Jean Descola en
su libro “Oh, España”. (Argos Vergara. Barcelona, 1976. pp.314-315, escribe:
Un día, Franco
almuerza con un invitado. Está locuaz,-cosa inhabitual-, parece alegre, cuenta
historias. Terminada la comida, en el momento del café, alguien aparece. Se
trata de Lorenzo Martínez Fuset, teniente coronel y asesor jurídico de su
Estado Mayor (quien tenía a su vez como asesor jurídico al cuñado del general,
el oscuro Felipe Polo Martín Valdés) el mismo oficial a quien Franco confiara
antaño a su mujer y a su hija, antes de su vuelo en el Dragón Rapide. Fuset
viene a desempeñar su papel de procurador. Trae una carpeta llena de papeles
que deposita ante Franco. El Generalísimo, sin míralos siquiera, va firmando
los papeles uno tras otro, sin dejar de hablar. Una vez terminadas las firmas,
Fuset recoge su carpeta, saluda juntando los talones y desaparece. Franco se
vuelve entonces ante su invitado y le dice:
-Excúseme.
Y termina de tomar su café, pero ante la
mirada interrogativa de su invitado, comenta:
-Nada de importancia. Eran solo las
sentencias de muerte de hoy.
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