Público
29-12-16
Luis Suárez
Verdad, Justicia, Reparación.
La Comuna expresos y
expresas de la dictadura franquista
Lo ha declarado
recientemente Juan Luis Cebrián, consejero delegado del grupo PRISA, como parte
de la información revelada en el libro autobiográfico cuya promoción
prenavideña ha sido la causa de su reciente despliegue de locuacidad: el miedo
fue el motor del consenso en la transición (Babelia, 11-12-2016).
No creo que esa
revelación sorprenda a casi nadie, al menos no a quienes vivimos aquella
segunda mitad de la década de los 70 en el uso de la razón. Sin embargo, sí
puede sorprendernos que un hecho bastante obvio sea admitido por alguien que ha
formado parte de la extensa nómina de líderes políticos y mediáticos empeñados
tozudamente durante todos estos años en hacernos creer que los pactos de la
transición fueron la mejor opción posible, libre y deseada por todos sus
firmantes y apologetas.
Ahora resulta que más
que la mejor opción, el modelo político pergeñado en la transición, el llamado
‘régimen del 78’, era en realidad la opción forzada por el miedo, es decir, una
opción obligada bajo chantaje.
Pero ¿qué miedo? Pues
un miedo con dos caras: Por un lado, el temor de los franquistas a ser
procesados y juzgados por sus fechorías y crímenes; de otro, el miedo de las
fuerzas de izquierda firmantes a una posible reacción militar.
Dos miedos, pero
ninguna simetría. El miedo de los criminales franquistas, perfectamente
justificado. Conscientes de sus delitos sin fin contra los derechos humanos,
contra la propiedad, contra la vida; sabedores de que ‘a todo cerdo le llega su
sanmartín’, o, verbigracia, que a todo criminal amparado por un régimen
dictatorial le llega su momento de rendir cuentas cuando dicho régimen se
desmorona. Los franquistas conjugaron sus miedos imponiendo una ley de punto
final bajo la forma de amnistía, en realidad amnesia obligada. Una amnistía sin
previo procesamiento ni condena no es una amnistía sino una simple renuncia a
la verdad y la justicia.
En el otro lado de la
mesa, el miedo de las fuerzas de izquierda firmantes (recordemos,
fundamentalmente PCE y PSOE y sus organizaciones afines), sumamente
sobreactuado: tanto la oligarquía económica y financiera de nuestro país como
la comunidad internacional, y, sobre todo, la inmensa mayoría de la
sociedad española, hubieran aislado inmediatamente cualquier conato de
resistencia violenta por parte de algún sector del ejército o fuerzas armadas.
Así se demostró pocos años más tarde con el ‘Tejerazo’. La izquierda
constitucional espantó sus miedos cediendo a la amenaza de un supuesto ‘ruido
de sables’.
Dos renuncias, pero
tampoco simetría alguna. La derecha renunció a aquello de lo que en su gran
mayoría ya había decidido desembarazarse hacía tiempo, es decir, la dictadura
franquista, un sistema impresentable y podrido que era ya una rémora para sus
propios intereses como capitalismo expansivo necesitado de homologación
internacional.
La izquierda
mayoritaria, por su parte, renunció a una larga serie de objetivos siempre
defendidos como parte de las bases imprescindibles del nuevo escenario
democrático: depuración del aparato del estado franquista; exigencia de
responsabilidades por los crímenes de la dictadura; cuestionamiento del modelo
monárquico impuesto por Franco; reconocimiento de los derechos de las
nacionalidades históricas; revisión de los acuerdos y privilegios de la
iglesia… En definitiva, renuncia a la llamada ‘ruptura democrática’ con el
franquismo, defendida hasta el día anterior por esos mismos partidos.
Ese reconocimiento del
auténtico ‘motor’ de los pactos de la transición tiene como es lógico su
corolario: Si el régimen del 78 fue en buena parte producto del miedo, y si ese
miedo y las concesiones derivadas del mismo fueron muy desequilibrados,
originando un grave déficit democrático en nuestro actual modelo político,
incluyendo la total impunidad del franquismo,… ¿por qué habríamos de dar por
buenas o definitivas esas renuncias 40 años más tarde? ¿O es que sigue estando
vigente hoy el chantaje del ‘ruido de sables’?
Precisamente a la
impunidad del franquismo parece haber querido dedicar el monarca borbón alguna
de sus frases en su infumable discurso navideño, este año particularmente
partidista.
“Son tiempos para
profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie
agite viejos rencores o abra heridas cerradas.”
Más allá de esa vacua
retórica de los brazos y las manos (que se lo cuente a los emigrantes y
refugiados que se ahogan en el Mediterráneo, que se despellejan con las
concertinas, o que sufren prisión ilegal y torturas en los CIEs), parece claro
a quién va dirigido lo de los viejos rencores y las heridas cerradas.
No se dirige desde
luego a la reconciliación en Euskadi, como reclama la mayor parte de la
sociedad de ese territorio, exigiendo pasos definitivos hacia la pacificación
de un gobierno enrocado precisamente en el ‘rencor’ y en mantener abiertas las
heridas.
Viniendo de quien
viene, ese mensaje no puede tener otro sentido que el de mantener sellado el
sepulcro blanqueado del franquismo. Resulta no obstante insólito que la
supuesta neutralidad del borbón se haya saltado en este caso con un
pronunciamiento tan descarado como ofensivo, provocando entre otras la reacción
inmediata de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que ha
denunciado el discurso ante el Defensor del Pueblo, pidiéndole que recuerde al
monarca su obligación de respetar los derechos humanos.
Lo que nos faltaba a
estas alturas del partido a las víctimas del franquismo es que un jefe de
estado sin legitimidad democrática alguna, entronizado por herencia genética a
partir de un dedazo del dictador, pretenda hacerle eco al coro de los
neofranquistas para quienes el pacto de impunidad de la transición resulta
intocable por los siglos.
Pues bien, instruyamos
tanto al borbón como a quienes le escriben los discursos con varias nociones
básicas:
·
Tal como han
reiterado los organismos de derechos humanos internacionales, invocando normas
y convenios suscritos también por España, los crímenes contra la humanidad,
como son los de violación de derechos humanos y represión política de la
dictadura, ni prescriben ni son amnistiables.
·
Los crímenes
franquistas no son heridas cerradas, sino abiertas y sangrantes, nunca
investigados, nunca sujetos a la justicia, nunca castigados los culpables,
nunca reparados sus daños.
·
La marea
contra la impunidad franquista no ha hecho sino iniciar su desarrollo, es
imparable y arrolladora, arrancó en Buenos Aires en 2010 y ahora avanza desde
cientos de ayuntamientos y juzgados del estado español.
·
El miedo a
los cuerpos armados, si puede servir como explicación de las renuncias de la
transición, resulta hoy simplemente ridículo como posible espantajo contra la
verdad y la justicia.
Tomando en cuenta
estas sencillas ideas esperamos que en la Nochebuena de 2017 nos ahorren el
bochorno de otra provocación como la de este discurso.
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