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Eduardo Casas Herrer Policía
especializado en Delitos Tecnológicos, profesor universitario y escritor
Para hacer de policía hay que ser policía
ElHuffPost
6-10-18
A menudo me preguntan, en diferentes
foros, lo que hace falta para trabajar con los policías tecnológicos. Si pueden
hacerlo desde casa y a qué sueldo tendrían derecho. Solo hay una respuesta
posible: primero tienes que ser policía. Aprobar la oposición y, después,
trabajar duro —y tener un poco de suerte— para conseguir ser destinado a la
especialidad. Una especialidad que tiene pocas prebendas, aunque un gran
reconocimiento social.
Aunque pueda
ser de Perogrullo —para trabajar con la policía hay que ser policía—, muchos me
señalan, quizá influidos por películas y series estadounidenses, que desde casa
uno puede rastrear IP, buscar páginas ilegales o adivinar, con técnicas de hacking,
la identidad de un posible delincuente. Esta ignorancia es lógica en quien no
conoce el trabajo que se efectúa y que se basa en una sola premisa: hay que
detener al delincuente conforme a la ley. Si bien es cierto que cualquier
particular puede arrestar a un ciudadano en determinadas circunstancias
—delincuente in fraganti o fugado de la justicia—, solo la autoridad o
sus agentes pueden hacerlo en el resto de los casos, que son la práctica
totalidad en la delincuencia tecnológica. Además, en la mayor parte de los
casos se realizan entradas y registros. Quien está en ellos, que debe ser de
nuevo un policía o personal judicial, ha de entender del caso para saber lo que
está buscando. Los funcionarios policiales ni siquiera hacen la parte del
trabajo que incluye ordenadores desde sus domicilios, sino desde las comisarías
y brigadas. No hay que olvidar que el trabajo policial incluye vigilancias,
seguimientos, entrevistas, solicitudes de datos a diferentes organismos...
Vamos, que cualquier miembro de la Brigada de Investigación Tecnológica o de
sus homólogos en cada una de las provincias españolas ve bastante calle,
pasando frío, calor y a veces hasta corriendo.
Hay organismos —INCIBE o diferentes
universidades— que trabajan con nosotros, pero no buscando delincuentes, puesto
que nada podrían hacer, sino diseñando y entregándonos las herramientas que nos
pueden ayudar a encontrarlos. Esa sí es una forma válida de cooperación y cada
día más necesaria, aunque la labor que realizan no es policial, sino técnica,
llegando allí donde nosotros, por formación y tiempo, no podemos.
Hay buenas razones para que esto sea
así. La primera es que todo aquel que sea testigo de un delito debe figurar con
su nombre y apellidos y el lugar desde el que ha actuado, para evitar la
indefensión del arrestado. Es lógico y es uno de los pilares del sistema de
justicia de cualquier democracia. ¿Si alguien nos acusara de un delito, nos
gustaría saber quién? Porque, si es mentira, podríamos luego proceder contra él.
Las «denuncias anónimas» son muy peligrosas y no tienen validez alguna por sí
mismas.
Las 'colaboraciones' que nos ofrecen
no suelen ser tan desinteresadas como afirman. Es una estrategia habitual entre
consumidores de pornografía infantil ofrecerse para buscar y denunciar.
Una vez aclarado eso, ¿nos gustaría
que el denunciado supiera quiénes somos y dónde vivimos? Igual no es muy buena
idea. Los policías solo se identifican con su número de carné profesional y la
dirección donde trabajan. Esto se hizo así hace muchos años para proteger su
identidad ante terroristas o delincuentes organizados, porque a veces se juegan
la vida solo por hacer su trabajo.
Hay más
motivos. Durante su formación, los funcionarios de la Policía Nacional estudian
una amplia cantidad de materias —hablaremos de ello en otra futura entrada de
este blog— como, entre otras, Derecho Penal, Procesal, Administrativo, Técnicas
de Policía Judicial, Policía Científica, Seguridad Ciudadana y Psicología. A
eso hay que sumarle la formación que reciben en las plantillas —la experiencia
y su transmisión a las nuevas generaciones es uno de los más fuertes valores
del Cuerpo— y cursos complementarios. Son, en muchas ocasiones, verdaderos
expertos multidisciplinares, algo que se desconoce desde la comodidad del
sillón frente al ordenador doméstico. Porque no todo vale para averiguar la
identidad de un delincuente. La policía jamás va a realizar un acceso
ilegal a un dispositivo electrónico. Para eso dispone de solicitudes legítimas
a los proveedores de servicios o, si emplea técnicas más sofisticadas, se hará
con autorización y supervisión judicial. Spoiler: en el 95% de los casos
no hace falta.
Las colaboraciones
que nos ofrecen no suelen ser tan desinteresadas como afirman. Es una
estrategia habitual entre consumidores de pornografía infantil —es un delito en
que está penada su mera consulta intencionada— ofrecerse para buscar y
denunciar. Les advertimos siempre de que no tienen cobertura legal alguna; ni
siquiera nosotros la tendríamos si actuáramos desde nuestro domicilio y fuera
de las horas laborales. En ocasiones, al aparecer en investigaciones, hemos
acabado practicando entradas y registros en las viviendas de esos confidentes
y hemos encontrado que su actividad iba mucho más allá de lo que decían hacer.
Se dedicaban al intercambio activo y guardaban grandes colecciones. Incluso
aunque no fuera así —algún caso ha habido—, las explicaciones ante el juez son,
como poco, complicadas. Por supuesto, todo el que encuentre ese material por accidente, puede —y debe— enviarlo
a la policía, aunque nunca hay que compartirlo —resulta obvio— a
través de redes sociales. No solo la respuesta policial va a ser la misma que
ante un solo correo, es que podemos estar cometiendo un delito.
Por todo esto el trabajo policial
debe ser realizado por policías. Punto.
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