Una
hostia nunca está bien dada
Público
27 Marzo, 2017
Hasta hace poco tiempo recibir una hostia bien dada en el Ejército era más
o menos normal, de hecho, uno acudía a la milicia para hacerse un hombre y,
claro está, las hostias terminaron con el niño que más de uno llevaba
dentro. No sé muy bien, desde luego, cuál habría sido la solución en el caso de
haberse incorporado la mujer como recluta, pero seguramente también habría sido
necesaria una hostia a tiempo para convertirlas en mujeres como Dios manda.
Recientemente, tres miembros del Tribunal Supremo, cada vez más
ridiculizado por sus propias decisiones, decidieron mostrarse contrarios a la
sentencia por ‘corregir’ físicamente a un subordinado. Es decir, por
patearle. Para estos miembros, en el difuso sentido de la palabra, es normal
que si uno se equivoca en la oficina el jefe le patee, aunque sea sin causarle
lesiones, para que se percate de su error. Así está el alto tribunal militar a
día de hoy. Alguno habrá, macho, muy macho él, que alegará que la milicia no es
una profesión cualquiera, ni siquiera es una profesión. Se equivoca. Y se
equivoca mucho. La milicia es una profesión más y como tal debe adaptarse a la
sociedad. Igual que hoy sería impensable que un comisario pateara a oficiales
de policía o el jefe de un cuerpo de bomberos hiciera lo propio con los
bomberos, no resulta lo mismo en el mundo militar y esos tras magistrados lo
demuestran. Es cierto que el castigo físico brutal ha desaparecido de las
Fuerzas Armadas, sentencias en ese sentido así lo demuestran y desde mi
experiencia así lo puedo aseverar, pero todavía nos quedan ciertas
reminiscencias: el bofetón o la patada ‘a tiempo’.
La ‘corrección física’, o la didáctica de la bofetada, sigue siendo un
método de trabajo más o menos aceptado en las unidades más duras. Un método
que, curiosamente, es defendido por muchos soldados que prefieren una torta a
que les arresten o les sancionen administrativamente, pues entienden que ello
tiene consecuencias peores. Esta mentalidad anida, sobre todo, en unidades de
choque como la Legión o la Brigada Paracaidista, en las que ‘un pechazo’ bien
dado sigue siendo considerado más o menos normal. De ello, como bien demuestra
la noticia de Carlos del Castillo en Público bien se encargan los mandos
de convencer a los soldados: mejor un par de hostias o unas flexiones que un
arresto o una sanción económica.
Desde mi experiencia personal recuerdo que un sargento primero tuvo la
ocurrencia de ‘corregir físicamente’ a dos chicas que aspiraban a ser soldados
y aquello se convirtió en un caso muy sonado, aunque no lo fue tanto por el
hecho en sí de golpearlas, sino porque eran hijas de un oficial. Aun así, el
caso no terminó en los juzgados, porque de hecho solo una minoría de las
actitudes delictivas que se producen en los cuarteles termina en los
tribunales, sino que se procedió a la ‘reubicación’ del sargento primero y
asunto resuelto. También recuerdo los castigos físicos del capitán que comía
gominolas y bollos mientras nos hacía hacer flexiones, nos castigaba con un
saco terrero o nos hacía cavar. La situación era de lo
más esperpéntica. En fin, son apuntes que demuestran hasta qué punto va a
ser complejo terminar con estos vestigios que todavía habitan en la mentalidad
de nuestra milicia.
Por desgracia, con magistrados tan retrógrados como los que
votaron a favor de la exoneración del oficial que pateó a un militar para
corregirle me temo que tardaremos todavía un tiempo en conseguir que ser
militar sea solamente una profesión más. Una de esas en las que no te dan una
guantada bien dada si te equivocas y en la que tú no lo prefieras.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de dos
novelas (Un paso al frente en 2014 y Código rojo en
2015).
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