Respira o revienta:
memorias de Aguirre
Público
David Torres
Diciembre
30, 2.016
Esta última
semana el cuñadismo patrio se ha motorizado para defender la libertad de morir
por asfixia, que es uno de las libertades inalienables del conductor y
alrededores. Un holocausto por anhídrido carbónico podría ser la solución para
desalojar de una vez a Carmena de la alcaldía y limpiar la ciudad de
pestilencias podemitas, aunque quedara inhabitable para las próximas décadas.
Al fin y al cabo, el derecho a respirar no está recogido en la Constitución ni
en el BOE ni en ningún otro documento oficial. Si en Moncloa y la Gran Vía se
cantó hace muchos años el “No pasarán”, ahora se canta el “No respirarán”. El
oxígeno está sobrevalorado.
Cuando algún
alma cándida señala que en Londres, Roma, París y otras capitales civilizadas
de Europa hace muchos años que funciona la alternancia de circulación por
matrículas para evitar niveles peligrosos de contaminación, nos sale el Unamuno
que cualquier lleva dentro: que se españolicen ellos. En cuanto a los
pulmones, pueden decir misa: mientras que contra el humo del tabaco hay
millares de estudios científicos que corroboran su intrínseca maldad, no hay
nada definitivo escrito acerca del humo de automóvil. Los negacionistas del
volante están a un paso de negar que en Chelmno y en Treblinka se utilizaran
tubos de escape para asfixiar a los judíos por centenares y cualquier día
presentan una versión alternativa en que los nazis se sentaban a ahumarlos uno
a uno a base de caladas de Partagás. Con prohibir que se fume en la Gran Vía,
problema solucionado.
Con Botella
esto no pasaba, porque la alcaldesa suplente sí que era previsora y por eso
tuvo la feliz idea de evitar los altos niveles de contaminación al llevarse los
medidores de contaminación a la Casa de Campo. Relaxing cup of café con
mierda. Carmena, en cambio, quiere acabar con la civilización, desterrar los
automóviles, destruir el sistema capitalista mediante el hundimiento del
comercio y volver a los trueques de la Edad de Piedra. No sería raro que este
año, durante la Cabalgata, salgan tres neandertales subidos a tres mamuts en
lugar de los tres Reyes Magos.
Afortunadamente,
Esperanza Aguirre resiste encerrada en su humilde palacete de Malasaña,
atrincherada con unos cuantos víveres que le sobraron de la Nochebuena, armada
de langostinos y polvorones, un chaleco antibalas a base de turrón duro y
mazapanes de repetición. Igual que aquel día en que la persiguieron Gran Vía
arriba y abajo sólo por ejercer su derecho a joder el tráfico aparcando en el
carril-bus. Ahora sufre la mala suerte de que su coche, el de su hijo, el de su
mayordomo y el de la criada, todos tienen número par.
El año no
podía terminar sin un aguirrazo más, todo un clásico madrileño que lo mismo
aterriza en verano o en invierno. Aguirre tiene pilas para rato, funciona las
cuatro estaciones del año y no se calla ni durmiendo. La marquesa en funciones
de portavoz despliega tal actividad opositora que hasta se ha opuesto a sí
misma en una paradoja espacio-temporal: se ha encontrado con Esperanza Aguirre
en una entrevista de mayo de 2015 en la que afirmaba que no le temblaría la
mano si tuviera que prohibir la circulación de vehículos con matrícula par o
impar en caso de una situación de alerta. “Las ordenanzas están para cumplirse”
dijo Aguirre entonces, pero se refería exclusivamente a las suyas. Una vez más
una fuerza irresistible choca contra una roca inamovible y la suma da cero
pelotero.
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