La trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la iglesia católica
1 septiembre, 2018
Adelanto del libro La
trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la iglesia católica
Por Julián Maradeo para Pulso Noticias
A mitad de
2017, cuando estábamos presentando el documental No
abusarás en una sala de la ciudad de Buenos Aires, algo ensimismado por lo
que había visto en la pantalla, un espectador (se) preguntó: “¿Por qué no hay
movilizaciones multitudinarias por esto? ¿Por qué no hay grandes
manifestaciones que presionen a la Iglesia para que entregue a los sacerdotes
denunciados a la Justicia Civil?”. ¿Por qué? Es difícil saberlo.
Sin
embargo, más allá de la apatía social, aunque nadie deja de aborrecer cada caso
de abuso sexual, los juicios orales contra los sacerdotes acusados se suceden.
Hay que dejar algo en claro: éstos se sostienen gracias a la conmovedora
voluntad de los sobrevivientes y sus familias, que dan una pelea desigual y con
enormes posibilidades de perder. Los ejemplos sobran.
Los
sobrevivientes se enfrentan a una institución que se encuentra en el corazón de
la sociedad argentina desde el momento cero de su constitución como tal.
Una estructura que, en buena medida, es financiada directa e indirectamente por
los impuestos de todos los argentinos. Pero, por sobre todas las cosas, se
rebelan ante una mecánica en extremo aceitada para procurar reducir al mínimo
las consecuencias que podrían desencadenarse ante cada caso.
La
praxis de los y las sobrevivientes ha permitido elaborar un “Manual de
encubrimiento”, hecho sobre la base de cómo actúa la Iglesia, bajo orden
vaticana, cuando se conoce extramuros un nuevo caso. Primero, alejan
mínimamente al cura; segundo, callan y amenazan a la víctima, que suele ser
menor de edad, sin que queden al margen sus familias; tercero, presionan a
quienes pueden romper con esa línea y emitir alguna queja, como, por caso, otro
cura; cuarto, si el victimario se les tornó incontrolable, lo trasladan;
quinto, si se hace público, emiten un comunicado simulando “dolor” y enunciando
su deseo de acompañar al agredido y a su familia a la par que le cierran por
completo las puertas a los mismos que dicen apoyar, y, sexto, inician un
ineficaz e interminable proceso interno que terminará en algún cajón de la
Santa Sede. Por supuesto, se le pueden añadir variantes.
Los
procesos judiciales contra los sacerdotes son un caso extremo, en el que
siempre queda afuera el sistema de protección. Lo ocurrido en el Instituto
Antonio Próvolo tanto en su casa madre en Verona, Italia, como en las sedes de
Luján de Cuyo, Mendoza, y La Plata, Provincia de Buenos Aires, es un ejemplo
irrefutable. Del otro lado, la imagen siempre es la misma. Una madre en soledad
pidiendo a los cuatro vientos que quiere justicia, apenas acompañada por un
puñado de personas.
Más allá
del grito en el desierto que representa cada denuncia, hay algo que la mayoría
no ve venir. En el mientras tanto se encuentra el proceso que experimentan
muchos de los afectados. Aunque lo cierto es que se trata de una institución
medieval que logra imponer su voluntad en la mayoría de las ocasiones, lo que
no se percibe, y menos aún lo hace la jerarquía católica, es la organización de
quienes padecieron los abusos. En un claro salto cualitativo, las víctimas ya
no se reconocen como tales. No. Son sobrevivientes. Su nueva identidad no sólo
refleja el calvario que debieron atravesar, sin olvidarse de aquellos que
prefirieron terminar con su vida antes de continuar con el tormento, sino
también el momento en que decidieron unirse para luchar en reclamo de justicia.
Es una lucha que los sobrevivientes están dando en soledad. Sin embargo, cada
uno de ellos manifiesta un deseo muy íntimo: cuidar a los chicos que corren,
hoy, el mismo peligro.
***
Sin querer,
esta investigación comenzó en 2013 cuando contacté al periodista paranaense
Ricardo Leguizamón para pedirle datos sobre la muerte del cura francés Georges
Grasset, promotor de la Ciudad Católica, usina de pensamiento tradicionalista
que vivió su época de apogeo entre empresarios y militares argentinos durante
la década del ‘60. Ricardo hizo de puente con Fabián Schunk, uno de los
denunciantes del cura Justo José Ilarraz. Como resultado de nuestras numerosas
y casi diarias charlas, en diciembre de 2014, salió la nota en Página/12 sobre su caso. El título que
originalmente tenía el artículo apuntaba a la médula del problema, puesto que
enfocaba el doble juego y la responsabilidad de Francisco y el ex çarzobispo y
cardenal emérito Estanislao Karlic. Sin embargo, producto de la notable mejoría
que atravesaba la relación entre el gobierno de Cristina Fernández y Jorge
Bergoglio, fue modificado sin consulta previa. En ese momento, Fabián me pidió
que resguardara su identidad, porque en su ciudad natal, Paraná, la derecha
católica era fuerte y agresiva contra quienes se animaban a poner en jaque al
Arzobispado. Un año después, se produjo el quiebre que representa la paradoja
que, habitualmente, atraviesan los sobrevivientes. Al notar que la causa estaba
encallada en el Poder Judicial entrerriano, Schunk decidió romper el anonimato
y salir a ponerle voz y rostro a su denuncia. Fue cuando presentamos La derecha católica: de la contrarrevolución a
Francisco, en el tórrido verano de 2016 en la capital litoraleña.
A partir
de entonces, casi sin moverme en muchos casos, numerosas víctimas me
contactaron, lo que de seguro ocurrió con otros colegas, para que contase sus
experiencias. Tenían una hipótesis: de la única manera que podían saldar deudas
con su doloroso pasado era haciendo público lo que el poder eclesiástico -y
también el político- deseaba mantener oculto. Como es previsible en esta clase
de situaciones, se produjo un efecto contagio. En este libro no sólo se narran
casos paradigmáticos como el del Instituto Antonio Próvolo, sino también la
historia de la creación de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico tanto
en Estados Unidos como en Argentina. Por otro lado, se analizan exhaustivamente
los engranajes que componen el sistema de encubrimiento desarrollado por la
Iglesia a nivel mundial desde que detectaron la profundidad del problema a
mediados del siglo XX. También, se repasa cómo lo que ocurre en Argentina es
una réplica de lo que acaece en toda la región.
Ya sea
por miopía o por cuidar al Papa argentino, cada vez que se conoce un nuevo caso
la prensa elige obviar el sistema de encubrimiento que atravesó los últimos
tres papados. Sólo remite al hecho en sí mismo, como si fuese un expediente
policial más. Salvo excepciones, no permite que se llegue a comprender el
problema en toda su extensión. Lo cierto es que Bergoglio, más allá de su hábil
estrategia publicitaria, no ha hecho más que mantenerse en línea con el plan
trazado por Joseph Ratzinger: atacar lo que se conoce y callar lo que aún no
ingresó en la agenda pública. Alcanza con ver su nuevo y sistemático
incumplimiento frente a los cuestionamientos del Comité de los Derechos del
Niño. Es por esto que adquiere especial relevancia el capítulo-entrevista con
el obispo Sergio Buenanueva, responsable de armar la estrategia de la curia
argentina para tratar de mitigar los efectos. Autocrítico, se animó a hacer
algo inédito para la jerarquía católica vernácula, acostumbrada a, mentiras
mediante, cerrarles la puerta en la cara a las víctimas: propuso sentarse con
los sobrevivientes sin condiciones. El tiempo dirá si eso efectivamente sucede.
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