Cristo se
puede cocinar pero de una pieza
Público
22/08/2017
Por la absolución de Javier Krahe, tristemente fallecido, supimos hace
algunos años que cocinar un Cristo para dos a las finas hierbas no es delito,
ni lo es utilizar la sátira contra el poder, aunque éste se encarne en la
Iglesia, la institución más poderosa de la historia de la humanidad. Lo que
ahora está en cuestión es si se le puede presentar como un cartel de despiece
de vacuno, distinguiendo el solomillo del costillar y el muslo del morcillo,
que es lo que ha hecho una de las comparsas que participan en las fiestas de
Bilbao para decorar su caseta, reconvertida en ‘Carnicería vaticana’.
El montaje de Hontzak, una mordaz comparsa libertaria fundada por la CNT
regida por el lema “ni dios ni estado ni patrón, ¡Athletic campeón!”, ha
ofendido mucho al alcalde de Bilbao, Juan María Aburto, pero sobre todo al
Obispado, que logró que este lunes un juez ordenara a la Ertzaintza la retirada
de la supuesta blasfemia. Nos encontramos de nuevo ante el eterno dilema de si
en un Estado aconfesional es posible reírse de los dioses, de sus hijos y de
sus profetas o si, por el contrario, hay que aceptar que la religión sea el
opio del pueblo y además una valla para el humor tan alta como la de Melilla
pero más infranqueable.
El debate parecía resuelto desde 2015 cuando unos asesinos fanáticos
convirtieron en una morgue la redacción de Charlie Hebdo y todos fuimos Charlie
por un día, incluidos los principales líderes mundiales. Aquello fue un
espejismo porque, en realidad, sólo somos Charlie cuando nos conviene o cuando
hay muertos en la mesa y aceptamos la libertad de expresión en su más intenso
sentido de burla y de mofa cuando nos pasa al lado y no nos mira con sus ojos
penetrantes.
La renuncia a la sátira contra la religión que, como decía El Perich, es
ese invento que nos consuela de las problemas no tendríamos si no existiese, es
la primera gran derrota de Occidente frente al integrismo, bajo el falso
supuesto de que es bueno renunciar a dibujar a Mahoma con una bomba en el
turbante si a cambio se consigue que esas bombas no se materialicen en unos
trenes de cercanías. Se dirá a renglón seguido que el fundamentalismo cristiano
no mata, aunque olvidando que su pasado está lleno de cadáveres y su presente
es un rosario de casos de abusos a menores y ataques gravísimos a la libertad
sexual y reproductiva de las personas.
Casi diez años antes de la matanza del semanario francés Europa ya había
renunciado a ser ella misma. Legaciones y sedes diplomáticas danesas fueron
incendiadas en varios países musulmanes con la excusa de la publicación cuatro
meses antes de unas caricaturas de Mahoma en el Jyllands-Posten, un diario
cristiano vinculado a la extrema derecha. Se demostró entonces que la ira de
las multitudes fue teledirigida por sus respectivos gobiernos mientras que la
UE, incapaz de defender a uno de sus miembros, pedía perdón y elaboraba una
refinada teoría de la libertad de expresión en la que quedaba sometida al
supuesto valor universal del respeto a la religión.
De vuelta a España ha sido relativamente frecuente que artistas, activistas
e irreverentes, en general, hayan tenido que pasar por los tribunales para
demostrar que sus actos no contravenían lo dispuesto en los artículos 524 y 525
del Código Penal sobre las ofensas a los sentimientos religiosos, algo que ya
estaba regulado por el propio sentido común. Es una ofensa miccionar en una
capilla en plena misa o patear a un musulmán por llevar un Corán en la mano,
pero no puede serlo un chiste, una instalación, una obra de teatro o una
protesta política por muy desafortunadas que sean estas manifestaciones. Lo
mismo puede aplicarse a los delitos de odio que se han querido ver en muchos
tuits o en los autobuses de HazteOír.
Los responsables de Hontzak han respondido con humor al desmontaje de su
‘carnicería’: “Creíamos que
las personas que organizan performances que escenifican un ritual mágico
caníbal en el que simulan comerse la carne y beberse la sangre de un mozo de 33
años entenderían que a algunas personas nos pudiera resultar gracioso. Nos
parecía tan delirante que no pensábamos que lo hacían en serio”.
Como se ha dicho aquí alguna vez la
libertad de expresión en su grado máximo consiste en ofender. No sólo está
prevista para zaherir a los demás sino a nosotros mismos y tiene unos límites,
sí, que no pueden ni deben ser fijados por la Conferencia Episcopal.
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