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domingo, 15 de septiembre de 2019

SODOMA (Poder y Escándalo en el Vaticano) Capítulo 23



CAPÍTULO
23

VATILEAKS



Un mayordomo excesivamente curioso: esta es más o menos la versión oficial del caso, conocido hoy en día como Vatileaks. Esta tesis, elaborada por la santa sede, fue adoptada por los vaticanistas más ingenuos. La expresión «Vatileaks» se ideó en el entorno inmediato del papa (Federico Lombardi reivindica la paternidad cuando le pregunto). La realidad es obviamente un poco más compleja.

El culpable, que por supuesto actuó «en solitario», se llama Paolo Gabriele: era el «mayordomo» del papa (en inglés butler). El bribonzuelo habría fotocopiado cientos de documentos confidenciales, varios miles de páginas, en la secretaría personal del papa Benedicto XVI, que acabaron en manos de la prensa en 2012. Evidentemente, el escándalo es enorme. Se divulgan cartas manuscritas internas destinadas al papa, notas secretas entregadas en mano a Georg Gänswein, y hasta copias de cables diplomáticos cifrados entre las nunciaturas y el Vaticano. El culpable ideal es un laico de 48 años, casado y padre de tres hijos: un seductor italiano, un hombre guapo, al que le gustan las redes secretas. ¡Un chambelán! ¡Un butler! ¡Un chivo expiatorio!

En realidad, nadie puede creer que el mayordomo actuara solo: se trata de una campaña, si es que no de un complot, organizado al más alto nivel del Vaticano. El objetivo es desestabilizar al secretario de Estado Tarcisio Bertone y, a través de él, al papa Benedicto XVI. En el Vatileaks se acusó a un informático, lo que confirma que el butler tenía al menos un cómplice. La principal víctima del Vatileaks, el cardenal Bertone, hablará de un «nudo de víboras y de cuervos»: la expresión se utiliza en plural. ¡Es mucho para un solo «mayordomo»!

Una vez descartada la versión oficial, el caso que hace tambalear el pontificado de Benedicto XVI, y desencadena su caída, sigue siendo muy oscuro. Quedan aún muchas preguntas sin respuesta: ¿quiénes fueron los que inicialmente contrataron a Paolo Gabriele para ese puesto estratégico junto al papa? ¿Con qué cardenales tenía secretamente una mayor afinidad Paoletto, nombre con el que se conoce al mayordomo? ¿Por qué Gänswein permitió que Paolo Gabriele tuviera tanta libertad de maniobra en su propio despacho, donde fueron robados los documentos? ¿Fue el propio Paolo quien eligió qué documentos había que fotocopiar, o fue él quien los copió inicialmente a petición de Georg? ¿Qué papel desempeñó el exsecretario particular de Joseph Ratzinger, Josef Clemens, que, como era notorio, sentía un gran resentimiento hacia Gänswein y estaba en contacto con Paolo Gabriele? Y, finalmente, ¿por qué el Vaticano encubrió a la mayoría de los protagonistas de esta trama de altos vuelos e inculpó solamente al mayordomo, que aparece como un «chivo expiatorio» ideal?

Hay algo seguro: Vatileaks contribuyó a la caída del papa Benedicto XVI y a que saliera a la luz un grado de violencia inusitada en el corazón mismo del Vaticano. Sobre todo, porque no tardará en estallar un segundo caso, adecuadamente bautizado como Vatileaks II.

Varios altos dignatarios de la Iglesia fueron relacionados con ese primer episodio de Vatileaks: el cardenal estadounidense James Harvey, que contrató al mayordomo y con el que al parecer tenía una relación muy próxima; el cardenal italiano Mauro Piacenza, que también hizo de Pigmalión con Paolo Gabriele; el arzobispo Carlo Maria Viganò, que era el secretario general del gobernador de la ciudad del Vaticano; el arzobispo Paolo Romeo, el futuro nuncio Ettore Balestrero e incluso el exsecretario particular del cardenal Ratzinger, Josef Clemens. Se insinuó, sobre todo por parte de la prensa y en algunos libros que fueron inspirados por Georg Gänswein y el entorno de Bertone, que todos esos prelados habían participado de un modo u otro en el caso y, aunque el papel que desempeñaron no quedó establecido, el mero hecho de haber sido trasladados, marginados o apartados por Benedicto XVI o por Francisco permitiría deducir la existencia de alguna relación con este asunto.

El mayordomo, que durante su rápido proceso nunca declaró haber actuado por encargo de nadie, repitió que había obrado por sentido del deber. Escuchémosle: «El sentimiento más fuerte que hay en mí es la convicción de haber actuado por amor exclusivo, diría incluso que visceral, a la Iglesia de Cristo y al [papa]». «No me considero un ladrón», insistió Gabriele, que opinaba que el Vaticano era el «reino de la hipocresía», que existía una omertà sobre la realidad de lo que ocurría. De modo que actuó para que la verdad saliera a la luz y para proteger «al santo padre, que no estaba correctamente informado». En una entrevista realizada para la cadena de televisión La Sette, Paolo Gabriele añadió: «Viendo el mal y la corrupción por todas partes en la Iglesia, llegué a un punto de no retorno, mis frenos inhibidores desaparecieron. Estaba convencido de que un choque, incluso mediático, podía ayudar a la Iglesia a retomar el buen camino». Paolo Gabriele, rodeado de hipocresía y corrupción gay, nunca quiso cargar con toda la responsabilidad del delito y siempre se negó a mostrar arrepentimiento.

De modo que es probable que Paolo Gabriele actuara a instancias de terceras personas, aunque fue el único en ser condenado por robo con agravantes y castigado a dieciocho meses de prisión. Finalmente, Benedicto XVI, que consideraba al mayordomo como «su propio hijo», indultó a Gabriele. El papa, que habló con él antes de perdonarle, insinuó que podría haber sido manipulado: «No deseo analizar su personalidad. Es una curiosa mezcla de convicciones propias y convicciones inspiradas por otros. Ha comprendido que no debería haber hecho eso», dijo Benedicto XVI en Últimas conversaciones.

—La mayoría de los actores de Vatileaks I y II son homosexuales —me confirma un arzobispo de la curia romana. Ese punto explica los dos casos, pero fue sistemáticamente disimulado por el Vaticano y minimizado por la prensa. No se trata de un lobby, como se dijo. Se trata simplemente de relaciones gais y de venganzas interpersonales consecuencia de ellas. Francisco, que conoce perfectamente el caso, castigó a los culpables.



El segundo caso Vatileaks empieza en Madrid. Si bien estalla en tiempos de Francisco, se había urdido en el papado de Ratzinger. El malo de la historia se llama en esta ocasión Lucio Ángel Vallejo Balda y es un personaje muy diferente a Paolo Gabriele.

En una investigación exhaustiva que llevo a cabo en España, la trayectoria de Vallejo Balda aparece tan límpida como opacas serán sus acciones. El periodista José Manuel Vidal, también exsacerdote, me describe al personaje en varias entrevistas celebradas en Madrid:

—Vallejo Balda es la historia de un curita de pueblo al que se le suben los humos a la cabeza. Es guapo, atractivo y escala rápidamente los peldaños del episcopado español. Está en la órbita del Opus Dei, de modo que recibe el espaldarazo de los medios ultraconservadores. En Madrid, forma parte del entorno del cardenal Rouco Varela, un homófobo al que le gusta estar rodeado de ese tipo de jóvenes, herméticos y al mismo tiempo alocados, que se mueven en los medios católicos españoles gay-friendly.

Cuando el papa Benedicto XVI y el cardenal Bertone piden a Rouco que les recomiende un sacerdote de confianza para ocuparse de cuestiones financieras, el cardenal español les envía a Balda. La competencia financiera y la moralidad del joven sacerdote son cuando menos discutibles, pero para Rouco es una ocasión inesperada de colocar un peón suyo en el entorno del papa. Solo que Balda resultará ser un personaje perturbador, como el héroe de la película Teorema de Pasolini o el protagonista crístico de El idiota de Dostoievski: atraerá las miradas de todos y provocará literalmente una explosión en el interior del Vaticano.

Ordenado sacerdote a los 26 años, Lucio Ángel Vallejo Balda, un small town boy («chico de pueblo») madrileño de adopción, era «irresistible», según confirman quienes le conocieron en aquella época. Hoy, con 55 años y de vuelta al mundo rural, todavía sigue siendo un hombre atractivo.

—Era un provinciano recién llegado del pueblo. Era un ángel, como indica su nombre, con una atractiva mezcla de pueblerino y arribista. Impresionó de inmediato al cardenal Rouco Varela, y más por estar en la órbita del Opus Dei —me confía otro sacerdote con el que hablé en Madrid.

Su promoción, propiciada por su descubridor Rouco, y su espectacular ascenso romano, apoyado especialmente por el cardenal español Antonio Cañizares, suscitan no obstante reservas en el seno de la Conferencia Episcopal Española. Ahora, cuando las lenguas ya se han soltado, me entero de que algunos obispos y cardenales españoles criticaron públicamente el nombramiento de Balda en Roma, al que consideraban «un granujilla» que llevaba una «vida disipada», «impropia».

—Los responsables de la Conferencia Episcopal Española consideraron que esta elección no estaba justificada y era peligrosa para el papa. Hubo incluso una pequeña rebelión contra Rouco por este motivo, aquí en Madrid —me explica un sacerdote del entorno de la CEE.

El hecho es que Balda, procedente de una familia pobre, se encuentra en Roma con el diablo en el cuerpo, y allí este ángel en el exilio empieza a vivir la dolce vita: hoteles de lujo, grandes restaurantes, veladas con muchachos y una vida XXL de VIP. Más allá del Tíber provoca más de un desvanecimiento.

—En Roma, el hombre enloqueció —me resume con más severidad un sacerdote romano que le conoció bien.

Sin tener una inteligencia especial, pero con esa audacia que todo lo puede, Vallejo Balda se convierte inesperadamente en el número dos de la APSA, la administración de la curia que gestiona el patrimonio y el dinero del Vaticano. Encargado asimismo del control de la banca de la santa sede, el joven español dispone ahora de toda la información. La «frente llena de eminencias», sabe relacionarse y tiene dinero. La confianza que Bertone deposita en él es tanto más ciega ¡si tenemos en cuenta que la Italia católica se está convirtiendo, gracias a él, en la casa de Tócame Roque!

Cuando estalla el Vatileaks II, el ángel hispano lleno de ambiciones y con una vida ardorosa es el primer sospechoso. Documentos financieros ultrasensibles sobre el banco del Vaticano aparecen publicados en los libros de dos periodistas italianos, Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi. El mundo descubre, estupefacto, las innumerables cuentas corrientes ilegales, las transferencias de dinero ilícitas y la opacidad del banco del Vaticano, con pruebas que lo apoyan. El propio cardenal Tarcisio Bertone está en la picota, como hemos visto, por haber restaurado su lujoso apartamento, en el Vaticano, con el dinero de la fundación del hospital pediátrico Bambino Gesù.

Además, en el centro de todo el asunto hay una mujer, cosa rara en el Vaticano: Francesca Immacolata Chaouqui, una italoegipcia de 31 años. Laica, seductora y comunicativa, es del agrado de los conservadores de la curia por su proximidad al Opus Dei; Chaouqui altera la rutina vaticana con sus métodos empresariales aprendidos en Ernst & Young; pero por encima de todo enloquece a los pocos heterosexuales de la curia con su voluminosopecho y su melena infantil. Misteriosamente, la consultora está bien introducida en el Vaticano, hasta el punto de ser nombrada experta de la comisión de reforma sobre las finanzas y la economía de la santa sede. ¿Mantiene esta mujer fatal una relación secreta con el sacerdote fatal Vallejo Balda? Esta es la tesis defendida implícitamente por el Vaticano.

—El Vaticano inventó la historia de la relación entre Vallejo Balda y Francesca Immacolata Chaouqui. El objetivo de este storytellinges dar un sentido a un asunto que no lo tiene, salvo si pensamos que Balda tenía otras relaciones que había que ocultar —me explica un sacerdote de la curia.

Un confesor de san Pedro me confirma:

—Cuando fue detenido, Vallejo Balda estuvo en arresto domiciliario en nuestra casa, aquí, entre el palacio de Justicia y la gendarmería, en la plaza Santa Marta. Le permitieron tener un teléfono y un ordenador, y desayunaba todos los días con nosotros. Sé con toda certeza que nunca fue amante de Chaouqui.

Con toda probabilidad, la pretensión de Vatileaks II era desestabilizar a Francisco, del mismo modo que el objetivo de Vatileaks I era destronar a Bertone y a Benedicto XVI. La operación podría haber sido diseñada por los cardenales de la curia ratzingueriana opuestos a la línea política del nuevo papa, y ejecutada por Balda.

Uno de ellos, persona inflexible y con una doble vida, desempeña un papel fundamental en este asunto: dirigía uno de los «ministerios» del Vaticano. El sacerdote don Julius, que lo frecuentaba en el Vaticano, lo define como una old-fashion old-school gay lady («una mujer que frecuenta a homosexuales a la vieja usanza»), cuyo único objetivo en la vida sería la denigración. El vaticanista Robert Carl Mickens me habla de él: «es una nasty Queen» («una loca venenosa»).

Por supuesto, Benedicto XVI estaba al corriente de la sexualidad contra natura de ese cardenal y de sus descomunales extravagancias. Sin embargo, lo quería, según afirman varios testimonios, porque durante mucho tiempo creyó que su homosexualidad no era practicante, sino casta o questionning. En cambio Francisco, que no es muy amante de los matices de gayness, pero estaba bien informado del «caso», lo apartó de la curia. Traidor, homófobo y ultragay, ese cardenal es en todo caso el nexo de unión entre los dos Vatileaks. Sin la clave homosexual, estos casos permanecen opacos; con esta clave de lectura, empiezan a aclararse.

En el proceso, el Vaticano acusó de organización criminal a cinco personas: Vallejo Balda, su secretario particular, la consultora Francesca Immacolata Chaouqui y los dos periodistas que divulgaron los documentos. Balda será condenado a dieciocho meses de cárcel; tras haber cumplido solamente la mitad de la pena, es puesto en libertad condicional y enviado a su diócesis de origen, en el noroeste de España, donde actualmente reside. Los cardenales que pudieron ser los promotores del caso o los cómplices de Balda no fueron importunados por los tribunales del Vaticano.

Los dos casos Vatileaks son las temporadas I y II de una misma serie televisiva, cuyo secreto posee la Italia católica. El nexo que las une gira en parte en torno a la cuestión homosexual, hasta el punto de que un vaticanista inglés bien informado habla irónicamente «del caso de Butler y de Hustler» sin que se sepa muy bien, en la trama de las responsabilidades cruzadas de estos dos casos imbricados, a quién van dirigidos esos calificativos poco amables.

Sigue habiendo un misterio que no he conseguido aclarar del todo. Entre los motivos que pueden explicar que un hombre actúe en contra de los suyos, ¿cuál es el dominante en Paolo Gabriele y en Lucio Ángel Vallejo Balda hasta el punto de incitarles a hablar? Si damos crédito al famoso código MICE, utilizado por los servicios secretos de todo el mundo, existen básicamente cuatro razones que pueden mover a alguien a revolverse contra los suyos: Money; Ideology (las ideas); Corruption y Compromission (y, sobre todo, chantaje sexual); por último, el Ego. Teniendo en cuenta la magnitud de la traición, y el grado de engaño, cabe pensar que a los distintos protagonistas de estos dos psicodramas les mueven a la vez las cuatro razones del código MICE.



Sobre el escritorio del cardenal Jozef Tomko, el libro de Francesca Immacolata Chaouqui. El cardenal eslovaco coge el libro, que evidentemente está leyendo, y me lo enseña.

El anciano, alegre y simpático, nos recibe a Daniele y a mí en su apartamento privado. Hablamos de su trayectoria como «papa rojo», nombre que recibe el cardenal encargado de la evangelización de los pueblos; evocamos sus lecturas, al margen del libro de Chaouqui: Jean Daniélou, Jacques Maritain y Verlaine, del que me habla con pasión ese cardenal perfectamente francófono. Sobre un estante del salón donde nos recibe, veo una hermosa fotografía del papa Benedicto XVI, envuelto en su capa roja, estrechando afectuosamente las manos de Tomko.

Gracias a esta proximidad con Joseph Ratzinger, Tomko fue uno de los tres cardenales encargados de investigar la curia romana después de Vatileaks. Junto con sus colegas cardenales, el español Julián Herranz y el italiano Salvatore De Giorgi, recibió del papa el encargo de realizar una investigación interna absolutamente secreta. El resultado —un informe de inspección muy detallado, dos tomos de 300 páginas— es un documento explosivo sobre las desviaciones de la curia y los escándalos financieros y homosexuales del Vaticano. Algunos comentaristas y periodistas incluso llegaron a pensar que ese informe había sido la causa de la dimisión del papa.

—Junto con Herranz y De Giorgi, escuchamos a todo el mundo. Intentamos comprender. Era un asunto entre hermanos, no era en absoluto un proceso, como algunos dijeron más tarde —precisa Jozef Tomko.

Y el anciano cardenal añade, a propósito del informe, con una frase sibilina:

—No entienden la curia. Nadie entiende la curia,

Los tres cardenales, de 87, 88 y 94 años, son conservadores. La mayor parte de su carrera ha transcurrido en Roma y conocen el Vaticano a la perfección. De Giorgi es el único italiano que ha sido obispo y arzobispo en varias ciudades del país y es el más inflexible de los tres. Tomko es un misionero más gay-friendly, que ha viajado por todo el mundo. El tercero, Herranz, es miembro del Opus Dei y fue el encargado de coordinar la misión y de dirigirla.

Cuando visito a Herranz, en su apartamento, cerca de la plaza de San Pedro, me enseña una antigua fotografía en la que el sacerdote español aparece de joven junto al fundador de la orden, Josemaría Escrivá de Balaguer, cogidos del brazo.

En la fotografía, el joven Herranz, de 27 años, es extraordinariamente seductor; ahora, a los 88 años, contempla esta imagen que le habla de un tiempo muy lejano, irreversible, como si al joven soldado del Opus Dei le resultara ajena. Hace una pausa. ¡Qué triste! Esta fotografía sigue siendo eternamente joven y él ha envejecido terriblemente. Herranz permanece en silencio unos segundos y ¿sueña tal vez con otro mundo al revés, en el que esta fotografía habría envejecido y él se mantendría joven?

Según los testimonios de los sacerdotes o asistentes que trabajaron con Tomko, Herranz y De Giorgi, los tres cardenales están literalmente obsesionados por la cuestión homosexual. De Giorgi es conocido por haber interpretado las relaciones de poder en el seno de la curia desde la óptica de las redes gais, y se le acusa, como a Herranz, de confundir a menudo pedofilia y homosexualidad.

—De Giorgi es un ortodoxo. También es un coqueto al que le gusta que hablen de él. ¡Al parecer, su objetivo en la vida era que el Osservatore Romano hablara bien de él! Se dirigía constantemente a nosotros con este objetivo —me explica un colaborador del diario oficial del Vaticano. (A pesar de las muchas peticiones, De Giorgi es el único de los tres cardenales que no quiso recibirme, negativa que explicó con palabras confusas, llenas de animosidad y de reproches.)

Herranz, Tomko y De Giorgi necesitaron ocho meses para llevar a cabo su investigación. Se interrogó a un centenar de sacerdotes que trabajan en el Vaticano. Oficialmente, solo cinco personas tuvieron acceso a ese informe (en realidad, una decena), tan delicado que al parecer se guarda una copia en la caja fuerte del papa Francisco.

Lo que descubren los tres informantes es la extensión de la corrupción en el Vaticano. Dos personas que leyeron este informe, entre esos cardenales, sus asistentes, el entorno de Benedicto XVI y otros cardenales o prelados de la curia, me describieron las grandes líneas y algunos pasajes de manera más detallada. El propio papa Benedicto XVI, en Últimas conversaciones, desveló los elementos del informe que estarían relacionados, según sugiere, con una «camarilla homosexual» y un lobby gay.

—Sabemos que los escándalos homosexuales constituyen uno de los elementos centrales del informe de los tres cardenales —me dice, a condición de mantener el anonimato, un sacerdote de la curia que había trabajado para uno de esos cardenales.

La conclusión más llamativa del informe, auténtica clave que permite comprender el Vaticano, es el vínculo entre los asuntos financieros y la homosexualidad, la vida gay oculta estrechamente relacionada con las malversaciones financieras. Esta articulación entre el sexo y el dinero es una de las claves para la comprensión de Sodoma.

El informe revela asimismo que un grupo de cardenales gais, al más alto nivel de la curia, buscaba la caída del cardenal Bertone. Habla también de los círculos de lujuria en el Vaticano e intenta describir la red que hizo posible la filtración y el escándalo Vatileaks I. Aparecen muchos nombres en ese informe: los de los cardenales James Harvey, Mauro Piacenza y Angelo Sodano. También habrían sido objeto de chantaje importantes prelados. Aunque no me concretan los hechos, sí me indican que los nombres de Georg Gänswein y del hermano del papa, Georg Ratzinger, aparecen en el informe.

Pese a su pretensión de seriedad, ese informe no es más que una «mascarada» y hasta una «hipocresía», según me informa una persona que tuvo acceso a él. Los tres cardenales

homófobos pretenden desentrañar la realidad de Sodoma, pero pasan por alto el conjunto del sistema al no comprender su amplitud y sus códigos. A veces, identifican a algunos conspiradores y ellos mismos ajustan las cuentas. Atrapan ovejas descarriadas, como siempre, y elaboran algunos «registros sexuales» a partir de simples rumores, de chismes, de «se dice», sin un procedimiento contradictorio, fundamental en todo buen juicio. Esos prelados son extrañamente juez y parte.

La principal conclusión del informe es, por tanto, la actualización de un importante lobby gay en el Vaticano (la expresión se repite en el informe, según dos fuentes). Pero a los tres cardenales, al fin y al cabo bastante incompetentes, les cuesta descifrar unas realidades que apenas tratan superficialmente. O sobreestiman o subestiman el único problema real del Vaticano: su matriz homosexual inherente. Al final, la opacidad del informe es aún mayor por no haber entendido o no haber querido describir lo que realmente es Sodoma.

En cualquier caso, Benedicto XVI y Francisco repiten públicamente la expresión más fuerte del informe, el supuesto lobby gay, confirmando de hecho que ocupa un lugar central en el documento. En el traspaso de poderes entre Benedicto XVI y Francisco, veremos en las fotos de Castel Gandolfo una caja y unas carpetas bien precintadas encima de una mesa baja. Según varias fuentes, se trataría del famoso informe.

Se puede entender la reacción aterrorizada de Benedicto XVI al leer este documento secreto. Frente a tanta lujuria, tantas dobles vidas, tanta hipocresía, tantos homosexuales encubiertos en todas partes, dentro del mismo Vaticano, ¿se derrumban todas las creencias de este papa sensible sobre «su» Iglesia? Esto se dijo. También me cuentan que lloró al leer el informe.

Para Benedicto XVI es demasiado. ¿Es que no va a acabar nunca ese calvario? Ya no tiene ganas de luchar. Cuando lee el informe de los tres cardenales, toma la decisión: abandonará la barca de san Pedro.

Pero el vía crucis de Benedicto XVI, una figura trágica, aún no ha llegado a su fin. Le quedan todavía varias estaciones antes de su «renuncia».



Mucho antes de la entrega del informe secreto, los casos de pedofilia ya habían salpicado el naciente pontificado de Benedicto XVI. A partir de 2010, pasan a ser endémicos. Ya no son casos aislados o excesos, como estuvo repitiendo durante mucho tiempo el cardenal Sodano para proteger a la Iglesia: se trata de algo sistémico, que ahora es el foco de atención.

«¿Booze, Boys or Broads?»: en las redacciones de habla inglesa surge la pregunta ante cada nuevo escándalo, un auténtico flujo incesante de abusos de toda clase bajo el papado de Ratzinger. ¿Alcohol, pedofilia o prostitutas? (En realidad, ¡pocas veces chicas!) Decenas de miles de sacerdotes (5.948 en Estados Unidos, 1.880 en Australia, 1.670 en Alemania, 800 en los Países Bajos, 500 en Bélgica, etcétera) son denunciados durante estos años, la mayor serie de escándalos en toda la historia del cristianismo moderno. Y se registran decenas, tal vez centenas o miles de víctimas (4.444 solo en Australia, 3.677 menores en Alemania, etcétera). Están involucrados decenas de cardenales y centenares de obispos. Los obispados están destruidos, las diócesis devastadas. Cuando Benedicto XVI renuncie al papado, la Iglesia católica será un campo de batalla asolado. Mientras tanto, el sistema Ratzinger se habrá hundido literalmente.

El propósito de este libro no es analizar esos miles de casos de pedofilia al detalle. Sí lo es, en cambio, intentar comprender por qué Benedicto XVI, tan exhaustivo y tan obsesionado en su guerra contra los actos homosexuales legales, se mostró impotente ante los abusos sexuales de menores. Es cierto que denunció muy pronto las «impurezas en la Iglesia» y, dirigiéndose al Señor, declaró: «¡Las vestiduras y el rostro tan sucio de Tu Iglesia nos causan espanto!». También publicó varios textos de una gran firmeza.

Pero entre la negación y el asombro, el amateurismo y el pánico, y demostrando siempre poca o ninguna empatía con las víctimas, el balance del pontificado respecto a este tema sigue siendo desastroso.

—Los abusos sexuales de la Iglesia no son una página sombría del pontificado de Benedicto XVI: se trata de la mayor tragedia, la mayor catástrofe de la historia del catolicismo desde la Reforma —me dice un sacerdote francés.

Sobre esta cuestión, hay dos tesis enfrentadas. La primera (por ejemplo, la de Federico Lombardi, exportavoz del papa, y en general la de la santa sede): Benedicto XVI actuó con destreza y fue el primer papa que se tomó en serio la cuestión de los abusos sexuales de los sacerdotes. En cinco entrevistas, Lombardi me recuerda que el papa «laicizó», es decir, redujo al estado laical, «a más de 800 sacerdotes» declarados culpables de abusos sexuales. Es imposible comprobar esta cifra y, según otros testigos, sería totalmente exagerada y no excedería unas pocas docenas (en el prefacio de Últimas conversaciones, un libro oficial de Benedicto XVI de 2016, se menciona la cifra de 400, es decir, la mitad). Dado que en el Vaticano existe un sistema de mentira generalizada sobre este tipo de asuntos, como mínimo cabe dudar de la realidad de esas cifras.

La segunda tesis (que es sobre todo la de la justicia en los países afectados y la de la prensa): la Iglesia de Benedicto XVI es responsable de todos estos expedientes. Sabemos, de hecho, que todos los casos de abusos sexuales, como había deseado Joseph Ratzinger, desde la década de 1980, iban a parar a la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma, donde eran estudiados. Joseph Ratzinger, que fue prefecto de este «ministerio» y luego papa, estuvo a cargo del archivo entre 1981 y 2013, es decir, durante más de treinta años. Los historiadores se mostrarán, sin duda, extraordinariamente severos ante las ambigüedades del papa y su forma de actuar; hay quienes piensan incluso que nunca podrá ser canonizado por esta razón.

A todo esto hay que sumarle el fracaso de la justicia vaticana. En la santa sede, una verdadera teocracia que no es un estado de derecho, no hay, en realidad, una separación de poderes. Según todos los testigos entrevistados, incluidos los principales cardenales, la justicia del Vaticano es muy defectuosa. El derecho canónico se falsifica constantemente, las constituciones apostólicas están incompletas, los magistrados carecen de experiencia y, en la mayoría de los casos, son incompetentes, y en los tribunales falla el procedimiento y no hay formalidad. Hablé con el cardenal Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, y con el cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente del Consejo pontificio para los textos legislativos, y me pareció que estos prelados no eran capaces de juzgar con total independencia casos de este tipo.

—La justicia no existe en el Vaticano. Los procedimientos no son fiables, las investigaciones no son creíbles, hay una grave falta de medios y las personas son incompetentes. ¡Nisiquiera hay una cárcel! Es una parodia de justicia —me confirma un arzobispo cercano a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Giovanni Maria Vian, el director del Osservatore Romano, del entorno del secretario de Estado Tarcisio Bertone, con un papel fundamental en el sistema, me confiesa también, en una de nuestras cinco entrevistas (todas ellas grabadas con su autorización), que se niega a publicar las reseñas de las audiencias y de los juicios en el periódico oficial del Vaticano porque desacreditaría a toda la institución…

Esta parodia de justicia vaticana es denunciada por numerosos especialistas del derecho, incluido un exembajador ante la santa sede, que también es jurista:

—Estos casos de abusos sexuales son de una enorme complejidad legal y técnica: requieren investigaciones de varios meses, numerosas audiencias, como muestra actualmente el procedimiento contra el cardenal George Pell en Australia, que ha movilizado a decenas de magistrados y de abogados y ha exigido miles de horas de trámites. No tiene sentido pensar que el Vaticano pueda juzgar uno de estos casos. No está preparado para ello: no tiene textos, ni procedimientos, ni abogados, ni magistrados, ni medios para investigar, ni siquiera derecho a ocuparse de ellos. El Vaticano no tiene otra solución que hacer constar su total incompetencia y dejar que actúen las justicias nacionales.

Ese juicio severo quedaría matizado si tomamos en consideración el trabajo riguroso que realizan algunos cardenales y obispos, por ejemplo el llevado a cabo por Charles Scicluna, arzobispo de Malta, en los casos Marcial Maciel en México y Fernando Karadima en Chile. No obstante, incluso la comisión antipedofilia del Vaticano, constituida por el papa Francisco, ha sido objeto de críticas: pese a la buena voluntad del anciano cardenal Sean O’Malley, arzobispo de Boston, que la preside, tres de sus miembros han dimitido para protestar contra la lentitud de los procedimientos y el doble juego de los dicasterios implicados. (O’Malley, de 74 años, pertenece a otra época y no parece ser la persona capaz de gestionar este tipo de casos: en Testimonianza, monseñor Viganò cuestiona su imparcialidad y en ocasión de una estancia en Estados Unidos, en el verano de 2018, cuando le pido al cardenal una entrevista, su secretaria, incómoda, me confiesa que el cardenal «no lee sus correos electrónicos, no sabe utilizar Internet y no tiene portátil», me propone que le envíe un fax.)

Por último, resulta difícil no mencionar el caso que afecta al propio hermano de Benedicto XVI. En Alemania, Georg Ratzinger se vio implicado en un inmenso escándalo de sevicias y abusos sexuales a menores en su época como director del célebre coro de niños cantores de la catedral de Ratisbona entre 1964 y 1994, es decir, durante más de treinta años. Ahora bien, en 2010 la justicia alemana y un informe interno de la diócesis revelaron que más de 547 niños de la escuela a la que estaba vinculado este prestigioso coro habían sido víctimas de violencias y 67 habían sufrido abusos sexuales y violaciones. Cuarenta y nueve sacerdotes y laicos son hoy sospechosos de estos abusos y nueve de agresiones sexuales. A pesar de sus negativas, es difícil creer que Georg Ratzinger no estuviera al corriente de la situación. El papa probablemente también estaba informado: por otra parte, como se supo más tarde, este caso fue tomado tan en serio por la santa sede que fue seguido al más alto nivel de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Varios cardenales y el entorno inmediato del soberano pontífice incluso habrían defendido al hermano mayor delpapa. (Tres cardenales aparecen citados en los numerosos procesos judiciales que están en marcha en Alemania.)

Surgen hoy voces, incluso entre los sacerdotes y los teólogos, que consideran que el fracaso de la Iglesia católica en el caso de los abusos sexuales afecta en primer lugar a la gobernanza y a las ideas de Joseph Ratzinger. Uno de ellos me dice:

—Es un hombre que ha dedicado su vida a denunciar la homosexualidad. La ha convertido en uno de los peores males de la humanidad. Pero al mismo tiempo, ha hablado muy poco de la pedofilia y ha tardado mucho en tomar conciencia de la magnitud del problema. Nunca ha establecido realmente la diferencia teológica entre las relaciones sexuales entre adultos, libremente consentidas, y los abusos sexuales a menores de quince años.

Otro teólogo crítico con Benedicto XVI, al que entrevisté en América Latina, me dice:

—El problema de Ratzinger es la escala de valores, que está completamente pervertida desde el principio. Sancionó con dureza a los teólogos de la liberación y castigó a los sacerdotes que distribuían condones en África, pero disculpó a los sacerdotes pedófilos. ¡Decidió que el mexicano multirreincidente y pedófilo, Marcial Maciel, era demasiado viejo para ser reducido al estado laical!

El caso es que para el papa Benedicto XVI la sucesión ininterrumpida de revelaciones sobre los abusos sexuales de la Iglesia es mucho más que una «temporada en el infierno». Ataca la esencia misma del sistema ratzingueriano y su teología. Independientemente de los desmentidos públicos y de las posiciones de principio, el papa en el fondo sabe muy bien, me atrevería a decir que por experiencia, que el celibato, la abstinencia y el no reconocimiento de la homosexualidad de los sacerdotes constituyen el núcleo de todo el asunto. Su pensamiento, minuciosamente elaborado en el Vaticano durante cuatro décadas, estalla en pedazos. Este fracaso intelectual forzosamente debió contribuir a su renuncia.

Un obispo de lengua alemana me resume la situación:

—¿Qué quedará del pensamiento de Joseph Ratzinger, cuando se haga un balance real? Yo diría que su moral sexual y sus posturas sobre el celibato de los sacerdotes, la abstinencia, la homosexualidad y el matrimonio gay. Es su única novedad auténtica y su originalidad. Ahora bien, los abusos sexuales lo han destruido todo definitivamente. Sus prohibiciones, sus reglas, sus fantasmas: todo esto ya no se sostiene. No queda nada de su moral sexual. Y aunque nadie osa confesarlo públicamente en la Iglesia, todo el mundo sabe que no se podrá acabar con los abusos sexuales de los sacerdotes hasta que no se suprima el celibato, se reconozca la homosexualidad en la Iglesia para que los sacerdotes puedan denunciar los abusos y se permita la ordenación sacerdotal de las mujeres. Todas las otras medidas contra los abusos sexuales son inútiles. Básicamente, hay que invertir completamente la perspectiva ratzingueriana. Lo sabe todo el mundo. Y los que dicen lo contrario son ahora cómplices.

El juicio es duro, pero son muchos los que hoy, en la Iglesia, comparten si no estas palabras, al menos esas ideas.



En marzo de 2012, Benedicto XVI vuela a México y Cuba. Sus temporadas en el infierno continúan: después de un invierno marcado por nuevas revelaciones sobre la pedofilia, llega una primavera de escándalos. Nueva estación en su largo vía crucis, Joseph Ratzinger descubrirá en La Habana un mundo demoníaco cuya existencia no sospechaba, nien la peor pesadilla. Y a la vuelta de su viaje a Cuba tomará la decisión de renunciar. A continuación veremos por qué.



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LA ABDICACIÓN

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