Asesorado
por la Gestapo, el franquismo mantuvo a 500.000 antifascistas presos en 180
campos de concentración
Por Juan Luis Valenzuela
Kaosenlared
8-10-18
En la España franquista España
funcionaron numerosos campos de concentración entre 1936 y 1947, muchos de
forma estable y otros temporalmente. Dirigidos por el Servicio de Colonias
Penitenciarias Militarizadas fue una de las “eficaces” herramientas del sistema
de represión franquista.
A los más jóvenes los campos de
concentración les suena a instalaciones carcelarias masificadas y criminales de
los nazis y de Hitler. Los identifican con nombres como Auschwitz, Mauthasen o
Dachau. Algo muy negativo pues nos indica nos indica nuestro desconocimiento de
la historia propia historia reciente de nuestro país. Y es que durante la
Segunda Guerra Mundial se construyeron más de 15.000 campos de concentración y
exterminio a lo largo y ancho de todo el territorio controlado por la Alemania
nazi. El cine o la literatura han conseguido que campos de concentración,
nazismo, crueldad y tortura sean sinónimos y palabras y conceptos asociados.
En la España franquista España funcionaron numerosos
campos de concentración entre 1936 y 1947, muchos de forma estable y otros
temporalmente. Dirigidos por el Servicio de Colonias Penitenciarias
Militarizadas fue una de las “eficaces” herramientas del sistema de represión
franquista.
Por allí pasaron años condenados y esclavizados o simplemente
finiquitaron su vida ex combatientes del ejército de la II República,
disidentes políticos, militantes de izquierda, políticos, homosexuales, gitanos
o presos comunes. Como en los campos de concentración nazis los presos comunes
más peligrosos eran los responsables de la vigilancia y en especial de
controlar a los presos por motivos políticos.
Pero además de mecanismo represor estos centros del
sistema penitenciario fascista sirvieron para que mediante la explotación
laboral de los prisioneros, el franquismo hiciera obra pública y construyera
desde canales a incipientes aeropuertos como el actual de Málaga. Mano de obra
barata no, esclavitud a secas.
Hay historiadores que cifran en unos 180 campos de
concentración los distribuidos por toda España desde 1936 a 1942. Según
solventes historiadores como el profesor Javier Rodrigo de la Universidad
Autónoma de Barcelona, aproximadamente 500.000 internos fueron redistribuidos
en los campos entre prisioneros de guerra y presos políticos. El primer campo
de concentración creado por el dictador se creó en castillo del monte Hacho en
Ceuta. El último en cerrar, el de Miranda del Ebro.
Existen investigaciones que avalan la tesis de que
funcionarios nazis de la Gestapo fueron los asesores del régimen para diseñar esta
red de campos de concentración franquistas, imitando su “experiencia” de los
existentes en la propia Alemania nazi. Atribuyen a Paul Winzer, jefe de la
Gestapo en España y un tiempo jefe del campo de concentración de Miranda del
Ebro, ser el auténtico diseñador de esta red de centros de tortura y muerte en
la España de la posguerra y ejecuciones aplicando el modelo nazi
Las condiciones eran indignas pues el régimen se
cebaba y se vengaba con los presos. Hambre y sed, temperaturas abrasadoras en
verano y gélidas en invierno, enfermedades, piojos, interrogatorios con
torturas y palizas, vejaciones y, para muchos, la espera era una especie de
“corredor de la muerte” donde un mal día se les sacaba para fusilarlos. Los
presos políticos calificados como “irrecuperables” eran directamente ejecutados
en algún fatal día en el que sorpresivamente se les anunciaba que iba a salir
del centro. Se los llevaban y ya no volvían: tiro en la frente. Fue una forma
de “reeducación” cruel tanto física como psíquicamente calcada del régimen
nazi.
También hubo algún campo, como el de Las Arenas en
Sevilla, que sirvió, al más puro estilo nazi, para eliminar a “parias”. Allí,
en el término de La Algaba, se llevaron a unos 300 “indigentes, mendigos,
indocumentados o pobres, en general, que retiraban de las calles de Sevilla”
entre 1941 y 1942 y que directamente fueron al “matadero” al ir dejándolos
morir de hambre sin hacer nada para evitarlo. Fue esa la forma, la de matar de
hambre a la población mendiga de la ciudad de Sevilla, el sistema para la
“solución final” dirigida a “vagos y maleantes”. Se calcula que más de la mitad
de los reclusos fallecieron de inanición y frío. Bueno, el verbo fallecer sería
en este caso un eufemismo de “asesinar”.
La política de “recursos humanos” del régimen” para
seleccionar a los responsables de gestionar los campos era sanguinaria. Se
elegían a víctimas de la zona republicana con lo que los escogidos trabajaban
con un espíritu torturador y de vendetta con los vencidos y en la mayoría de
las ocasiones netamente sádico.
Para aquellos que hablan de un franquismo “plácido” y
una posguerra incruenta habría que recordarle que en 1938, en plena guerra,
estos tétricos recintos albergaban a más de 170.000 prisioneros. Al término de
contienda, en 1939 ya la cifra oscilaba entre los 370.000 y 500.000. En 1940 se
nombra director de la red de estos campos al general Camilo Alonso Vega, amigo
y paisano de El Ferrol de Franco así como miembro de la misma promoción que el
dictador. Alonso Vega fue designado en 1957 Ministro de la Gobernación, un
represor destacado que terminó su vida como Capitán General del Ejército, rango
alcanzado en vida tan solo por el propio Franco y Muñoz Grandes. Diez años
después de finalizar la guerra civil, en 1946, seguían en activo 137 campos de
trabajo más 3 de concentración, con población reclusa de 30.000 prisioneros,
todos de carácter político. El último campo de concentración en cerrar fue el
burgalés de Miranda del Ebro que mantuvo su actividad el año 1947.
De entre los 180 campos de concentración destacaron el
de Albatera en Valencia, Camposancos en Pontevedra, Castuera en Badajoz, La
Corchuela y Los Merinales en Sevilla, Los Almendros en Alicante y el de Miranda
del Ebro en Burgos. En Andalucía hubo 55 centros de reclusión para unas 100.000
personas. Como en el resto de España el franquismo los utilizó para poseer
franquista mano de obra esclava para sus obras públicas y como castigo y
venganza por la disidencia. Destacan el del Canal de los presos en Sevilla o el
de Torremolinos También estos centros de reclusión españoles sirvieron para
aumentar la nómina de presos en los campos de concentración nazis europeos.
Pues el régimen franquista dedicó los trabajos
forzados de este medio millón de reclusos a construir parte de lo que con el
golpe de Estado y la guerra ellos mismos habían destruido, a erigir obra
pública y explotar recursos. Gracias a sus trabajos se reconstruyó Belchite y
otras localidades en ruinas. Se laboró en minas de sal o extracción de
mercurio. Se construyeron carreteras y líneas de ferrocarril como la de
Baeza-Utiel o la de Madrid Burgos, y excavación de canales como el del Bajo
Guadalquivir en Sevilla. Presas y pantanos como el embalse de Zorita o El
Tranco en Jaén. Miles de prisioneros fueron usados en la construcción de la
Prisión de Carabanchel, el Valle de los Caídos y en el Arco de la Victoria.
Colectores como en Sevilla o futuros aeropuertos como el de Málaga hecho por
los presos del campo de Torremolinos. Posteriormente este trabajo fue
subcontratado a empresas privadas y terratenientes que utilizaron a los
prisioneros para mejorar sus propias propiedades.
Así transcurrió la penosa vida de medio millón de
españoles esclavos del franquismo. Entre la venganza, la falsa de libertad, la
penuria y el intento de borrar la memoria se les aplicó las más sádicas y
crueles herramientas de represión física y psicológica tanto para los presos
como para sus familias. Medio millón de españoles. La mayoría “culpables” de
ser fieles a un régimen legítimo y a unas ideas. Fueron explotados
laboralmente, de manera gratuita y apenas sin comida para obra pública y
trabajos particulares de ricos y terratenientes. La mayoría albergaban la
esperanza de salir libres un día y abrazar a sus familias. Libres y vivos.
Algunos no lo lograron… un tiro en la sien en los patios Otros no lo
consiguieron y fueron fusilados en los patios.
Y ahora vas y lo
cuentas, Pablo Casado, que “Los de izquierdas son unos carcas, todo el día con
la fosa de no sé quién”. Y Francisco Marhuenda que siga contando que “Franco no
fue un dictador fascista sino un militar católico, que implantó un régimen
totalitario” o el ex ministro de Aznar Mayor Oreja que no condena esta etapa
lúgubre de España porque se continuará preguntando: ¿Por qué tengo que condenar
el franquismo, si muchas familias lo vivieron plácidamente con naturalidad y
normalidad?”. ¡Cosas veredes en la derecha del siglo XXI, amigo Sancho!,
veredes, sí.
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