La esperanza de vida al nacer, el nivel de educación y
el PIB per cápita –que trata de evaluar el acceso a los recursos económicos que
hacen posible vivir decentemente– son las tres variables que la Agencia del PNUD de Naciones Unidas tuvo en cuenta para
impulsar, hace ya más de 20 años, un índice de Desarrollo Humano con el
objetivo de añadir a la perspectiva económica otros factores que influyeran en
las condiciones de vida de los individuos. Sin embargo, este indicador no tuvo
en cuenta la desigualdad, o el género, que son medidos por otros sistemas
independientes
Brun considera que la solución pasa por establecer
mediciones distribucionales por un lado, es decir propuestas que nos digan a
quién se dirigen los flujos económicos, y por otro, de sostenibilidad, que
permitan hacer una estimación del patrimonio natural y descontar su degradación
y la pérdida de biodiversidad como pérdida de riqueza colectiva–. La experta
asegura que este tipo de planteamientos son buenos para el debate público y que
más allá de las iniciativas individuales lanzadas por algunos países, sería
interesante un planteamiento a nivel mundial.
En España, la Plataforma 2015 –una asociación que incluye once
ONG–desarrolló el Índice de Coherencia de Políticas para el Desarrollo (ICPD)
con el fin de centrarse en el desarrollo humano, sostenible, cosmopolita,
basado en derechos, que apuesta por la equidad de género y que busca
desmarcarse del PIB.
En el informe que publicaron en el año 2016, España
flaqueaba en igualdad social, situándose en el tercer puesto a la cola en esta
materia, así como en huella ecológica –el indicador del impacto ambiental
generado por la demanda humana que se hace de los recursos existentes en los
ecosistemas del planeta, relacionada con la capacidad ecológica de la Tierra de
regenerar sus recursos–.
Pero no es el único, todavía a día de hoy, la
sostenibilidad y el bienestar social son tareas pendientes para la gran mayoría
de Estados. Mientras tanto, Bután y Nueva Zelanda marcan la diferencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario