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domingo, 1 de septiembre de 2019

SODOMA (Poder y Escándalo en el Vaticano) Capítulo 21



21

EL VICEPAPA



La fotografía es tan irreal que podríamos pensar que se ha retocado con photoshop. El cardenal secretario de Estado Tarcisio Bertone preside en majestad: está sentado en una silla elevada, dispuesta sobre una tarima azul, y cubre su cabeza con una mitra amarilla forrada de rojo. De modo que, gracias a esta triple disposición —tarima, trono y mitra—, parece un gigante algo terrorífico. Está rígido como un emperador en el momento de la coronación, a menos que sea debido a un exceso de calcio.

A la derecha, el cardenal Jorge Bergoglio parece muy pequeño: sentado en una sencilla silla de metal, fuera de la tarima, va vestido simplemente de blanco. Bertone lleva gafas oscuras de aviador; Bergoglio, sus grandes gafas graduadas. La casulla de Bertone, de color dorado, termina en un encaje blanco que me recuerda los tapetes de mi abuela; en la muñeca, resplandece un reloj, que se identificó como un Rolex. La tensión entre ambos es palpable: Bertone mira al frente, con una mirada inquisidora, rígido como una momia; Bergoglio tiene la boca abierta en un gesto de estupefacción, puede que provocado por ese César pedante.

La fotografía, que puede verse en Google e Instagram, es de noviembre de 2007: fue tomada con ocasión de un viaje del secretario de Estado a Argentina, para asistir a una ceremonia de beatificación. Por aquel entonces, Bertone era el personaje más poderoso de la Iglesia católica, después de Benedicto XVI: le llamaban el «vicepapa». Unos años más tarde, será relegado; y Bergoglio será elegido soberano pontífice con el nombre de Francisco.



Tarcisio Bertone nació en 1934 en el Piamonte. Comparte origen con Angelo Sodano, su predecesor en la Secretaría de Estado: la Italia del Norte. Junto con Sodano, es el segundo gran villano de este libro. Y por supuesto, en este gran teatro shakespeariano que siempre ha sido la curia romana, esos dos gigantes de vanidad y de intransigencia se convertirán en «enemigos complementarios».

Hijo de campesinos montañeses, Bertone es un salesiano, congregación católica fundada en Italia y dedicada fundamentalmente a la educación. Su carrera fue durante mucho tiempo tranquila. Durante treinta años, apenas se habla de él: es sacerdote y se dedica a la enseñanza. No obstante, va creando discretamente una red de relaciones que le permite ser nombrado, a los 56 años, arzobispo de Verceil, en su Piamonte natal.

Uno de los hombres que le conoce bien en esa época es el cardenal Raffaele Farina, también salesiano, que nos recibe, a Daniele y a mí, en su apartamento del Vaticano. Desde su ventana, se ven los apartamentos del papa, a tan solo unos metros, y un poco más lejos, las espectaculares terrazas de los cardenales Giovanni Battista Re o Bertone. Más lejos aún, la terraza penthouse de Angelo Sodano. Todos estos cardenales octogenarios se observan con desconfianza, envidia y animosidad, desde sus ventanas respectivas. Una auténtica guerra de terrazas.

—Yo presidía la universidad salesiana cuando llegó Bertone —explica Farina—. Fue mi adjunto. Le conozco bien y jamás le habría nombrado secretario de Estado del Vaticano. Le gustaba viajar o dedicarse a sus propios asuntos. Habla mucho, sobre todo italiano y un poco de francés; tiene muchos contactos internacionales; no obstante, las cosas no le fueron demasiado bien en la universidad salesiana, antes de fracasar del todo en el Vaticano. —Y añade, a modo de digresión—: Bertone no paraba de mover las manos. Es un italiano del Norte que habla con las manos, ¡como un hombre del Sur!

Farina conoce todos los secretos del Vaticano. Nombrado cardenal por Benedicto XVI, al que se sentía muy próximo, fue designado por Francisco para presidir la importante comisión de reforma del banco del Vaticano. Lo sabe todo de finanzas, corrupción y homosexualidad, y hablamos extensamente de estos temas con sorprendente libertad a lo largo de varias entrevistas.

Al término de una de nuestras citas, Farina se ofrece a acompañarnos. Subimos a su coche, un pequeño Volkswagen Up!, y terminamos la conversación a bordo del vehículo diplomático del Vaticano que conduce él mismo a los 85 años. Pasamos por delante del edificio del apartamento del cardenal Tarcisio Bertone, y luego por delante del de Angelo Sodano. Recorremos las calles empinadas del Vaticano, entre los cerezos en flor, bajo la mirada atenta de los guardias, que saben por experiencia que los reflejos del cardenal Farina no son todo lo buenos que deberían ser. A veces no respeta una señal de stop; otras veces emboca una calle en sentido contrario; en cada ocasión los guardias le hacen gestos y le reorientan prudentemente. Llegamos sanos y salvos a la Puerta de Santa Ana, tras algunos sustos y un recuerdo maravilloso de una conversación con un cardenal que le ha dado a la lengua. ¡Y de qué modo!

¿Acaso Bertone es estúpido? Es lo que todo el mundo me da a entender hoy en el Vaticano. Realmente es difícil encontrar un prelado o un nuncio que le defienda, aunque esas críticas tan desmesuradas, que provienen de los mismos que ayer le encumbraban, olvidan las raras cualidades de Bertone, entre las que se encuentran su gran capacidad de trabajo, su fidelidad a las personas, su aptitud para establecer redes en el episcopado italiano y su dogmatismo ratzingueriano. Ahora bien, a falta de autoridad natural, es autoritario, como muchos incompetentes. Los que le conocieron en Génova le describen como un hombre formalista, pagado de sí mismo, y que, en el palacio donde recibía, tenía una corte de jóvenes solteros y de viejos solterones.

—Nos hacía esperar como si tuviéramos audiencia con el papa —me explica, describiéndome la escena, el embajador de Francia en el Vaticano, Pierre Morel.

Uno de los antiguos alumnos de Bertone, cuando daba clases de derecho y de francés, un sacerdote con el que hablo en Londres, me dice en cambio que «era un excelente profesor y muy divertido». Según la misma fuente, a Bertone le gustaba citar a Claudel, Bernanos o Jacques Maritain. Bertone me confirma en una carta esas lecturas; también pide disculpas por su francés un poco oxidado y me agradece habérselo «refrescado» con el libro que le regalé: el famoso librito blanco.

Según la opinión de muchos, Tarcisio Bertone demostró el máximo nivel de incompetencia en la Secretaría de Estado. El cardenal Giovanni Battista Re, antiguo «ministro» de Interior de Juan Pablo II, y enemigo de Bertone, me revela midiendo sus palabras:

—La Congregación para la Doctrina de la Fe era el sitio perfecto para Bertone, pero no estaba preparado para el cargo de secretario de Estado.

Don Julius, el confesor de San Pedro, que tuvo relación con él y hasta puede que le confesara, añade:

—Era presuntuoso, era un mal profesor de derecho canónico.

Los confesores de San Pedro, que en su mayoría son al menos homófilos, constituyen una fuente interesante de información en el interior del Vaticano. Viven en un edificio de edad indefinida, situado en la plaza de Santa Marta, en celdas individuales y disponen de espaciosos comedores colectivos. A menudo he celebrado mis entrevistas allí, en el parlatorio que, aunque se halla en el centro neurálgico de la santa sede, es el lugar más discreto del mundo: nadie molesta a un confesor que confiesa, o se confiesa.

Desde este puesto de observación situado entre el palacio de Justicia y las oficinas de la policía vaticana, a dos pasos de la residencia del papa Francisco y frente al apartamento de Bertone, los confesores lo ven todo y lo saben todo. Fue allí donde estuvo retenido Paolo Gabriele, después del asunto Vatileaks: por primera vez, sus celdas se convirtieron en una auténtica prisión.

Los confesores de San Pedro me lo cuentan todo de forma anónima. Saben qué cardenal está implicado en tal asunto de corrupción; quién se acuesta con quién; qué guapo secretario acude por la noche al apartamento de lujo de su patrón; a quién le gustan los guardias suizos y quién prefiere los policías más viriles.

Uno de los sacerdotes afirma, sin romper el secreto de confesión:

—¡Ningún cardenal corrupto ha dicho en confesión que es corrupto! ¡Ningún cardenal homófilo nos ha confesado sus inclinaciones! Nos hablan de estupideces, de detalles sin importancia. Y, sin embargo, nosotros sabemos que están tan corrompidos que no tienen ni idea de lo que es la corrupción. Mienten incluso en confesión.



La carrera de Bertone despega realmente cuando es reclamado por Juan Pablo II y Joseph Ratzinger para ser el número dos de la importante Congregación para la Doctrina de la Fe. Es el año 1995; tiene sesenta años.

Para un hombre rígido, estar en el cargo más doctrinal de toda la Iglesia es una bendición. «La rigidez al cuadrado», me dice un sacerdote de la curia. Allí es donde Bertone adquiere una mala reputación de policía del pensamiento.

Monseñor Krzysztof Charamsa, que trabajó muchos años en el palacio del Santo Oficio, lo compara con una «sucursal de la KGB», un «auténtico sistema totalitario opresor que controlaba las almas y los dormitorios». ¿Presionaba psicológicamente Bertone a ciertos obispos homosexuales? ¿Le hacía saber a algún cardenal que existía un dosier sobre él y que más le valía andarse con cuidado? Charamsa adopta una actitud evasiva cuando le pregunto.

El hecho es que esa forma de trabajar de Bertone en la Congregación le hace merecedor del sobrenombre de Hoover.

—Un Hoover, aunque con menos estilo —corrige el arzobispo que me desvela ese sobrenombre y me informa de esta interesante comparación con el fundador del FBI estadounidense.

Hoover, que estuvo al frente del FBI de Estados Unidos durante casi cincuenta años, combinaba un conocimiento de los hombres y de las situaciones con una organización estricta de su vida al margen. Luchando de manera incesante y diabólica contra él mismo, elaboró dosieres secretos muy bien sustentados sobre la vida privada de numerosas personalidades y políticos estadounidenses. Sabemos hoy que esta capacidad de trabajo fuera de lo común, ese gusto por el poder más perverso, esa obsesión anticomunista iban acompañados de un secreto: él también era homosexual. Ese hombre, al que le gustaba travestirse en privado, vivió buena parte de su vida esquizofrénica con su principal ayudante Clyde Tolston, al que nombró director adjunto del FBI, antes de convertirle en su heredero.

La comparación con Bertone solo funciona en algunos aspectos, pues la copia difiere del modelo, pero la psicología es la misma. Bertone es un Hoover que no tuvo éxito.

En 2002, Tarcisio Bertone es consagrado arzobispo de Génova por Juan Pablo II y creado cardenal a instancias de Joseph Ratzinger. Unos meses después de su elección, Benedicto XVI le llama para sustituir a Angelo Sodano como secretario de Estado: se convierte en el «primer ministro» del papa.

El arribista triunfador controla ahora todo el poder. Al igual que Sodano, que fue realmente el vicepapa durante los últimos diez años del pontificado de Juan Pablo II, debido ala larga enfermedad del santo padre, Bertone se convierte en vicepapa gracias al desinterés manifiesto de Benedicto XVI por la gestión de los asuntos ordinarios.

Según distintas fuentes, Bertone habría creado un sistema de control interno, compuesto de informes, fichas, monitoring: toda una cadena de mando que culmina en él para proteger los secretos del Vaticano. Ese sistema le habría permitido mantenerse mucho tiempo en el poder si no hubieran surgido dos complicaciones imprevistas en ese proceso perfecto: el escándalo Vatileaks en primer lugar y, algo más inesperado aún, la «renuncia» de Benedicto XVI.

Menos organizado que Hoover, al igual que él Bertone sabe corregir sus defectos eligiendo a las personas. De modo que se acerca a un tal Domenico Giani, al que hace nombrar jefe de la Gendarmería del Vaticano, pese a la oscura oposición del cardenal Angelo Sodano, que espera seguir siendo él quien mueva los hilos. A la cabeza de un centenar de gendarmes, inspectores y policías, este antiguo oficial de la Guardia di Finanza italiana se convertirá en el hombre en la sombra de Bertone para todos los escándalos y misiones secretas.

—Los responsables de la policía italiana son muy críticos con la gendarmería vaticana, que se niega a cooperar con nosotros y utiliza las zonas de extraterritorialidad y la inmunidad diplomática para tapar ciertos escándalos. Las relaciones son cada vez más tensas —me confirma un responsable de la policía italiana.

En un libro polémico, pero con información proporcionada por Georg Gänswein y por un secretario de Bertone, el ensayista Nicolas Diat sugiere que Domenico Giani estaría bajo la influencia o bien de la masonería, o bien del lobby gay, o de los servicios secretos italianos. Un cardenal al que cita considera que es «culpable de alta traición» y sería uno «de los ejemplos más graves de infiltración en la santa sede». (Esas graves insinuaciones jamás fueron probadas ni confirmadas, sino que fueron desmentidas rotundamente por el portavoz del papa Benedicto XVI, y el papa Francisco renovó su confianza en Giani.)

Con la ayuda de Domenico Giani y los servicios técnicos del Vaticano, Bertone vigila la curia. Se instalan cientos de cámaras en todas partes. Las comunicaciones pasan por un filtro. Se piensa incluso en autorizar un único modelo de teléfono móvil especialmente protegido. ¡Clamorosa protesta de los obispos! ¡Se niegan a ser escuchados! El intento de unificar los smartphones fracasará, pero el control existirá. (El cardenal Jean-Louis Tauran me confirmó ese hecho.)

—El Vaticano establece mecanismos de filtro y control en todos los medios de comunicación, teléfonos y ordenadores, de este modo saben todo lo que ocurre en la santa sede y, si es necesario, disponen de pruebas contra quienes pueden causar problemas. Pero en general suelen conservar toda esa información para uso interno —me confirma el exsacerdote Francesco Lepore, que también fue objeto de estrecha vigilancia antes de su dimisión.

El antiguo «ministro» del Interior de Juan Pablo II, Giovanni Battista Re, con el que hablo de este tema en presencia de Daniele, duda no obstante de que el Vaticano dispusiera de los medios para ejercer una vigilancia de este tipo:

—Por definición, en el Vaticano, el secretario de Estado lo sabe todo y, por supuesto, existen dosieres sobre todos. Pero no creo que Bertone estuviera tan bien organizado e hiciera fichas de todo el mundo.

Como la mayoría de los sistemas de vigilancia, el de Bertone-Giani dio lugar a estrategias de elusión o de evitación por parte de los prelados de la curia. La mayoría de ellos empezaron a utilizar aplicaciones seguras como Signal o Telegram, o se procuraron un segundo portátil privado, con el que podían hablar mal tranquilamente del secretario de Estado, discutir los rumores sobre sus correligionarios o trabar relaciones en Grindr. En el Vaticano, donde la red de fibra está sometida a filtros, ese segundo teléfono permite superar el firewall y acceder directamente, o desde el ordenador a través de conexiones compartidas, a direcciones prohibidas, como las páginas eróticas de pago o los agregadores gratuitos de vídeos del tipo YouPorn.

Un día en que me alojo en el apartamento privado de un obispo, en el Vaticano, hacemos una prueba. Intentamos acceder a varias webs eróticas que aparecen bloqueadas con el siguiente mensaje: «Si desea desbloquear esta web, por favor llame al número interno 181, antiguamente 83511, o al 90500». ¡Qué control parental más eficaz!

Repito la misma experiencia unos meses más tarde, desde el apartamento de un obispo, también en el Vaticano, y esta vez leo en la pantalla que «el acceso a la página web solicitada» está bloqueado debido a «la política de seguridad» del Vaticano. La razón que se indica es «Adulto». Puedo utilizar la tecla «Enter» para pedir el desbloqueo.

—Los personajes importantes del Vaticano creen escapar de esta supervisión. Se les deja hacer; pero si un día se convierten en un «obstáculo», se utilizará la información que se tiene sobre ellos para controlarlos —me explica Francesco Lepore.

La pornografía, básicamente gay, es un fenómeno tan frecuente en el Vaticano que mis fuentes me hablan de «graves problemas de adicciones entre los prelados de la curia». Algunos sacerdotes incluso han acudido a servicios especializados en la lucha contra esas adicciones, como NoFap, una web especializada, cuya sede se encuentra en una iglesia católica de Pennsylvania.

Esta vigilancia interna se fue ampliando durante el pontificado de Benedicto XVI, a medida que se multiplicaron los rumores y, por supuesto, estalló el primer escándalo Vatileaks. Cuando el objetivo de estas filtraciones fue el propio Tarcisio Bertone, su paranoia se disparó. Empezó a buscar micrófonos en sus apartamentos privados y a sospechar de sus colaboradores, e incluso llegó a despedir a su chófer al que acusó de informar al cardenal Sodano.

En esta época, la maquinaria del Vaticano se bloquea. Bertone, que tiene a su cargo las relaciones internacionales pero apenas habla idiomas, se aísla de los episcopados locales y multiplica los errores. Poco diplomático, se concentra en aquello que conoce menos mal, esto es, la política italiana del politiqueo y las relaciones con los dirigentes del país, que pretende gestionar directamente (ese aspecto me lo confirmaron dos presidentes de la CEI, los cardenales Camillo Ruini y Angelo Bagnasco).

El secretario de estado de Benedicto XVI se rodea además de colaboradores de poca talla, que dan pie a algunos rumores. Se habla, por ejemplo, del ya célebre Lech Piechota, el secretario preferido de Bertone, con el que parece tener una relación tan estrecha como Ratzinger con Georg Gänswein o Juan Pablo II con Stanislaw Dziwisz.

Intenté entrevistarme con Piechota, pero no lo conseguí. Desde la dimisión de Benedicto XVI, ese sacerdote polaco fue recolocado, según se me sugirió, en el Consejo pontificio para la cultura. En una de mis numerosas visitas a este ministerio, pregunto por Piechota con la intención de averiguar por qué milagro un hombre que al parecer jamás se interesó por las artes pudo aterrizar en ese lugar. ¿Acaso tendría un talento artístico oculto? ¿Estaría represaliado? Intento ingenuamente comprender, de modo que pregunto en dos ocasiones por Piechota a los responsables del Ministerio de Cultura. ¿Está aquí? La respuesta es categórica:

—No sé de quién me está hablando. No está aquí.

Extraña negación. Lech Piechota figura en el Anuario Pontificio como jefe de misión en el Consejo pontificio para la cultura, junto a los nombres del padre Laurent Mazas, del sacerdote Pasquale Iacobone y del arzobispo Carlos Azevedo, a los que entrevisté. Cuando hablé con el telefonista de este ministerio, me pasó con Piechota. Hablamos brevemente, aunque resulta extraño que ese exsecretario del «primer ministro», un hombre que hablaba a diario con decenas de cardenales y jefes de gobierno de todo el mundo, no hable francés, inglés ni español.

Así que Piechota es realmente uno de los jefes de misión del Ministerio de Cultura, pero parece que se ha olvidado incluso su presencia. ¿Hay algo que reprocharle desde que se filtró su nombre en los escándalos Vatileaks? ¿Es absolutamente necesario proteger a ese secretario personal y privado del cardenal Bertone? ¿Por qué ese sacerdote polaco Piechota actúa con tanta discreción? ¿Por qué abandona a veces su despacho del Consejo pontificio de la cultura, cuando Bertone le avisa (según dos testimonios)? ¿Por qué se le ve circular en un gran coche oficial, un Audi A6 de lujo, con cristales tintados y matrícula diplomática del Vaticano? ¿Por qué Piechota sigue viviendo en el palacio del Santo Oficio, donde nos hemos cruzado en varias ocasiones, y donde se guarda ese gran coche, en una plaza de aparcamiento especial donde nadie tiene derecho a aparcar? Y cuando planteé estas preguntas a algunos miembros de la curia, ¿por qué se echaron a reír? ¿Por qué? ¿Por qué?



Hay que decir que Tarcisio Bertone tiene muchos enemigos en Roma. Entre ellos figura Angelo Sodano, recluido entre cuatro paredes al comienzo del pontificado de Benedicto XVI. Desde lo alto de su Colegio etíope, que mandó restaurar sin reparar en gastos, el exsecretario de Estado está al acecho. Ciertamente, está «relegado», pero sigue siendo decano del colegio cardenalicio: ese título le otorga todavía una enorme autoridad sobre todos los electores del cónclave, que le siguen considerando un fabricante de papas. Dado que Sodano ejerció el poder absoluto demasiado tiempo, también tiene sus malos hábitos: desde su retiro dorado, manipula a los hombres, y los dosieres sobre esos hombres, como si todavía estuviera al mando. Bertone comprendió demasiado tarde que Sodano había sido uno de los principales dinamiteros del pontificado de Benedicto XVI.

El origen de todo, como ocurre a menudo, es una humillación. El antiguo cardenal secretario de Estado de Juan Pablo II hizo todo lo posible por mantenerse en el puesto. Durante el primer año de su pontificado, el papa mantuvo a Sodano en el cargo, por razones formales y por otra razón más significativa: ¡no tenía ningún otro candidato! Joseph Ratzinger nunca fue un cardenal político: no tenía banda, ni equipo, ni a nadie a quien colocar o promover, excepto Georg, su secretario personal. No obstante, Ratzinger siempre sospechó de Sodano, sobre el que tenía, como todo el mundo, informaciones perturbadoras. Estaba estupefacto por lo que le habían contado sobre su pasado chileno, hasta el punto de no querer dar crédito a esos rumores. Utilizando como pretexto su edad avanzada, 79 años, Benedicto XVI acabó separándose de Sodano. El argumento, que repite en sus memorias, es el siguiente: «Tenía la misma edad que yo. Si el papa es viejo porque ha sido elegido viejo, conviene al menos que su secretario de Estado esté en plena forma».

Jubilar a un cardenal de casi ochenta años: Sodano no pudo soportarlo. Inmediatamente se enfurece, se rebela, empieza a echar pestes. Se resiste. Cuando comprende que la suerte está echada, reclama, y hasta exige, poder elegir a su sucesor (su protegido y asistente Giovanni Lajolo, un exmiembro del APSA que fue nuncio en Alemania), sin ningún éxito. Y cuando finalmente conoce el nombre de su sucesor, el arzobispo de Génova Tarcisio Bertone, se queda sin respiración: ¡habría podido ser mi asistente!, ¡ni siquiera es nuncio!, ¡ni siquiera habla inglés!, ¡no forma parte de la nobleza negra! (Como disculpa, cabe decir que Bertone, además de italiano, habla bastante bien el francés y el español, como yo mismo pude comprobar.)

Empieza entonces uno de los episodios de calumnias, habladurías y venganza como no ha habido en Italia desde Julio César: ¡el emperador castigó a sus soldados que, llamándole «Reina», lo habían sacado del armario!

Los rumores siempre han formado parte de la historia de la santa sede. Es el «amable veneno», del que habla el Poeta, y «la enfermedad del rumor, de la maledicencia y de la habladuría» denunciada por el papa Francisco. Esta típica práctica de chismes y de cotilleo recuerda el mundo homosexual anterior a la «liberación gay». Se trata de las mismas alusiones, los mismos chistes, las mismas calumnias que los cardenales utilizan hoy para hacer daño y difamar, con la esperanza de ocultar así su propia doble vida.

—El Vaticano es una corte con un monarca. Y como en el clero, no hay separación entre la vida privada y la vida pública, no hay familia y todo el mundo vive en comunidad, todo se sabe, todo se mezcla. De modo que los rumores, las habladurías y las difamaciones son sistemáticos —me explica la vaticanista Romilda Ferrauto, que fue durante mucho tiempo responsable de Radio Vaticano.

Rabelais, que también fue monje, percibió con toda claridad esta tendencia de los prelados de la corte pontificia a «hablar mal de todo el mundo» a la vez que «fornican a diestro y siniestro». En cuanto al outing, arma terrible de los homófobos, siempre ha sido muy apreciado por los propios homosexuales, en los clubes gais de los años cincuenta y en el principado del Vaticano hoy en día.

El papa Francisco, agudo observador de «su» curia, no se equivocó, como ya he mencionado, al evocar en su discurso «las quince enfermedades curiales», la esquizofrenia existencial, los cortesanos que «asesinan a sangre fría» la reputación de sus colegas cardenales, el «terrorismo de las habladurías» y esos prelados que se «crean un mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta». ¿Se puede ser más claro? El vínculo entre las habladurías y las dobles vidas lo establece el testimonio más irrecusable que pueda haber: el papa.



El hecho es que el exsecretario de estado Angelo Sodano preparará minuciosamente su venganza contra Bertone: formado en el Chile de Pinochet, sabe cómo manejar la situación, los rumores que matan y los métodos expeditivos. De entrada, se niega a abandonar su lujoso apartamento, que Bertone debe recuperar. El nuevo secretario de Estado puede perfectamente contentarse con una vivienda de paso hasta que el nuevo ático de Sodano esté restaurado y bien reluciente.

Mientras resiste, el amargado Sodano agita sus redes en el seno del colegio cardenalicio y pone en marcha la máquina de los rumores. Bertone tarda demasiado en comprender la magnitud exacta de esta batalla de egos celestiales. Cuando lo haga, después del Vatileaks, será demasiado tarde. ¡Todo el mundo habrá sido jubilado anticipadamente junto con el papa!

Uno de los cómplices más afines a Sodano es un arzobispo argentino, que fue nuncio en Venezuela y en México: Leonardo Sandri, del que ya hemos hablado. El nuevo papa, que se fía tan poco de él como de Sodano, decide distanciarse también del molesto argentino. Por supuesto, mantiene las formas: en 2007, nombra cardenal a Sandri y le confía la responsabilidad de las Iglesias orientales. Pero eso es muy poco para ese machista dotado de un ego descomunal, que tampoco tolera haber sido privado de su cargo de «ministro del Interior» del papa. De modo que se une a la resistencia de Sodano, soldadito de una guerrilla que comienza a actuar en la Sierra Maestra vaticana.

La santa sede nunca ha estado a salvo de esas escenas de pareja y de esas riñas de familia. En medio del mar de ambiciones, perversiones y maledicencias del Vaticano, muchos papas consiguieron sobrevivir pese a los vientos contrarios. Otro secretario de Estado habría podido conducir a buen puerto la nave vaticana, incluso con Benedicto XVI; otro papa, si se hubiera ocupado de la curia, habría podido reflotar la nave, incluso con Bertone. Pero la unión de un papa ideólogo interesado únicamente en la teoría y un cardenal incapaz de controlar la curia, engreído y ávido de reconocimiento, no podía funcionar. La pareja pontificia es una yunta tambaleante desde el principio y su fracaso se confirma de inmediato. «Confiábamos el uno en el otro, nos entendíamos bien, y por tanto le conservé», confirmará mucho más tarde con clemencia y generosidad el papa emérito Benedicto XVI refiriéndose a Bertone.

Las polémicas estallan sucediéndose unas a otras con una rapidez y una violencia asombrosas: el discurso del papa en Ratisbona provoca un escándalo internacional porque sugiere que el islam era intrínsecamente violento, desmontando con ello todos los esfuerzos del diálogo interreligioso del Vaticano (el discurso no había sido revisado y el papa finalmente tendrá que excusarse); al rehabilitar rápidamente y sin condiciones a los ultraintegristas de Lefebvre, entre los que se encuentra un antisemita y revisionista notorio, se acusa al papa de apoyar a la extrema derecha y se suscita una enorme polémica con los judíos. Esos graves errores de fondo y de comunicación debilitan inmediatamente al santo padre. E inevitablemente vuelve a salir a la luz su pasado en las juventudes hitlerianas.

El cardenal Bertone será muy pronto el protagonista de un inmenso escándalo inmobiliario. A partir de las filtraciones de Vatileaks, la prensa le señala por haberse atribuido un ático, como Sodano: 350 metros cuadrados en el palacio de San Carlos, compuesto por la unión de dos apartamentos anteriores, prolongado en una inmensa terraza, también de 300 metros cuadrados. Los trabajos de reforma de su palacio, con un coste de 200.000 euros, habrían sido financiados por la fundación del hospital pediátrico Bambino Gesù. (El papa Francisco le pedirá a Bertone que devuelva esta suma y el Vaticano anuncia un proceso contra el cardenal dilapidador.)

Tenemos poca información, pero una camarilla gay se agita entre bastidores para avivar las polémicas e intrigar a diestro y siniestro. Participan en estas maniobras algunos cardenales y obispos, todos homosexuales practicantes. Comienza una auténtica guerra de nervios, cuyo objetivo es Bertone y, de paso, por supuesto, el papa. Detrás de esas intrigas se ocultan tantos odios viscerales, maledicencias, rumores y a veces historias de amor, de uniones y rupturas amorosas antiguas, que resulta difícil desligar los problemas interpersonales de las verdaderas cuestiones de fondo. (En su Testimonianza, el arzobispo Viganò sospecha que el cardenal Bertone «se había mostrado claramente favorable a la promoción de homosexuales a puestos de responsabilidad».)

En este agrio contexto, llegan a la santa sede nuevas y graves revelaciones de escándalos de abusos sexuales en varios países. Al borde ya de la explosión, el Vaticano será arrastrado por este mar de fondo, del que la ciudad papal, diez años después, no se ha repuesto todavía.



Tan homófobo como Sodano, Bertone tiene su propia teoría sobre la cuestión pedófila, que da a conocer al gran público y a la prensa con ocasión de un viaje a Chile, adonde llega muy rebotado, acompañado de su secretario favorito. El secretario de Estado habla oficialmente, en abril de 2010, sobre la psicología de los sacerdotes pedófilos. Está a punto de estallar una nueva polémica mundial.

Esto es lo que dice el cardenal Bertone:

—Muchos psicólogos y psiquiatras han demostrado que no hay ninguna relación entre el celibato [de los sacerdotes] y la pedofilia; en cambio, muchos otros han demostrado, según me han dicho recientemente, que existe una relación entre homosexualidad y pedofilia. Esto es cierto. Este es el problema.

El discurso oficial, en boca del número dos del Vaticano, no pasa desapercibido. Esas palabras, totalmente infundadas y en plena tormenta, dan lugar a una protesta internacional: cientos de personalidades y militantes LGTB, pero también ministros europeos y teólogos católicos denuncian las frases irresponsables del prelado. Por primera vez, sus declaraciones son objeto de un prudente desmentido por parte del servicio de prensa del Vaticano, refrendado por el papa. Que Benedicto XVI abandone su reserva para sugerir un matiz de desacuerdo con su «primer ministro» demasiado homófobo tiene su chispa. Así que el momento es grave.

¿Como pudo Bertone pronunciar una frase tan absurda? He interrogado sobre esta cuestión a muchos cardenales y prelados: la mayoría alega error de comunicación o torpeza; solo uno me da una explicación interesante. Según ese sacerdote de la curia, que trabajó en el Vaticano en tiempos de Benedicto XVI, la postura de Bertone sobre la homosexualidad es estratégica, pero también reflejaría el fondo de su pensamiento. Estratégica en primer lugar, porque es una técnica muy eficaz para echar la culpa a las ovejas descarriadas, que en la Iglesia no hacen otra cosa que cuestionar el celibato de los sacerdotes. La salida del secretario de Estado refleja también el fondo de su pensamiento porque corresponde, según indica la misma fuente, a lo que piensan los teóricos en los que se inspira Bertone, como el cardenal Alfonso López Trujillo o el sacerdote psicoanalista Tony Anatrella. ¡Dos homófobos obsesivamente practicantes!

Hay que añadir además elementos de contexto que descubrí en mis viajes a Chile. El primero es que la orden más afectada por los abusos sexuales en ese país es la de los salesianos de Don Bosco, a la que pertenece Bertone. En segundo lugar, y es algo que ha hecho reír a todo el mundo, cuando Bertone habla en público denunciando que la homosexualidad está en el origen de la pedofilia, en algunas fotos aparece rodeado de al menos dos reconocidos sacerdotes homosexuales. Según me indican distintas fuentes, su declaración «perdió credibilidad» por ese simple hecho.

Finalmente, Juan Pablo Hermosilla, uno de los principales abogados chilenos que intervinieron en los casos de abusos sexuales de la Iglesia, especialmente en el del sacerdote pedófilo Fernando Karadima, me ofreció esta explicación sobre los vínculos entre homosexualidad y pedofilia que me parece pertinente:

—Mi teoría es que los sacerdotes pedófilos utilizan las informaciones de que disponen sobre la jerarquía católica para protegerse. Es una forma de presión o de chantaje. Los obispos que también mantienen relaciones homosexuales se ven obligados a callar. Eso explica por qué Karadima fue protegido por [obispos y arzobispos]: no porque fueran ellos mismos pedófilos, y además la mayoría no lo son, sino para evitar que su propia homosexualidad fuera descubierta. Esa es, en mi opinión, la verdadera fuente de corrupción del cover upinstitucionalizado de la Iglesia.

Se puede ir más lejos. Muchas desviaciones de la Iglesia, muchos silencios, muchos misterios se explican por esta simple regla de Sodoma: «Todo el mundo se apoya». ¿Por qué los cardenales callan? ¿Por qué todo el mundo cierra los ojos? ¿Por qué el papa Benedicto XVI, que estaba al corriente de muchos escándalos sexuales, casi nunca los comunicó sistemáticamente a la justicia? ¿Por qué el cardenal Bertone, destruido por los ataques de Angelo Sodano, no sacó los dosieres que tenía sobre su enemigo? Hablar de los demás es arriesgarse a que se hable de uno. Esta es la clave de la omertà y de la mentira generalizada en la Iglesia. En el Vaticano y en Sodoma es como en El club de la lucha, y la primera regla del club de la lucha es no hablar; nadie habla de El club de la lucha.



La homofobia de Bertone no le impide comprar una sauna gay en el centro de la ciudad de Roma. Así es, al menos, cómo presentó la prensa la insólita noticia.

Para informarme sobre este escándalo, me dirijo al local, situado en el número 40 de la Vía Aureliana: la sauna Europa Multiclub. Ese local gay, uno de los más frecuentados de Roma, es un club deportivo y además un lugar de ligue, con saunas y baños turcos. Allí puede uno retozar legalmente porque el club tiene la consideración de privado. Se requiere un carnet de miembro para entrar, como en la mayoría de clubes gais de Italia, una característica nacional. Durante mucho tiempo, este carnet fue distribuido por la asociación Arcigay; hoy lo vende a 15 euros Anddos, una especie de lobby que depende de los dueños de establecimientos gais.

—El carnet de miembro es obligatorio para entrar en la sauna, ya que la ley prohíbe tener relaciones sexuales en un lugar público. Somos un club privado, se justifica Mario Marco Canale, el gerente de la sauna Europa Multiclub.

Canale es a la vez el encargado de la sauna Europa Multiclub y el presidente de la asociación Anddos. Me recibe con esa doble condición en el lugar mismo de la polémica.

Sigue hablando, ahora desde la perspectiva asociativa:

—Tenemos casi 200.000 miembros en Italia, ya que la mayoría de bares, clubes y saunas exigen el carnet Anddos para entrar.

Este sistema de acceso a los locales gais con carnet es único en Europa. En su origen, en la Italia machista y antigay de la década de los ochenta, su objetivo era proteger los locales homosexuales, fidelizar a su clientela y legalizar la sexualidad en el local. Hoy en día, perdura por razones menos fundamentales, por presión de los dueños de los setenta clubes agrupados en Anddos, y tal vez también porque permite a la asociación realizar campañas de lucha contra el sida y recibir subvenciones públicas.

Para muchos militantes gais a los que he interrogado, «este carnet es una reliquia que ya debería suprimirse». Además del posible control de los homosexuales en Italia (cosa que Anddos desmiente tajantemente), este carnet sería, según un activista, el símbolo «de una homosexualidad reprimida, vergonzosa y que se pretende que sea una cuestión privada».

Le pregunto a Marco Canale por la polémica y los numerosos artículos de prensa que han presentado la sauna Europa Multiclub como un local gestionado por el Vaticano, incluso por el propio cardenal Bertone.

—Hay que saber que en Roma centenares de edificios pertenecen a la santa sede —me dice Canale sin desmentir claramente la información.

De hecho, el inmueble situado en la esquina de Vía Aureliana y Vía Carducci, en el que se encuentra la sauna, fue adquirido por el Vaticano por 20 millones de euros en mayo de 2008. El cardenal Bertone, entonces «primer ministro» del papa Benedicto XVI, supervisó y aprobó la operación financiera. Según mis informaciones, la sauna no es más que una parte del vasto conjunto inmobiliario, que incluye asimismo una veintena de apartamentos de sacerdotes y hasta el de un cardenal. Así es como la prensa mezcló las cosas y las resumió en un titular impactante: ¡el cardenal Tarcisio Bertone ha comprado la sauna más grande de Italia!

No obstante, desconcierta la poca profesionalidad, puesto que el secretario de Estado y sus servicios hubieran podido dar luz verde a esta operación inmobiliaria de envergadura sin que nadie supiera que en ella se incluía la sauna más grande de Italia, visible, conocida por todo el mundo y con un escaparate que da a la calle. En cuanto al precio que pagó el Vaticano, no parece normal: según una investigación realizada por el diario italiano La Repubblica, el edificio había sido vendido anteriormente por 9 millones de euros, por tanto ¡al Vaticano le estafaron 11 millones de euros en esta operación financiera!

En nuestra entrevista, Marco Canale se divierte con la polémica, y hasta me desvela otra sorpresa:

—A la sauna Europa Multiclub acuden muchos sacerdotes y hasta cardenales. Y cada vez que hay un jubileo, un sínodo o un cónclave, enseguida nos enteramos: la sauna se llena más de lo habitual. ¡Gracias a los sacerdotes que acuden!

Según otra fuente, también es muy elevado el número de sacerdotes que son miembros de la asociación gay Anddos. Es posible saberlo porque, para ser miembro, hay que aportar algún documento de identidad no caducado; en el carnet de identidad italiano aparece indicada la profesión, aunque inmediatamente es anonimizada por el sistema informático.

—Nosotros no somos la policía. No fichamos a nadie. Tenemos muchos miembros sacerdotes, ¡eso es todo! —concluye Canale.

 Otro escándalo que se gestó en tiempos de Benedicto XVI y de Bertone, pero que fue descubierto en el papado de Francisco, es el de las chemsex-parties. Hace ya mucho tiempo que había oído hablar de la celebración de ese tipo de fiestas dentro de los muros del Vaticano, auténticas orgías colectivas en las que el sexo y la droga se mezclan en un cóctel a veces peligroso (chem significa aquí chemicals, droga sintética, a menudo MDMA, GHB, DOM, DOB y DiPT).

Durante algún tiempo, creí que eran meros rumores, como tantos otros que circulan en el Vaticano. Y luego, de repente, en el verano de 2017, la prensa italiana revela que un monsignore, el padre Luigi Capozzi, que era desde hacía diez años uno de los principales asistentes del cardenal Francesco Coccopalmerio, ha sido detenido por la gendarmería vaticana por haber organizado chemsex-parties en su apartamento privado del Vaticano. (Pregunté por este dosier a un sacerdote de la curia que conocía bien a Capozzi y también me entrevisté con el cardenal Coccopalmerio.)

Perteneciente al círculo de Tarcisio Bertone, y muy apreciado por el cardenal Ratzinger, Capozzi vivía en un apartamento situado en el palacio del Santo Oficio, rodeado de cuatro cardenales, varios arzobispos y numerosos prelados, entre los que se encontraba Lech Piechota, asistente del cardenal Bertone, y Josef Clemens, exsecretario particular del cardenal Ratzinger.

Conozco bien este edificio porque he tenido ocasión de cenar en él decenas de veces: una de sus entradas se sitúa en territorio italiano, la otra en el interior del Vaticano. Capozzi vivía en un apartamento con una situación ideal para organizar esas orgías sorprendentes, ya que podía jugar a dos bandas: la policía italiana no podía registrar su apartamento, ni su coche diplomático, porque residía en el Vaticano, pero podía salir impunemente de su casa, sin pasar por los controles de la santa sede, ni ser cacheado por los guardias suizos, porque una de las puertas de su residencia daba directamente a Italia. Esas chemsex-parties se desarrollaban siguiendo todo un ritual: luz roja tamizada, fuerte consumo de drogas duras, vodka-cannabis en la mano e invitados muy juguetones. ¡Auténticas «noches del infierno»!

Según los testigos con los que he hablado, la homosexualidad de Capozzi era conocida por todos y, lógicamente, también por sus superiores —el cardenal Coccopalmerio y Tarcisio Bertone—, y más si tenemos en cuenta que el sacerdote no tenía reparos en dejarse ver en los clubes gais de Roma o en asistir en verano a las grandes fiestas LGTB del Gay Village Fantasia, al sur de la capital.

—En esas chemsex-parties había otros sacerdotes y empleados del Vaticano —añade uno de los testigos, un monsignore que había participado en esas fiestas.

Tras esas revelaciones, el sacerdote Luigi Capozzi fue ingresado en la clínica Pío XI y nunca más se ha sabido de él. (Sigue siendo presuntamente inocente, puesto que no ha sido procesado por tenencia y consumo de drogas.)



El pontificado de Benedicto XVI arrancó a toda máquina y siguió avanzando a toda vela, en medio de una oleada de escándalos. En cuanto a la cuestión gay, la guerra contra los homosexuales se reanuda con más intensidad, como en tiempos de Juan Pablo II; la hipocresía se vuelve sistémica. Rechazo a los homosexuales de puertas afuera; homofilia y doble vida de puertas adentro. El circo continúa.

«El pontificado más gay de la historia»: la expresión procede del exprelado Krzysztof Charamsa. Cuando le entrevisto en Barcelona y luego en París, ese sacerdote que trabajó durante mucho tiempo junto a Joseph Ratzinger insiste muchas veces en esta expresión a propósito de los años del papado de Benedicto XVI: «El pontificado más gay de toda la historia». Y el sacerdote de la curia don Julius, que afirma que era «difícil ser heterosexual en tiempos de Benedicto XVI», aunque existen raras excepciones, utiliza una expresión dura para definir el entorno del papa: «Fifty shades of gay» («Cincuenta sombras de gay»).

El propio Francisco, evidentemente menos directo, ha señalado las paradojas de este entorno incongruente utilizando una expresión severa contra los ratzinguerianos: «Narcisismo teológico». Otra palabra en clave que también utiliza para insinuar la homosexualidad es «autorreferencial». Detrás de la inflexibilidad, como bien sabemos, se ocultan las dobles vidas.

—Siento una profunda tristeza al repasar el pontificado de Benedicto, uno de los momentos más sombríos para la Iglesia, en que la homofobia representaba el intento constante y desesperado por disimular la existencia misma de la homosexualidad entre nosotros —me dice Charamsa.

Durante el pontificado de Benedicto XVI, cuanto más se asciende en la jerarquía vaticana, más homosexuales se encuentran. Y la mayoría de los cardenales creados por el papa serían al menos homófilos, y algunos muy «practicantes».

—En tiempos de Benedicto XVI, un obispo homosexual que dé la impresión de ser casto tiene muchas más posibilidades de ser cardenal que un obispo heterosexual —me confirma un célebre fraile dominico, buen conocedor del ratzinguerismo, y que fue titular de la cátedra Benedicto XVI en Ratisbona.

Acompañan al papa en todos sus desplazamientos algunos de sus colaboradores más cercanos. Entre ellos, el conocido prelado apodado por la prensa «Monseñor Jessica», aprovecha las visitas regulares del santo padre a la iglesia de Santa Sabina de Roma, sede de los dominicos, para entregar a los jóvenes frailes su tarjeta de visita. Su pickup line, o técnica de ligue, fue objeto de comentarios en todo el mundo, cuando fue divulgada en un artículo de investigación de la revista Vanity Fair: ¡pretendía seducir a los seminaristas proponiéndoles ver la cama de Juan XXIII!

Era muy touchy («sobón») y tenía un trato muy íntimo con los seminaristas —reconoce el padre Urien, que le vio actuar.

Otros dos obispos gayissimi asignados al protocolo, que tratan a Ratzinger con gran afecto y pertenecen al círculo del secretario de Estado Bertone, también multiplican los juegos sexuales: tras haber practicado sus técnicas en tiempos de Juan Pablo II, siguen perfeccionándolas en el papado de Ratzinger. (Los conocí a ambos con Daniele y uno de los dos flirteó insistentemente con nosotros.)

En el Vaticano, obviamente todo esto da pie a habladurías, hasta el punto de que hay prelados que se sienten escandalizados. El arzobispo y nuncio Angelo Mottola, destinado en Irán y en Montenegro, en una de sus estancias en Roma se dirige al cardenal Tauran y le dice (según un testimonio que presencia la escena):

—No entiendo por qué ese papa [Benedicto XVI] condena a los homosexuales cuando está rodeado de esos ricchioni —(La palabra italiana es difícil de traducir, lo más parecido sería «locas».)

El papa se desentiende de los rumores. A veces incluso lleva hasta el extremo esta imagen. Cuando el San Juan Bautista de Leonardo da Vinci se expone en el Palazzo Venezia de Roma, en el curso de la larga gira organizada por el museo del Louvre, después de su restauración, el papa decide ir a verlo en majestad. Benedicto XVI, rodeado de su séquito, efectúa un desplazamiento especial. ¿Le atrae el andrógino con rizos de color rubio veneciano o el índice de la mano izquierda con el que ese hijo del trueno apunta al cielo? En cualquier caso, el trabajo de limpieza de la obra supone para la misma un auténtico renacimiento: el adolescente afeminado y seductor, oculto detrás de años de suciedad, sale a la luz, a la vista de todos. Restaurado y sublime, San Juan Bautista acaba de hacer su coming out y el papa no ha querido perderse el acontecimiento. (Se cree que el modelo del San Juan Bautista fue Salaï, un muchacho pobre y delincuente, de una extraordinaria belleza angelical y andrógina, al que Leonardo encontró por casualidad en las calles de Milán en 1490: ese «pequeño diablo» de largos rizos que fue su amante durante mucho tiempo.)

Otra vez, en 2010, con ocasión de una audiencia general, el papa asiste en la sala Pablo VI a un breve espectáculo de danza: cuatro acróbatas sexis suben al escenario y, ante el ojo maravillado del papa, de repente se quitan la camiseta. Con los torsos desnudos, resplandecientes de juventud y de belleza, ejecutan un número animado, que puede verse en YouTube. El santo padre, que estaba sentado en su inmenso trono papal, se levanta espontáneamente, emocionado, para saludarles. Detrás de él, el cardenal Bertone y Georg Gänswein aplauden a rabiar. Más tarde se sabe que ese pequeño grupo había tenido el mismo éxito en el Gay Pride de Barcelona. ¿Acaso alguien del entorno del papa se había fijado en ellos?

Todo esto no impide que el papa redoble de nuevo los ataques contra los gais. Benedicto XVI, recién elegido, a finales de 2005 ya había pedido a la Congregación para la Doctrina de la Fe que redactara un nuevo texto para condenar la homosexualidad con mayor severidad aún, teniendo en cuenta «que la cultura homosexual no cesaba de progresar». Parece ser que sus equipos debatieron intensamente sobre si había que hacer una encíclica o un simple «documento». La versión final del texto, muy acabada, circuló para ser comentada, como exige la norma, entre los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe (uno de los sacerdotes asistente del cardenal Jean-Louis Tauran tuvo acceso a ese texto y me lo describió con todo detalle). La violencia del texto era intolerable, según ese sacerdote, que también leyó las opiniones de los consultores y de los miembros de la Congregación —entre ellos Tauran— adjuntas al dosier (por ejemplo, las de los obispos y futuros cardenales Albert Vanhoye y Giovanni Lajolo, o también del obispo Enrico Dal Covolo, que revelan una gran homofobia). El sacerdote recuerda algunas frases rancias sobre el «pecado contra natura», la «bajeza» de los homosexuales o incluso el «poder del lobby gay internacional».

Cientos de personas consultadas abogaban por una intervención fuerte en forma de encíclica; otras se decantaban por un documento de rango menor, y finalmente otras aconsejaban que, dado el riesgo de que hubiera consecuencias contraproducentes, era preferible no insistir en este tema —recuerda el sacerdote.

La encíclica finalmente no verá la luz, ya que el entorno del papa le convenció de que no insistiera de nuevo —¿demasiado?— en el tema. Pero el espíritu del texto perdurará.



En un contexto ya de fin de reinado, tras menos de cinco años de pontificado, la máquina vaticana se bloquea casi totalmente. Benedicto XVI se encierra en su timidez y se echa a llorar a menudo. El vicepapa Bertone, desconfiado por naturaleza, se vuelve totalmente paranoico. ¡Ve complots por todas partes, maquinaciones, intrigas! Como respuesta habría aumentado los controles. La máquina de los rumores se intensifica, se rellenan fichas y con ellas las escuchas telefónicas de la gendarmería.

En los ministerios y en las congregaciones del Vaticano, se multiplican las dimisiones, voluntarias o forzosas. En la Secretaría de Estado, centro neurálgico del poder, Bertone se ocupa personalmente de las tareas domésticas, hasta tal punto teme a los traidores y más aún a los taimados, que podrían hacerle sombra. De modo que reciben el mismo trato los Judas, los Pedros y los Juanes, a todos se les invita a abandonar la cena.

Tarcisio Bertone excluye a dos de los nuncios más experimentados de la Secretaría de Estado: envía a a monseñor Gabriele Caccia al Líbano (donde lo visité); aleja a Pietro Parolin a Venezuela.

—Cuando Caccia y Parolin se fueron, Bertone se quedó solo. El sistema, que ya era gravemente disfuncional, se hundió violentamente —observa el vaticanista estadounidense Robert Carl Mickens.

Muchos empiezan a pedir audiencia al papa sin pasar por el molesto secretario de Estado. Sodano habla abiertamente con el papa y Georg Gänswein, al que acuden directamente para evitar a Bertone, recibe a todos los descontentos, que forman una cola constante delante de su despacho. Y mientras el pontificado está agonizando, cuatro cardenales de peso —Schönborn, Scola, Bagnasco y Ruini— aparecen de repente para pedir audiencia a Benedicto XVI. Esos expertos en intrigas vaticanas, agudos conocedores de los malos hábitos de la curia, le sugieren que sustituya de inmediato a Bertone. Y, casualmente, su iniciativa se filtra enseguida a la prensa. El papa no quiere ni oír hablar del asunto y corta en seco:

—Bertone se queda, ¡basta!



Que la homosexualidad es el núcleo de numerosas intrigas y de muchos escándalos es una certeza. Pero sería erróneo oponer aquí, como se ha hecho a veces, dos campos, uno friendly y el otro homófobo, o uno closeted frente a heterosexuales castos. El pontificado de Benedicto XVI, cuyos escándalos son en parte el producto de los «círculos de lujuria» que empezaron a destacar en tiempos de Juan Pablo II, enfrenta de hecho a varios clanes homosexuales que comparten la misma homofobia. Bajo ese pontificado, todo el mundo o casi todo el mundo estaban cortados del mismo patrón.

La guerra contra los gais, el preservativo y las uniones civiles se intensifica igualmente. Pero mientras que en 2005, cuando fue elegido Joseph Ratzinger, el matrimonio era todavía un fenómeno muy limitado, ocho años más tarde, en el momento en que Benedicto XVI dimite, se está generalizando en Europa y en América Latina. Su pontificado abreviado puede resumirse como una increíble sucesión de batallas perdidas de antemano. Ningún papa de la historia moderna ha sido tan antigay, y ningún papa ha asistido, impotente, a unmomentum así a favor de los derechos de los gais y de las lesbianas. Muy pronto, más de treinta países reconocerán el matrimonio entre personas del mismo sexo, incluida su Alemania natal, que en 2017 adoptará, con una mayoría parlamentaria muy amplia, el texto contra el que Joseph Ratzinger luchó toda su vida.

Sin embargo, Benedicto XVI nunca dejó de luchar. La lista de bulas, breves, intervenciones, cartas y mensajes contra el matrimonio es infinita. Sin respetar la separación de Iglesia y Estado, intervino en el debate público en todas partes y, secretamente, el Vaticano manipuló todas las manifestaciones contra el matrimonio.

Cada vez, el mismo fracaso. Pero lo más revelador es que muchos de los actores de esta batalla son homófilos, «en el armario» o practicantes. A menudo forman parte de la parroquia.

La guerrilla contra el matrimonio gay la encabezan, bajo su autoridad, nueve prelados: Tarcisio Bertone, el secretario de Estado, asistido por sus adjuntos, Léonardo Sandri, como sustituto o «ministro del Interior», Fernando Filoni y Dominique Mamberti, como «ministro de Asuntos exteriores», y también William Levada y Gerhard Müller, a la cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Giovanni Battista Re y Marc Ouellet desempeñan la misma función en el seno de la Congregación para los Obispos. Y, por supuesto, el cardenal Alfonso López Trujillo, que, al frente del consejo pontificio para la familia, al comienzo del pontificado se opone enérgicamente al matrimonio gay.

Tomemos por ejemplo el caso de ese otro ratzingueniano, el cardenal suizo Kurt Koch, obispo de Basilea, al que el papa mandó llamar a la curia en 2010. En aquella misma época, el veterano periodista Michael Meier, especialista en cuestiones religiosas en el Tages-Anzeiger, el principal diario suizo de habla alemana, publica un largo artículo de investigación basado en numerosos testimonios de primera mano y documentos originales. En él, Meier revela la existencia de un libro publicado por Koch, pero extrañamente desaparecido de su bibliografía, Lebenspiel der Freundschaft, Meditativer Brief an meine Freund (textualmente, Juego de amistad, Carta reflexiva a mi amigo). Ese libro, del que conseguí una copia, podría ser leído como una auténtica carta de amor a un joven teólogo. Meier describe también el entorno sentimental del cardenal. Revela la existencia de un apartamento secreto que Koch compartiría con otro sacerdote e insinúa que Koch llevaría una doble vida. Koch no lo ha negado nunca de forma pública.

—Todo el mundo entendió que Koch se sentía mal consigo mismo —me dijo Michael Meier, en una de las entrevistas que realizamos en su apartamento de Zúrich. Hasta donde yo sé, su artículo no ha sido desmentido por el obispo de Basilea: no ha habido ni derecho de réplica ni queja alguna por su parte.

¿Fue Koch víctima de denuncias calumniosas por parte de su entorno? El hecho es que Ratzinger llama a Koch a la curia. Al hacerle cardenal y nombrarle ministro del «ecumenismo», le rescata delicadamente de Basilea. (El cardenal Koch no quiso responder a mis preguntas, pero en Roma pude interrogar a uno de sus asistentes, el padre Hyacinthe Destivelle, que me describió detenidamente el grupo de schülerkreis, el círculo de discípulos de Ratzinger del que se ocupa Koch. También debatimos sobre la homosexualidad de Tchaikovski.)

En Italia, la homofobia enfermiza de Benedicto XVI empieza a exasperar a los medios gay-friendly. Cada vez tiene menos aceptación entre la opinión pública (¡los italianos han entendido su lógica!) y los militantes LGTB empiezan a devolver golpe por golpe. Los tiempos están cambiando. El papa lo experimentará en sus propias carnes.

Equivocándose trágicamente de enemigo —arremete básicamente contra la homosexualidad y apenas contra la pedofilia— el santo padre pierde de entrada la batalla de la moral. Será denunciado personalmente como no lo ha sido nunca antes ningún papa. Es difícil imaginar hoy las críticas que el papa Benedicto XVI tuvo que soportar durante su pontificado. Apodado, con una expresión inédita, Passivo e bianco por los medios homosexuales italianos, se le acusó regularmente de estar «en el armario» y se le convirtió en símbolo de la «homofobia interiorizada». Se produjo una verdadera crucifixión mediática y militante.

En los archivos de las asociaciones gais italianas, en Internet y en la deep web, he encontrado numerosos artículos, panfletos y fotografías que ilustran esta guerrilla. Ciertamente, nunca un papa fue tan odiado en la historia moderna del Vaticano.

—Nunca había visto nada semejante. Era literalmente una oleada continua de artículos acusatorios, de habladurías, de ataques procedentes de todas partes, de escritos de blogueros violentos que alimentaban rumores, cartas insultantes, en todas las lenguas, procedentes de todos los países. Hipocresía, doblez, falta de sinceridad, doble juego, homofobia interiorizada, fue acusado de todo eso ad nauseam —me cuenta un sacerdote que trabajó en esa época en la sala de prensa del Vaticano.

En las manifestaciones a favor de las uniones civiles italianas en 2007, aparecen pancartas con esas inscripciones: «Joseph e Georg. Lottiamo anche per voi» («Joseph y Georg, luchamos también por vosotros»). O esta otra pancarta: «Il Papa è Gay come Noi» («El papa es gay como nosotros»).

En un librito que tuvo un éxito modesto pero que impresionó por su audacia, el periodista anarquista, representante de la cultura underground italiana, Angelo Quattrocchi literalmente «sacó del armario» a Benedicto XVI. Con el título de The Pope is NOT gay, este libro irónico reúne muchas fotos girly y sissy del papa y de su protegido Georg. El texto es mediocre, repleto de errores objetivos y no aporta ninguna prueba de lo que presenta, ni ninguna información nueva; pero las fotografías muestran su bromance y son muy cómicas. Apodado the Pink Pope, Ratzinger aparece en él descrito desde todos los ángulos.

Paralelamente, se difunden los motes de Benedicto XVI, a cual más cruel: uno de los peores, junto con Passivo e bianco, fue La Maledetta («la maldita», haciendo un juego de palabras con «Benedetto»).

Antiguos compañeros de clase o estudiantes que conocieron al papa también empiezan a hablar, como por ejemplo la alemana Uta Ranke Heinemann, que fue compañera de estudios en la universidad de Múnich. A los 84 años, aporta su testimonio diciendo que cree que el papa era gay. (No proporciona más prueba que su propio testimonio.)

En todo el mundo, decenas de asociaciones LGTB, medios de comunicación gais y también diarios sensacionalistas, como la prensa amarilla británica, lanzan una campaña feroz contra Ratzinger. ¡Y con qué habilidad esta prensa del corazón consigue mediante alusiones, frases veladas y juegos de palabras ingeniosos decir las cosas sin decirlas!

El célebre bloguero estadounidense Andrew Sullivan también incrimina al papa en un artículo que alcanza un notable éxito. Polemista conservador muy temido, militante gaydesde los comienzos, el ataque de Sullivan tiene un impacto más considerable porque él es católico. Para Sullivan, no hay ninguna duda de que el papa es gay, aunque no aporta más prueba que los atuendos estrafalarios de Benedicto XVI y su bromance con Georg.

El blanco de todas esas campañas es justamente Georg Gänswein, descrito generalmente como el secretario «preferido» de Ratzinger, el rumored boyfriend, o incluso el «compañero en la vida del santo padre». En Alemania, jugando con la pronunciación de su nombre, apodan a Georg: gay.org.

Es tal el grado de maldad que, al parecer, un sacerdote gay solía ligar en los parques de Roma presentándose bajo la siguiente identidad: «Georg Gänswein, secretario personal del papa». Seguro que es todo una invención, pero pudo contribuir a acrecentar el rumor. Esta historia recuerda la técnica del gran escritor André Gide que, tras haber hecho el amor con bellos efebos en el Norte de África, les decía (según uno de sus biógrafos): «Recuerda que te has acostado con uno de los más grandes escritores franceses: ¡François Mauriac!».

¿Cómo se explica semejante ensañamiento? En primer lugar, tenemos el discurso antihomosexual de Benedicto XVI, que naturalmente se prestaba al ataque porque, como dice el proverbio, ¡se lo había servido en bandeja de plata!

Es un hecho: el papa olvidó el Evangelio de Lucas: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados».

El exsacerdote de la curia Francesco Lepore, al que Joseph Ratzinger prologó un libro, me explica:

—Es evidente que un papa tan refinado, tan afeminado y tan próximo a su magnífico secretario particular era un blanco fácil para los militantes gais, pero el motivo de esos ataques es sobre todo sus posturas tan homófobas. Se ha dicho repetidamente que era un homosexual encubierto, pero nadie ha aportado ninguna prueba. Yo, personalmente, creo que es homófilo, por muchas razones, pero también creo que nunca ha sido practicante.

Otro sacerdote italiano, que trabaja en el Vaticano, relativiza ese punto de vista y no concede demasiado crédito a la homosexualidad de Ratzinger:

—Hay imágenes y es cierto que cualquier gay que mire las fotografías de Benedicto XVI, su sonrisa, su porte, sus maneras, puede pensar que es homosexual. Todos los desmentidos del mundo no podrán disipar esta profunda convicción de la gente. Además, y esta es la trampa en la que cayó, siendo sacerdote no puede desmentir esos rumores, porque no ha podido tener mujeres o amantes. ¡Un sacerdote no podrá probar jamás que es heterosexual!

Federico Lombardi, el exportavoz de Benedicto XVI y actual director de la fundación Ratzinger, se queda petrificado ante esta avalancha de críticas que todavía continúa:

—Mire, yo viví la crisis irlandesa, la crisis alemana, la crisis mexicana… Creo que la historia reconocerá la labor de Benedicto en la cuestión de la pedofilia, por haber clarificado las posturas de la Iglesia y haber denunciado los abusos sexuales. Ha sido más valiente que nadie.



Falta cerrar la cuestión del lobby gay, que envenenó el pontificado y fue una auténtica obsesión de Ratzinger. Realidad o suposición, es cierto que Benedicto XVI tuvo muchos problemas por culpa de ese lobby, ¡de cuya «disolución» se felicitará mucho más tarde, con cierta bravuconería, en Último Testamento! También Francisco denunciará la existencia deun lobby gay en su famosa respuesta «¿Quién soy yo para juzgar?» (y en su primera entrevista con el jesuita Antonio Spadaro).

A partir de los centenares de entrevistas realizadas para este libro, he llegado a la conclusión de que no existe tal lobby en el sentido preciso del término. Si se hubiera probado su existencia, esa especie de francmasonería, secreta, debería trabajar por una causa, en este caso la promoción de los homosexuales. No hay nada de esto en el Vaticano, donde si existiera un lobby gay, tendría un nombre equivocado, puesto que la mayoría de los cardenales y prelados homosexuales de la santa sede actúan por lo general en contra de los intereses de los gais.

—Creo que hablar de un lobby gay en el Vaticano es un error —me sugiere el exsacerdote de la curia Francesco Lepore. Un lobbysignifica que habría una estructura de poder que pretende en secreto alcanzar un objetivo. Esto es imposible y absurdo. La realidad es que en el Vaticano hay una mayoría de personas homosexuales con poder. Por vergüenza, por miedo, pero también por arribismo, esos cardenales, esos arzobispos, esos sacerdotes desean proteger su poder y su vida secreta. Esas personas no tienen ningún interés en trabajar a favor de los homosexuales. Mienten a los demás y a veces se mienten a sí mismos. Pero no hay ningún lobby.

Voy a exponer aquí otra hipótesis que me parece que refleja mejor, no el lobby, sino la vida gay del Vaticano: el «rizoma». En botánica, un rizoma es una planta que no es solamente un tallo subterráneo, sino que tiene ramificaciones horizontales y verticales que se multiplican en todas direcciones, hasta el punto de que no se sabe si la planta es subterránea o de superficie, ni tampoco se diferencia la raíz del tallo. En la sociedad, el «rizoma» (una imagen que saco del libro Mil mesetas, de los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari) es una red de relaciones y de vínculos totalmente descentralizados, desordenados, sin principio ni límites; cada rama del rizoma puede conectarse con otra, sin jerarquía ni lógica, sin centro.

Creo que el hecho homosexual, construido a base de complicidades subterráneas, está estructurado en rizoma en el Vaticano, y más extensamente en la Iglesia católica. Con su propia dinámica interna, cuya energía proviene tanto del deseo como del secreto, la homosexualidad conecta entre sí a centenares de prelados y de cardenales de una manera que escapa a las jerarquías y a los códigos. De este modo, siendo a la vez multiplicidad, aceleración y derivación, da lugar a innumerables conexiones multidireccionales: relaciones amorosas, contactos sexuales, rupturas afectivas, amistades, reciprocidades, situaciones de dependencia y promociones profesionales, abusos de poder y del derecho de pernada. Sin embargo, las causalidades, las ramificaciones, las relaciones no pueden ser determinadas claramente desde fuera. Cada «rama» del rizoma, cada «fragmento» de la Gran Obra, cada «bloque» de esta especie de «cadena de bloques» (o blockchain, por usar una imagen del mundo digital) ignora a menudo la sexualidad de las otras ramas: es una homosexualidad a diferentes niveles, auténticos «cajones» aislados de un mismo armario (el teólogo estadounidense, Mark Jordan, eligió otra imagen que compara el Vaticano con una colmena con su honeycomb of closets: estaría constituida por muchos pequeños armarios, y cada sacerdote homosexual en cierto modo estaría aislado en su celdilla). No hay que subestimar, por tanto, la opacidad de los individuos y el aislamiento en el que viven, incluso cuando son partes interesadas del rizoma. Agrupación de seres débiles cuya unión no hace la fuerza, setrata de una red donde cada uno sigue siendo vulnerable y a menudo infeliz. Y esto explica por qué muchos obispos y cardenales a los que he entrevistado, pese a ser ellos mismos gais, parecían sinceramente consternados ante la extensión de la homosexualidad en el Vaticano.

En definitiva, las «mil mesetas» homosexuales del Vaticano, ese rizoma extraordinariamente denso y secreto, es mucho más que un simple lobby. Es un sistema. Es la matriz de Sodoma.

¿Tuvo el cardenal Ratzinger conocimiento de este sistema? Es imposible decirlo. En cambio, es cierto que el papa Francisco descubrió los resortes y la extensión del rizoma cuando llegó a la silla de san Pedro. Y no se pueden entender los Vatileaks, la guerra contra Francisco, la cultura del silencio sobre los miles de escándalos de abusos sexuales, la homofobia recurrente de los cardenales, ni tampoco la dimisión de Benedicto XVI si no se evalúa la extensión y la profundidad del rizoma.

Así que no hay lobby gay; hay mucho más que esto en el Vaticano: una inmensa red de relaciones homófilas u homosexualizadas, polimorfas, sin centro, pero dominadas por el secreto, la doble vida y la mentira, constituida en «rizoma». Y que también podríamos llamar: «El Armario».





Próximo capítulo:

                 22

DISIDENTES


























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