Crónica - El yo acuso de la teóloga de los seminaristas
"No acabarán los casos de abusos de sacerdotes hasta que el Papa acabe
con la 'mafia lavanda' en la Iglesia"
ElMundo
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EMILIA
LANDALUCE
Hace 17 años que Janet Smith (68
años) enseña Teología en el Seminario del Sagrado Corazón
en Detroit (Michigan). Antes fue catedrática de Filosofía
Clásica en las universidades de Dallas y Notre Dame. Smith conoce bien los complicados vericuetos del clero
aunque la suya haya sido una vida dedicada al estudio y a la formación de
jóvenes seminaristas.
Hoy, dice, asiste compungida al descrédito de la Iglesia católica
que pese a su labor social (ahí está Cáritas, las residencias de ancianos, las
monjitas misioneras...) y evangelizadora últimamente parece ser sólo noticia
por los escándalos de abusos sexuales.
El último, a propósito
de la dimisión del cardenal Theodore
McCarrick (88 años), una de las figuras más destacadas de la Iglesia
en EEUU, tras las denuncias de varios menores y algunos seminaristas.
El escándalo se suma a la crisis de Chile por
la que todos los obispos presentaron su renuncia al Papa.
Smith lo tiene claro: «El problema de los abusos no podrá resolverse sólo con la dimisión
de algunos obispos, ni tampoco con nuevas directrices
burocráticas. El problema son las redes homosexuales existentes en el clero,
que tienen que ser erradicadas», explica a Crónica.
La profesora Smith,
autora de varios superventas sobre sexualidad y anticonceptivos además de
consejera habitual de la Santa Sede, es
uno de los referentes de la carta que hace dos semanas Carlos María Viganò (77 años), arzobispo titular
de Ulpiana y ex nuncio apostólico en EEUU entre 2011 y 2016, remitió a los
medios en la víspera de la llegada del Papa Francisco a Dublín.
El viaje a la capital irlandesa
no sólo tenía una finalidad pastoral. También se esperaba que el Sumo Pontífice pidiera perdón por los
abusos perpetrados por algunos miembros del clero en el país.
La misiva de Viganò
(titulada 'Para sacar a la Iglesia de la ciénaga inmensa en la que ha caído')
es un desafío sin precedentes. El arzobispo denunciaba que Francisco ya
había sido advertido de las actividades de McCarrick (de hecho habría levantado las
sanciones que Benedicto XVI habría impuesto
al cardenal) al mismo tiempo que describía una suerte de lobby gay que regiría
una parte importante de la Iglesia y con el que también colaborarían los
cardenales Sodano y Bertone, a quien directamente acusa de ser notoriamente favorables a la promoción de homosexuales.
Tampoco ahorraba
críticas al cardenal Francesco Coccopalmerio
y el arzobispo Vincenzo Paglia,
pertenecientes al parecer «a la corriente filohomosexual
favorable a subvertir la doctrina católica respecto a la homosexualidad»;
corriente que ya fue denunciada en 1986 por Ratzinger
cuando era cardenal.
«Estas redes,
difundidas ya en muchas diócesis, seminarios, órdenes religiosas, etc., actúan
protegidas por el secreto y la mentira con la fuerza de los tentáculos de un
pulpo, triturando a las víctimas inocentes, a las vocaciones sacerdotales y
estrangulando a toda la Iglesia (...) Tenemos que tener la valentía
de derribar esta cultura de omertá y confesar públicamente las
verdades que hemos mantenido ocultas», concluía la carta.
Las palabras de Viganò fueron
interpretadas como un ataque frontal al Papa Francisco por parte de los sectores tradicionalistas de la
Iglesia teóricamente deseosos de acabar con el relativo aperturismo del
pontífice argentino. Aunque de momento el silencio ha sido la única respuesta
del Vaticano, los articulistas más cercanos al Papa se
han encargado de desprestigiar al nuncio, ariete de una supuesta conspiración
ultraconservadora para obligar a dimitir a Bergoglio.
Smith, sin embargo,
defiende a Viganò. «No es una cuestión de apoyar
una facción u otra. A mí me parece que tiene credibilidad y
además ha dicho que los documentos de los que habla se pueden consultar en
Filadelfia, en Washington DC y en Roma. Así que no hay por qué dudar de sus
palabras. Basta ir a los archivos. Las críticas son irrelevantes. Lo importante es que se sepa la verdad. Destruir
al mensajero no va ayudar a la Iglesia».
Smith dice no saber de las
andanzas de McCarrick.
«Personalmente, nunca escuché nada aunque tengo entendido que eran la
comidilla. Ahora es cuando estoy empezando a recibir denuncias respecto a este
tipo de comportamientos. Me han contado estudiantes cómo
un cura les amenazó con destruirles si revelaban sus prácticas
homosexuales. O por simplemente negarse a pasar el fin de semana con el
sacerdote de marras. Así es imposible que los chicos lleguen a admirar a la
persona que debe convertirse en un mentor, en su persona de confianza. En
cualquier caso, éste no es un tema que afecte
únicamente a la Iglesia. El otro día recibí la carta de un
chico que me comentaba que su entrenador de béisbol le había violado 700
veces».
Según cuenta Viganò,
era un secreto a voces que el cardenal McCarrick compartía
lecho con los seminaristas y que en cierta ocasión se llevó a
cinco jóvenes a pasar un fin de semana a su casa de la playa.
«La Iglesia tiene un
problema. Hay muchos homosexuales activos que no están
respetando el voto de castidad. Están los que son pederastas,
que son una minoría. Pero por otro lado están otros que tienen relaciones
consentidas con jóvenes seminaristas. (Un estudio 1950-2002. The nature and
scope of sexual abuse of minors by catholic priests and deacons in USA sostiene
que el porcentaje de abusos homosexuales en la Iglesia asciende al 80%
del total) O incluso están los que tienen una pareja estable
(ya sea hombre o mujer). Y esto es un problema porque evidencia que no creen en
las enseñanzas de la Iglesia. Llevan sus vidas como si fueran libres. Por
supuesto que también hay homosexuales que se mantienen
castos. ¡Y merecen una medalla!».
'Mafia homosexual'
¿Pero no sería mejor,
como apuntan algunas voces, acabar con el voto de castidad? «Cuando un chico
ingresa en un seminario tiene muchos años por delante para pensar lo que
conllevan los votos. De todas formas, le garantizo que estos curas homosexuales
no iban a casarse con una mujer».
Los datos parecen darle
la razón. La Iglesia protestante tampoco está exenta de casos de abusos. Smith
denomina Mafia Lavanda (a medio camino entre el púrpura
cardenalicio y el rosa) al supuesto lobby gay que se habría hecho fuerte en la
Iglesia. «Es un grupo de homosexuales activos que se
protegen entre ellos para tomar el control de las diócesis. Y
así muchos llegan a puestos de poder desde donde pueden ejercer presiones
contra los muchos curas que no están de acuerdo con su forma de vida. Y les
boicotean. Luego ayudan a los suyos a llegar más lejos en la jerarquía
eclesiástica. Este tipo de gente son Harvey Weinsteins
[homosexuales] con sotana. Muchos de ellos se aprovechan de los seminaristas,
de los curas jóvenes o de cualquier chico que se acerque a la parroquia. Son depredadores que abusan de su situación de poder
para obligar a otros miembros de la Iglesia a mantener relaciones con ellos».
Viganò insiste en que el comportamiento de McCarrick no era precisamente velado.
La teóloga es tajante: «Cuando llegaba una denuncia, respondían diciendo que
McCarrick era muy bueno recaudando fondos para la Iglesia. ¿Y eso que les
importa a las víctimas?»
La teóloga prefiere no
especificar pero denuncia que en algunas diócesis el porcentaje
de religiosos homosexuales asciende al 50% de sus miembros.
«Por eso algunos temen actuar. Les da miedo exigirles que respeten sus votos y
quedarse sin curas. Pero la Iglesia y sus feligreses tienen derecho a que los
sacerdotes crean en sus propias enseñanzas».
La homosexualidad en cualquier
caso nunca ha sido ajena a la Iglesia católica. Por ejemplo Julio II (1503-1510) y León X (1510-1521)
fueron retratados por sus contemporáneos como notorios «sodomitas». Además Francisco ha tenido declaraciones contradictorias al respecto.
Desde el «Dios te hizo así», con el que a finales de abril consoló a un joven
gay chileno víctima de los abusos, a aconsejar a los padres de niños con
tendencias homosexuales que manden a sus hijos al psiquiatra para que, según
matizó después el Vaticano, aprendan a aceptarlo.
En cualquier caso, como
Benedicto XVI, Bergoglio también ha desaconsejado el ingreso
de gays en los seminarios. Smith prefiere no pronunciarse
respecto a la actitud de Francisco. «Lo único que me parece es que debería
hacer gala de esa transparencia de la que habló en la carta que escribió
recientemente a los obispos de EEUU. De momento, su silencio respecto a las
acusaciones de Viganò parece contradictorio. La verdad es que me gustaría ser
optimista. Desde que se desvelaron los primeros casos de abusos en Boston, hay
un evidente cambio de actitud en gran parte de los jóvenes que ingresan en los
seminarios. Son más comprometidos y decididos a respetar los votos».
Jugarreta de los críticos
El jueves, Alfa y Omega, periódico editado por el Arzobispado de
Madrid, despachaba la carta de Viganò como una «jugarreta
que los críticos internos» tenían preparada al Papa. «La
respuesta frente a esta pequeña pero influyente minoría, ahora hipócritamente
reagrupada bajo la bandera de los abusos, no debe ser entrar en polémicas
cainitas. Más eficaz es continuar en la línea de las
reformas para seguir mejorando la formación afectivosexual en
los seminarios y fomentando una mayor presencia en los órganos de decisión de
la Iglesia de los laicos (en particular, de mujeres)».
Una línea similar a la que
propone Smith. «Hay que abrir a
los laicos los archivos de los que habla Viganò y llegar al fondo de la
cuestión. Y no sólo para condenar a los culpables sino también para despejar
cualquier duda sobre los que sean inocentes. Hay que hacer todo lo posible
para que los feligreses vuelvan a confiar en la Iglesia y sepan
que si su hijo quiere ser monaguillo o se decide a tomar los hábitos estén
seguros de que no sufrirán acoso alguno. Por eso es tan importante que se
llegue hasta al final. Es una pena que pese a todo lo que hace la Iglesia solo
se hable de abusos sexuales. Lo de menos es perder sacerdotes. Ya sea porque
pertenezcan a la Mafia Lavanda, porque abusen de sustancias tóxicas o porque
sean unos narcisistas ambiciosos. Lo importante es que los
católicos puedan volver a confiar en la Iglesia».
A muchos el discurso de
la profesora Smith les parecerá homófobo. «Ése también es un riesgo», concluye
la teóloga.
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