La mano de Santa Teresa de Jesús, el amuleto que consiguió que Franco
ganase la Guerra Civil
El dictador,
que se creía "el primo de la Virgen María", se hizo con la reliquia y
la puso a presidir todos sus actos y a dormir en su mesita de noche.
15 octubre, 2019
El Español
Lorena G. Maldonado
A Franco, en su escuela de El Ferrol, le llamaban “el cerillita”: “Es porque era muy
delgadito y poquita cosa”, decía su hermana Pilar. Los compañeros le recordaban
como un chico “introvertido, taciturno, apagado y poco brillante” o como un
joven “melancólico y deprimido, de aspecto vulgar, moreno, bajito, con voz de falsete
y que había leído muy poco”. Se graduó con el número 251 del total de 312
cadetes de su promoción, en 1910. Fue Franquito desde esos tiempos, los de la
Academia de Infantería de Toledo, donde sufrió novatadas de todo tipo: bien de
perdigones, bien de abusones, bien de humillación. No era un líder nato: de
hecho, era una suerte de nerd y necesitó abrazar una fe para reafirmarse.
Lo cuenta Miguel Ángel Ordóñez
en Cachito, cachito mío
(Modus Operandi), un rosario de rarezas históricas muy divertido que hilvana
las paranoias de unos y otros. Aquí, Ordóñez se centra en explicar cómo Franco,
un tipo sin carisma ni espíritu, un hombre por el que nadie dio nunca un duro, tuvo que encomendarse a un curioso amuleto para triunfar:
nada más y nada menos que la mano izquierda de Santa Teresa de Jesús.
Objetos 'sagrados'
Los incondicionales del
dictador dijeron que esa mano santa había sido el “verdadero sostén” de Franco
durante su dictadura, mucho más que la Falange o el ejército. “Sin su concurso,
dirá él mismo, no hubiera podido ganar la Guerra Civil ni permanecer en el
poder el resto de su vida”, relata el autor. “Nombró un funcionario
cuya única misión en la vida fue trasladar y proteger con su propia vida la
reliquia, que presidía todos los actos diarios del dictador”. Cuando
el general se iba a dormir, la colocaba en su mesita de noche. No se separó de
ella ni en su lecho de muerte. Dijo que hasta se le apareció en alguna ocasión,
como la virgen de Covadonga. “El sátrapa se convenció de que tenía mano con las
alturas”, guiña Ordóñez.
Su delirio creció tanto que
empezó a rodearse de objetos semisagrados, como la espada de San
Fernando, el rey Fernando III de Castilla, joya que se venera desde los tiempos
de la Reconquista. Pero sin duda su favorito fue la mano de Santa
Teresa de Jesús. El ABC publicaba en su día que había sido "entregada al
Generalísimo Franco una mano de Santa Teresa de Jesús, rescatada en Málaga por
las fuerzas nacionales", al ocupar la ciudad sureña en una ofensiva de
tropas de Mussolini y franquistas. Se trataba de la mano izquierda de la
carmelita, con su relicario de plata con forma de mano, con sus piedras
preciosas ribeteándola.
"Primo de la Virgen María"
Su soldadesca mora le
atribuía una suerte de baraka o protección divina: lo creían porque nunca lo
abatían los enemigos, sólo una vez, en 1916, cuando lo derribaron de un tiro en
el abdomen. Al sobrevivir, “mientras morían más de la mitad de hombres de su
unidad en la misma escabechina”, subrayaría su leyenda.
Tampoco él hacía nada por
calmar el mito. "No es de extrañar que quien había sido un joven
acomplejado y acosado se convenciese a sí mismo de su relación especial con la
Divina Providencia", continúa el autor. "Una buena estrella
me acompaña", aseguró el caudillo en varias ocasiones -ahí su
discurso en Burgos del 1 de diciembre de 1961-. También la Iglesia Católica dio
pábulo a sus ensoñaciones esotéricas al santificar oficialmente la rebelión
militar y bautizarla como la "santa cruzada".
Millán Astray diría que
Franco era "el enviado de Dios como Conductor para la liberación y
engrandecimiento de España". Casi nada. El mariscal francés Philippe
Pétain, un viejo conocido suyo de las guerras en Marruecos, "títere de
Hitler", hizo un comentario ilustrativo sobre el aura mesiánica del
dictador. Se reunieron en Montpellier, cuando Franco regresaba de ver a
Mussolini en Italia, en febrero de 1941, y quedó atónito con sus "aires de
iluminado". De él diría: "Este hombre no debería pensar que es
primo de la Virgen María". Así lo confirman historiadores como
Mathiu Séguéla, John Trythall, Luis Suárez o Javier Tusell.
El dedo
Su eje, como siempre, era la
mano de Santa Teresa, una de las reliquias en las que acabó convirtiéndose el
cuerpo despiezado de la monja. Cuando murió, la enterraron a toda prisa en la
capilla del convento de Alba de Tormes (Salamanca) "por miedo a que se
llevaran a la finada a cualquier otro lugar ligado con su vida". Sin
embargo, a petición del padre Jerónimo Gracián de la Madre de Dios,
que había sido su director espiritual y su amigo, fue exhumada en secreto.
Tardaron cuatro días en retirar tierra y piedras. Él quería verla, dijo, y se
asombró por lo bien conservado que estaba el cuerpo: "Los pechos (...) me
admiré de verlos tan llenos y altos".
Antes de colocarla en un
nuevo féretro, él mismo le cortó la mano izquierda para regalársela a las
carmelitas de Lisboa. También le cortó un dedo meñique "que traigo
conmigo, y desde entonces acá, gloria a Dios, no he tenido enfermedad
notable", declaró. El dedo acabó viajando bastante: cuando el hombre
estuvo dos años cautivo y torturado en Túnez se lo quitaron, pero a la vuelta
"lo rescaté por 20 reales y una sortijas de oro". El brazo
también daría tumbos hasta acabar en el poder del dictador español varios
siglos después. Había estado en Lisboa desde que fue regalado a las
monjas, y ellas lo conservaron hasta principios del siglo XX.
Pero a partir de 1910,
cuando se suceden una serie de convulsiones políticas en Portugal, temen
perderlo y lo ceden a una comunidad hermana de España: Ronda. Ahí llega el
brazo en 1924. Cuando se da el golpe de Estado que deriva en la Guerra Civil,
"las monjas de la localidad malagueña esconden la reliquia, pero,
supuestamente presionadas por rojos milicianos, acaban entregándosela".
Tras el rescate de los nacionales, la mano no fue devuelta a las carmelitas de
Ronda.
Santa Teresa y Franco: uno
De hecho, "las tropas
franquistas entran victoriosas en Madrid el día del cumpleaños de Santa Teresa
de Jesús, 28 de marzo, suficiente motivo para luego usarlo como argumento para
hacer una pedida formal de la mano". La Iglesia, al principio, pide que le
sea devuelta, pero ante la insistencia de Franco, se rinde. El obispo accede al
"deseo vehemente de Su Excelencia de retenerla en su poder para continuar
rindiéndole en la intimidad de su hogar ese culto tan fervoroso y devoto (...)
Es gustosísima de tener Su Mano al lado del Caudillo, que se ha propuesto, con
la ayuda de Dios, forjar una nueva España que entronque con la Imperial
del tiempo de dicha Santa".
Cuando por fin murió
Franco, confirmando su único defecto como líder a ojos de Carrero Blanco
-"no ser inmortal"-, su viuda y su hija viajaron a Toledo con la mano
sin meñique de Santa Teresa para devolverla oficialmente a la Iglesia. Así lo
recogió la prensa: "Doña Carmen Polo entrega al primado la reliquia de
Santa Teresa de la que era depositario el caudillo". Por si fuera poco,
Carmen Polo les dejó también una insignia de la Cruz Laureada de San Fernando
que solía llevar Franco cuando iba de paisano "para que sea fijada en el
relicario que, en forma de guante de plata, protege la mano de Santa
Teresa".
A Ronda, la mano volvió un
mes después. Aún sigue allí, en el convento de las carmelitas descalzas, pero
ah, siempre con su laureada engastada, "para que nadie olvidara la parte
de su vida que compartió con el señalado por el Dedo de Dios, la Espada del
Altísimo"... y todas aquellas fábulas.
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