PRIMER PLANO El título
'Franco confidencial' es el nuevo libro de Pilar Eyre
El Franco más íntimo y desconocido
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"Tenía una
fimosis muy acentuada. Su vida sexual fue inactiva", explica su médico
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"El sexo
no le interesaba, sublimaba sus deseos en el ansia de poder", asegura
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Su padre,
maltratador, le llamaba 'Paquita' y 'marica'
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PILAR EYRE
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Actualizado: 09/11/2013
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Hace pocos meses. Vivienda elegante en Barcelona. Asombrado, el médico
clavó en mí sus ojos, los mismos que habían mirado a Franco tendido en una camilla,
cuando le pregunté por la intimidad de su célebre paciente. Me contestó con
contundencia: "!No existía!". Le pido detalles para mi libro y dice
después de una larga reflexión:
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-El general tenía las dos características principales para ser un hombre
frío:
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complejo de Edipo y maltrato paterno.
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Nos callamos. Y al fin prosigue:
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-Lo sé con total certeza, porque Franco perdió un testículo en África, pero
además hay un detalle de su anatomía que nadie conoce y que explica su
idiosincrasia [le da una chupada a su cigarrillo]:
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tenía una fimosis muy acentuada, el prepucio muy
cerrado, lo que me permite deducir, por mi larga experiencia en estos casos,
que su vida sexual fue inactiva,
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que después de engendrar a su hija,
que era inequívocamente suya, no volvió a tener relaciones sexuales ni con su
mujer ni con nadie...
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-Pero ¿no se puede corregir este defecto?
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-Se le aconsejó una operación muy sencilla y se negó porque el sexo no le
interesaba, sublimaba sus deseos en el ansia de poder y pudo permanecer casto
toda su vida. ¡La ambición, en su caso, sustituyó al orgasmo!
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Francisco Franco Bahamonde nació el 4 de diciembre
de 1892 en medio de una galerna endemoniada que sacudía la ría de Ferrol y de la
celebración con morteros del día de la patrona de artillería, santa Bárbara,
una fecha muy apropiada para aquel que, según contó él mismo, sólo se sentía a
gusto "en medio de una batalla con el arma en mano".
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Cuando nació, su padre, el iracundo y alcoholizado
Nicolás Franco Salgado, estaba en una casa de putas.
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Su madre, que lo vio enclenque y
llorón, lo acogió con un amor desmesurado y excluyente. Las paredes de la casa
de la calle María escondieron el secreto de ese padre brutal que llamaba
"Paquita" y "marica" a su hijo a causa de su voz atiplada,
consecuencia de una sinusitis crónica, que maltrataba a su mujer embarazada y
que incluso llegó a romperle el brazo a su hijo mayor al encontrarlo
masturbándose.
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Paquito "era un niño triste", "siempre fue un niño
viejo", e incluso la propia hija reconoció años más tarde que "no
recordaba su infancia con cariño".
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A los seis años fue al puerto a recibir a los
repatriados de la guerra de Cuba, 250 familias se habían quedado
huérfanas y Ferrol se llenó del ruido de las patas de palo de los lisiados. A
los 14 ingresó en la Academia de Infantería de Toledo.
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A este primer viaje fuera de Galicia lo acompañó su padre, que se quedó en
Madrid a vivir con su amante abandonando madre, hijos y hogar. El odio
al padre, el amor sin límites por su madre, a la que por las noches
suplicaba "cásate conmigo",
y el desastre de Cuba, marcaron a "Paquito" para siempre.
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La luz de África lo embrujó -"Yo no puedo explicarme a mí mismo sin
África", repetía en ocasiones-. Fue el cadete más joven de la
Academia, el teniente más joven del Ejército, (¡general a los 33 años, como
Napoleón!). Militar modélico, la atroz guerra africana lo deshumanizó y dejó de
tener respeto a la vida, empezando por la suya propia.
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Sus hombres explicaban que Franco parecía inmune a las balas,
iba siempre en primera fila, entraba a la bayoneta si era necesario con las
manos tintas en sangre y se negaba a recoger a los heridos para no perder el
tiempo. Con terror supersticioso decían "Franquito tiene baraka".
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La Legión, que organizó junto al Glorioso Mutilado Millán Astray, estaba
formada por la escoria de la sociedad, a los que Franco permitía todas las
bestialidades. Cuando fue a visitarle su antiguo compañero de Academia, Vicente
Guarner, entró un sargento a comunicar que habían detenido a dos legionarios
por una falta menor. "¡Que los fusilen!", dijo tranquilamente
Franquito. Se giró con fiereza hacia Guarner y espetó: "Y tú cállate, ¡no
sabes qué clase de hombres son!".
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En Melilla, Franco fue a visitar a la duquesa de la Victoria con un ramo de
rosas en un cesto adornando dos cabezas de moros. Al verlo, la duquesa se
desmayó. Él se disculpó diciendo: "Mis chacales son como chiquillos".
Sólo cuando la Legión pacificó a sangre y fuego el Protectorado, Franco pudo ir
a Oviedo a casarse con su novia, Carmina Polo.
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Pero no fue la única chica a la que había pretendido, y a todas ellas les
escribía versos y postales.
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Sin embargo, su primera (y única) pasión carnal fue la belleza
oficial de Ferrol, Ángeles Barcón, quien después lo recordaría con
nostalgia: "Paquito sabía cómo enamorar a las chicas". Cuando su
amigo Camilo Alonso Vega le espetó
"Paco, si
no te vienes de mujeres con nosotros creeremos que eres marica",
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él le apuntó con el sable y le dijo:
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"Si tú o
alguien vuelve a repetir eso, lo mato".
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Carmina, que se enamoró de él a los 15 años, esperó con paciencia porque
"cuando lo conocí, me di cuenta de que yo le estaba predestinada".
Con el nacimiento de su primera y única hija, Carmen Franco y Polo, Nenuca, Franco
creyó volverse "loco de alegría", según confesó. Franco se
distraía haciéndole muñecas de trapo mientras la niña se acurrucaba en sus
brazos para ver películas de Popeye.
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Mientras, Oviedo, Melilla y de nuevo la Legión, Madrid, Zaragoza, donde
dirigió la Academia, después el destierro, otra vez en Oviedo, Coruña,
Canarias... En esos momentos, Franco hacía continuas profesiones de fe:
"Yo estoy en contra de las dictaduras", "hay que darle una
oportunidad a la república"...
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Decidió participar en el golpe tan sólo tres días
antes de la fecha señalada, cuando mataron a Calvo Sotelo. La primera
decisión que tomó fue fusilar a su primo hermano Ricardo de la Puente:
"¡Había agujereado los depósitos de los aviones para que no pudiéramos
utilizarlos!", justificaba.
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Pero lo más doloroso para él fue asistir con impotencia a la muerte de su
amigo y segundo, Miguel Campis, a manos de Queipo de Llano. Hasta siete veces
le pidió clemencia. Nunca pudo perdonar a Queipo, quien, a espaldas de Franco y
para vengarse de sus desprecios le llamaba "Paca la culona".
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En el poder
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En la dura postguerra, y sobre todo después de que las fuerzas del eje
perdieran la guerra, repudiado por las potencias occidentales, imperaba en la
familia del caudillo la austeridad cuartelera y el espíritu legionario.
Franco, sobre su mesa de despacho en el Pardo, tenía dos fotografías.
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Una de ellas era de Mussolini y Clara Petacci colgados por los pies después
de ser salvajemente asesinados por los partisanos; la otra, de Alfonso XIII con
sombrero en el muelle de Marsella yéndose al exilio. Y Franco decía: "Si
quieren echarme, tendrá que ser así", señalando la foto de Mussolini,
"porque yo al exilio, como ese, no pienso irme nunca". A
lo que Carmina añadía "Y yo contigo, Paco".
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Poco a poco se le fue despertando a la mujer el gusto por las antigüedades,
las casas, el lujo..., aunque Franco parecía no advertirlo. Él exigía que le
cambiaran el forro de las chaquetas y usaba unos zapatones de Segarra tan
bastos que le hacían heridas en los pies.
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Aunque siempre afirmaba "yo no soy un meapilas" y "en mis
años en África vi de todo", Carmina logró imponer el más acendrado
nacionalcatolicismo en la corte de El Pardo. Sin embargo, después de tanta
muerte, unas irrefrenables ansias de placer lo arrasaron todo.
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El llamativo cuadrilátero formado por Carmina, Ramón Serrano Suñer,
Sonsoles de Icaza y su marido, alimentó las mentes calenturientas de la
sociedad de la época. ¡Pero si hasta decían que la que estaba enamorada de
Serrano era la propia Carmina y que lo que pasaba es que estaba celosa de su
hermana!
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¿Y la atracción irrefrenable del mismísimo caudillo por una folklórica
sevillana? ¿Y por Sarita Montiel, a la que llamaba "violeterilla"? De
los rumores no se salvaba nadie, hasta a la monja teresiana que cuidaba a Nenuca se
la encontraron en la cama con el chófer. ¡Incluso el pobre Carrero Blanco tuvo
que sufrir los desvaríos de su insatisfecha esposa! Colás, el hermano mayor,
vivió un amor demente y vicioso por una jovencita Cecilia Albéniz, a la que sin
embargo desvirgó Luis Miguel Dominguín, gran conocedor de los secretos del
entorno de Franco.
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"Las
cacerías y los festivales de la Granja se convirtieron no sólo en un nido de
corrupción, sino en una fuente de vicio y desvarío".
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Carmina le tuvo que suplicar a una
embarazada Lola Flores que se casara con El Pescaílla, a Dominguín, con una
también embarazada Lucía Bosé y fue la generalísima también la que expulsó de
España a Encarna Sánchez por haberse quedado con el dinero de unos festivales
benéficos.
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Su amor por el rey
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Había que casar a la hija, y al final fue Cristóbal
Martínez Bordiú, un "pollo pera", el protagonista del mayor braguetazo de
España. Un noviazgo que intentó romper un atractivo torero, según me contó él
personalmente. El matrimonio pronto se vio bendecido por siete hijos que hicieron
exclamar a doña Carmen "qué pena que lo de Paco no fuera
hereditario".
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A pesar de que la casquivana nieta Carmencita se casó sin amor con otro
nieto de Alfonso XIII, Alfonso de Borbón, para optar también a la corona y a
pesar de los esfuerzos desaforados de don Juan de Borbón desde su exilio de
Estoril para que lo llamaran al trono, el elegido para tal fin fue su hijo,
Juan Carlos.
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Lo de Franco y Juanito fue amor a primera vista. Giménez Caballero me contó
que "a nadie, exceptuando a su mujer e hija, ha querido Franco como a
Don Juan Carlos". Y el mismo nieto, Francis, que adoraba a su abuelo,
reconoció que "él nunca se metió en nuestras cosas... sólo se ocupaba del
Príncipe".
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Tanto, que hasta le buscó una princesa a su medida, porque fue Franco el
que eligió a Sofía: "Las princesas griegas están muy bien para Vuestra
Alteza", le dijo en el jardín de Meirás. Don Juan Carlos preguntó
vagamente: "Son dos, ¿no? Sofía e Irene", a lo que el caudillo
respondió magnánimo: "Escoja Vuestra Alteza". Don Juanito dijo:
"Pues Sofía".
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Cuando Don Juan Carlos se fue a Estoril, maniobró de manera que su ingenuo
padre creyó que había sido él el artífice de esa boda. Años después, el Rey le
reveló a su mujer con amargura: "¿Dura tu juventud, Sofi? ¡Me hubiera
gustado ver cómo te bandearías tú entre esos dos viejos!".
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En esos años, un combatiente caudillo afirmó: "¡No me temblará el
pulso contra los malos españoles!", sobre las multitudinarias
concentraciones de la plaza de Oriente. "Todos son mis hijos, los buenos y
los malos, y debo premiar y castigar", añadió. Porque para Franco,
la guerra duró mientras vivió él, una existencia cada vez más mermada
por las enfermedades. Fue incluso trágica la manera en la que fue descubriendo
que padecía Parkinson.
Larga agonía
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Sus últimas sentencias de muerte contra cinco muchachos acusados de
múltiples y nunca probados crímenes se cumplieron en septiembre de 1975. Txiki
Paredes Manot, el menor de todos ellos, cantó el Eusko Gudariak en el
cementerio de Collcerola, la boca contra el suelo, mientras el sargento que
comandaba el pelotón le daba el tiro de gracia. Aun hoy su abogada, Magda
Oranich, lleva en el billetero una foto suya.
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Pero para entonces, su baraka lo había abandonado, su tiempo se había
cumplido. Franco sintió un dolor en el costado, había sido un infarto
silente, pero aun así se empeñó en presidir su último Consejo de ministros
para tratar la situación del Sahara. Lo hizo monitorizado y los médicos dijeron
que cuando se pronunciaba la palabra "Marruecos", subían vertiginosamente
las pulsaciones.
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Después ya fue una carrera imparable hacia la muerte. Su nieta Mariola,
cuando vio su estado, gritó llevándose la mano a su vientre de embarazada
"¿Qué le estáis haciendo al abuelo?". La última estación de su
viacrucis fue una sala del hospital La Paz, con el bip bip de los monitores y
olor a pudrimiento. El Príncipe lloraba por los pasillos y Nenuca le dijo a su
marido: "Cristóbal, déjalo morir en paz".
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