Teresa
de Calcuta, el ángel del infierno
PabloMM
29 de Septiembre de 2018
KAOSENLARED
Una de las primeras decisiones que tomó Donald Trump
tras conquistar el Despacho Oval fue reponer el busto de Winston Churchill. Es
habitual que los presidentes redecoren la estancia de acuerdo a sus
preferencias ideológicas, y tratándose del ínclito neoyorkino, la faz de un
genocida borracho le viene como rata muerta a cabeza anaranjada.
El antiguo jefe de gobierno del Reino Unido es uno
de esos personajes que ha salido blanco impoluto de la lavadora de los tiempos.
“Dejad el pasado a la historia, pues yo tengo intención de escribirla”, dijo. Y
su palabra se hizo verbo. Cada vez que a Churchill se le atribuye la autoría
intelectual de la derrota de los nazis, Alan Turing y nueve millones de
soldados del Ejército Rojo se revuelven en sus tumbas.
Entre los párrafos de la historia silenciada, esa
que redactan los vencedores, los dos millones de personas asesinadas de hambre
en Bengala se han convertido en una insignificante mota de polvo que los
aduladores del extinto premier británico olvidan mencionar. Unos años antes, en
1920, se convirtió en el primer líder mundial en gasear a población civil.
Ocurrió en Mesopotamia (actual Iraq) y perecieron 10.000 personas, víctimas del
gas mostaza: “No entiendo estos remilgos contra el uso del gas. Estoy
completamente a favor de usar gases venenosos contra las tribus incivilizadas”,
dijo unos meses antes. Y su palabra se hizo verbo.
Otra de las que parece haber salido bien parada del
inexorable paso del tiempo es Madeleine Albright. Esta misma semana, la
ciudadana Inés Arrimadas hacía suyas en las redes sociales unas palabras que la
ex secretaria de Estado de los Estados Unidos pronunció durante una entrevista
con el diario El Mundo: “Lo que vemos en España con Cataluña ya lo vimos en
Yugoslavia”.
Resulta paradigmático que la líder de un partido que
receta, al menos ante la opinión pública, concordia y buena vecindad para
resolver el conflicto soberanista, amplifique el mensaje de una mujer cuya
medicina para los Balcanes fueron bombas en Belgrado y limpieza étnica en
Kosovo. Para Iraq, en cambio, fue mucho más sibilina, con la imposición de
sanciones económicas y un bloqueo de alimentos que a mediados de los años 90
causaron una auténtica catástrofe humanitaria. “Medio millón de niños han
muerto en Iraq. Eso es más que en Hiroshima, ¿ha merecido la pena?”, pregunta
la periodista Lesley Stahl. "Fue una elección difícil, pero creemos que ha
merecido la pena", dijo Madeleine Albright. Y su palabra se hizo
verbo.
El
ángel del infierno
Supongo que ya estarán al tanto de la noticia; el
titular del Juzgado de Instrucción número 11 de Madrid ha decidido procesar a
Willy Toledo por un delito de ofensas a los sentimientos religiosos. La última
vez que una persona fue condenada en España por cagarse en Dios sucedió en
1977, así que sólo falta un peldaño para regresar a los buenos tiempos del
tardofranquismo. La izquierda, así se definen ellos, anda revoltosa ante
semejante ataque a la aconfesionalidad del Estado, y eso que, hace tan solo
unos días, PSOE y Compromís pactaron cederle a la Comisión Islámica la
designación de los profesores que enseñarán islam en los colegios de la
Comunidad Valenciana. En lugar de sacar de las aulas las garras del
catolicismo, meten ahora a los duendes del otro lado del río, para terminar de
transformar lo que debiera ser un centro de pensamiento crítico en una fábula
sacra. Del materialismo histórico a esto.
Pero regresemos a Willy Toledo. El actor volvió a
sacarle punto a su afilada verborrea en el programa FAQS de TV3. Interpelado
sobre la madre Teresa de Calcuta dijo: “Fue
una de las mayores criminales de este planeta”, entre las risas incrédulas
del público. Toledo es un asiduo de la hipérbole, para magnificar sus mensajes
y dejar un poso que perdure más allá de la volatilidad de las palabras. Si bien
es cierto que en la lista de los mayores sátrapas de la historia hay candidatos
de sobra que superan los méritos de la monja albanesa, no falta a la verdad
cuando señala a la susodicha como un personaje muy alejado de ese ser de luz
que ha quedado grabado en la memoria colectiva.
El “puto cacahuete”, así fue rebautizada por la
revista Mongolia, es otra de esas grandes personalidades que al igual que
Churchill y Madeleine Albright ha resultado congraciada por la pluma generosa
de los escribanos de la historia.
El relato le atribuye a la Madre Teresa, nacida como
Anjezë Gonxhe Bojaxhiu, un sentido supremo del compromiso que le hizo abandonar
su vida de familia acomodada para prestar auxilio a los más pobres. Sus
hospicios en los barrios desfavorecidos de Calcuta fueron refugio para miles de
parias, y sus manos, siempre tendidas, el consuelo de los desahuciados que esperaban
la llegada temprana de la muerte.
Pronto se convirtió en un reclamo electoral para
algunos de los más importantes líderes políticos, convirtiéndose en una figura
internacional que se paseaba por las calles mugrientas de los guetos de la
India con el mismo semblante sereno que lucía en las grandes alfombras de los
palacios presidenciales. Tal fue su magnitud que en el año 2003, el Papa Juan
Pablo II ordenó su beatificación al considerar probado que sanó con
su mera presencia a un enfermo terminal. Trece años más tarde, ya con el anillo
del Pescador en el dedo de Bergoglio, fue declarada santa en una de esas
pomposas ceremonias tan propias del folclore religioso. Desde entonces, una
ampolla con la sangre de la religiosa reposa a modo de reliquia en el museo del
Vaticano.
La leyenda de la madre Teresa comienza a gestarse en
1968, cuando Malcolm Muggeridge, un periodista ultraconservador de la BBC,
viaja a la India para conocer el trabajo de la misionera, del que resulta un
reportaje edulcorado con un pestilente trasfondo mesiánico. Otro plumilla de
nombre Malcolm, pero de apellido Otero, y Santi Giménez, han recogido en el
libro El club de los
execrables algunos de los pasajes más desconocidos del relato vital de
la monja: “Una ultracatólica retrógrada que creía necesario el sufrimiento de
los pobres, sólo aceptaba el divorcio en las casas reales, consideraba que el
aborto era el principal problema de la humanidad y adoraba el dinero de los
ricos, a quienes siempre apoyó, incluyendo dictaduras sanguinarias”.
A mediados de los años 90, la piel de cordero de la
Madre Teresa comenzó a resquebrajarse debido a un artículo publicado por Robin
Fox, editor de la revista médica The Lancet. Fox, que visitó los hospicios
de Calcuta en 1994, aseguró no haber encontrado a una sola persona con
conocimientos básicos de medicina, situación que provocaba que los pacientes
fueran incorrectamente diagnosticados, hacinados en estancias donde se
mezclaban a los enfermos terminales y con dolencias contagiosas, con otros
potencialmente curables. Las afirmaciones de Fox fueron respaldadas dos años
después por Mary Loudon, investigadora de la British Medical Journal y
voluntaria de la congregación de la monja en Calcuta, quien describió una serie
de prácticas aberrantes, como la reutilización de agujas hipodérmicas, la
negación de analgésicos o las pésimas condiciones de salubridad de los
hospicios.
Uno de los mayores detractores de la religiosa fue
el periodista y escritor británico Christopher Hitchens, que acunó el
sobrenombre de "el ángel del infierno". Hitchens es autor de The
misionary position: mother Teresa in theory and practice, un libro que jamás ha
sido editado en castellano y donde califica a la madre Teresa como una
"entusiasta de la pobreza", aunque se codeaba con algunas de las
fortunas más pornográficas del planeta. Era una habitual en las recepciones de
François Duvalier, más conocido como Papa Doc, dictador de Haití desde 1964
hasta su muerte en 1971, momento en el que fue sucedido por su hijo Jean
Claude, o Baby Doc, quien mantuvo la tiranía en el país hasta su derrocamiento
en 1986. "Los Duvalier aman a los pobres", dijo la madre Teresa.
Entre sus acaudalados mecenas también figura el
nombre de Charles Keating, conocido como "el rey del bono basura". A
finales de los años 80, Keating estafó 3.000 millones de dólares a 23.000
inversores, en lo que fue uno de los mayores escándalos financieros en el país
norteamericano. Cuando fue detenido, la madre Teresa envió una carta al juez
que se hizo cargo de la investigación: "No sé nada de los negocios de
Charles Keating, pero sé que ha sido generoso con los pobres de Dios". La
religiosa adolecía de una doble vara de medir que oscilaba según fuera el
personaje al que sometía al juicio de sus dogmas. Mientras que en 1996 se desplazó
hasta Irlanda para apoyar a los contrarios a la legalización del divorcio,
meses después bendijo la separación de la Princesa Diana de Gales,
también filántropa de su causa.
Según su visión fundamentalista de la fe, la miseria
y el sufrimiento son experiencias que deben ser aceptadas como parte de la
providencia divina. Así se lo hizo creer a los heridos en la catástrofe de
Bhopal, sucedida el 3 de diciembre de 1984 en esta región homónima de la India.
Una fuga en la fábrica de pesticidas de la Union Carbide provocó la muerte de
12.000 personas y dejó heridas a otras 600.000. Animada por intereses
desconocidos, presumiblemente espurios, la madre Teresa se desplazó a la zona
para ofrecer consuelo a las víctimas; "Perdonad, perdonad", les
repetía una y otra vez. Tal fue la insistencia que muchos de los afectados
decidieron no iniciar acciones legales contra la empresa, circunstancia que
devengó en que una de las mayores tragedias del país se solucionara con ocho
consejeros de la empresa condenados a dos años de prisión y al pago de unas
multas que oscilaban entre los 8.000 y los 10.000 euros. Por su parte, la
corporación, propiedad al 51% de un grupo estadounidense, pactó una
indemnización de 470 millones de dólares que fueron a parar al bolsillo de los
políticos, mientras los heridos tuvieron que pagarse del suyo propio los
elevados gastos médicos. Precisamente es en el tema pecuniario donde la labor de la misionera es especialmente oscura. Resulta imposible calcular con exactitud cuánto dinero llegó a acumular la congregación; lo intentó el semanario alemán Stern, pero el Gobierno indio se negó a facilitar los datos alegando que se trataba de información confidencial; lo intentó la Hacienda británica, pero esta vez fue la Banca Vaticana, institución a la que fueron transferidos los fondos de la comunidad tras el fallecimiento de su líder, quien se opuso a esclarecer el entuerto. En el ya mencionado Club de los Execrables recogen las palabras de una ex trabajadora de la orden en el barrio neoyorquino del Bronx, que cifra en 50 millones de dólares la fortuna de las Misioneras de la Caridad, sólo en los Estados Unidos.
Son estas declaraciones, de antiguos colaboradores,
las que han ayudado a destapar la cara menos visible de la Madre Teresa.
Declaraciones como las de Colette Livermore en su libro Hope Endures:
Leaving Mother Teresa, Losing Faith, and Searching for Meaning, donde califica
a la religiosa como una "teóloga del sufrimiento" que prohibía a las
monjas buscar información médica porque "Dios ama a los débiles e
ignorantes". Existen decenas de testimonios similares y todos
coinciden en señalar el empeño de la albanesa por dotar al sufrimiento de un
halo de romanticismo decadente. En 1995, el periodista español José Bustamante
transcribió una conversación entre la misionera y un enfermo terminal de
cáncer, que agonizaba en uno de sus hospicios:
- Estás sufriendo, como Cristo en la cruz, así que
Jesús debe estar besándote.
- Por favor, madre, dígale que pare de besarme.
Pero esta vez, su palabra, la de un nadie, no se
hizo verbo.
Paradójicamente, cuando por su salud era la
doliente, no resultó ser tan partidaria del sufrimiento. En dos ocasiones
visitó sendos hospitales de California; en 1991, cuando fue tratada de una
neumonía, y en 1997, debido a sus problemas cardiacos. Según un estudio
publicado por investigadores de las universidades canadienses de Ottawa y
Montreal, la religiosa recibió cuidados paliativos en los últimos años de su
vida. Para Christopher Hitchens, esta incongruencia se debe a que la madre
Teresa apreciaba el padecimiento, siempre y cuando el enfermo fuera pobre, y
ella estaba muy lejos de serlo. "Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en él", dijo. Y su palabra se hizo verbo.
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