La pesadilla de tener 300
orgasmos al día
A Diana la excitación sexual le
asalta en el supermercado, conduciendo o durante una entrevista de trabajo.
Sufre el síndrome de excitación genital persistente, un trastorno que afecta
especialmente a las mujeres y sobre el que aún hay muchos prejuicios y desconocimiento.
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08.04.2019
La primera
vez le pareció divertido. Fue durante un fin de semana de escapada con su
pareja, hace cuatro años. “Salimos a desayunar y me lo había pasado tan bien
que le dije ¿qué es lo que hiciste ayer?”, explica. Pero el gesto se le fue
cambiando a medida que pasaba el tiempo y aquella sensación no cesaba. Lo
primero que pensó fue que se trataba del efecto de una nueva crema lubricante que
había probado aquella noche, así que subió a la habitación y se lavó. Pero
llegó el mediodía y la tarde y la sensación y los orgasmos espontáneos
no paraban. “Cuando llegó la noche y vi que no podía ni dormir me
asusté mucho”, recuerda. “Aquello ya no tenía ni puñetera gracia”.
Diana tiene 41 años, vive en
Badajoz y es uno de las pocas personas en el mundo que sufre una rara
afectación conocida como “síndrome de excitación genital persistente”
(PGAD, por sus siglas en inglés). La noche en que apareció el síndrome terminó
en urgencias y los médicos le dijeron que seguramente había sido la crema
vaginal. Durante un par de semanas todo volvió a la normalidad, pero una
mañana, mientras atendía a un cliente en su trabajo de teleoperadora,
se dio cuenta de que volvía a ocurrir. “Me dije ‘qué raro, si esta vez no he
usado la crema’, y traté de disimular”, recuerda. “Tenía que poner el
“mute” cada dos por tres hasta que me di cuenta de que tenía que ir al médico”.
Y en aquella consulta de urgencias fue la primera vez que notó la incomprensión
de los médicos y las risitas. “Una ATS me preguntó si iba allí a darles envidia
y, claro, le contesté fatal”.
“Cuando la gente dice ‘¡uy, qué bien!’,
no saben lo que dicen”.
Desde entonces empezó una
pesadilla que le asalta cada pocas semanas y le está destruyendo la vida. “Mi
crisis más bestia duró dos semanas, a una media de 250 o 300 orgasmos diarios.
Son constantes, cuando te viene un arreón pueden ser dos o tres por
minuto. Es algo que condiciona la vida”, explica. “Cuando la
gente dice ‘¡uy, qué bien!’, no saben lo que dicen”. Diana está bajo
supervisión de un neurólogo y se ha sometido a varias pruebas médicas, como
resonancias, electroencefalogramas y control del nivel hormonal. Aparentemente
no hay ninguna causa física que le provoque las crisis, aunque le han recetado
antiepilépticos a la espera de más pruebas. “El problema es tan poco frecuente
que mi médico me confesó que había oído hablar de ello, pero en
Anatomía de Grey, no en la carrera”, asegura.
El deseo intrusivo
Francisca Molero, presidenta de la Federación Española de Sociedades
de Sexología (FESS),
ha tratado una veintena de casos como el de Diana en los últimos 15 años y
conoce bien el problema y su tratamiento. “El síndrome se da cuando la mujer
tiene físicamente todas las sensaciones y los cambios genitales
asociados a una excitación sexual, pero sin tener mentalmente la
sensación de estar excitada”, explica a Next. “Entonces considera todos
estos cambios, como el aumento de lubricación o hinchanzón genital, como
intrusas e invasivas porque no es una cosa que esté deseando ni quiere
tener en ese momento”. En general, el síndrome no se suele manifestar con
orgasmos, como en el caso de Diana, sino como una forma de excitación
continuada que llega a poner a las personas en situaciones muy complicadas para
su día a día.
“Traté a una señora que se excitaba al
subir en un autobús o cuando escuchaba música en un concierto”
“Recientemente tuve una señora
de unos 60 años, a la que le afectó mucho a su calidad de vida, pero que al
final le bajó bastante la ansiedad”, recuerda la sexóloga. “En este caso,
aunque le habían hecho miles de pruebas, resultó ser un problema de
espalda importante, que le han operado y ha desaparecido esa excitación.
Seguramente tenía afectada una zona gatillo que le desencadenaba la reacción”.
Otra paciente tratada por Molero tenía muy bien identificados los momentos en
que se disparaba el problema. “En esta mujer los detonantes tenían que ver con
los movimientos, con el tema de subir en un autobús o incluso cuando
escuchaba música en algún concierto”, explica la doctora. “La señora
era muy melómana y todo lo que era música de percusión le desencadenaba
la excitación. Se ponía tan nerviosa que empezaba a respirar más
rápido y tenía la sensación de que todas sus amigas con las que iba a estos
conciertos se daban cuenta”. Aunque no le contaron ningún motivo físico, la
propia mujer aprendió a identificar y controlar las reacciones y mejoró su
calidad de vida.
En general, explica la
experta, no hay una causa única de este síndrome, sino que es
multifactorial y en cada persona es diferente, aunque a menudo tiene
que ver con factores orgánicos. “Estos factores tienen que ver
con algunas alteraciones de la columna, de la zona lumbosacra y los llamados
quistes de Tarlov”, asegura. “A veces se debe a malos posicionamientos, a
atrapamientos del nervio pudendo y otras a un aumento de
presión a nivel pélvica”. El factor psicológico es igualmente
importante y explica por qué se suele dar sobre todo en mujeres, a las
que no se les ha enseñado a reconocer las señales genitales. “El hecho
de no saber cuándo pueden aparecer, te limita mucho la vida y te deja una
sensación de vulnerabilidad”, indica Molero. “Muchas de estas mujeres
han dejado de tener vida normal, dejan de hacer actividades cotidianas
por miedo a que la gente descubra lo que les está pasando”.
Atrapada en vida
“Este
síndrome me está aislando muchísimo, me tengo que obligar a salir un rato de
casa”, reconoce Diana, a quien la excitación ha sorprendido en todo tipo se
situaciones. “Me ha dado en una entrevista de trabajo, en una tutoría
de mi hijo, en el supermercado… A veces estoy dos semanas sin salir.
Es demoledor. Físicamente es cansancio, pero anímicamente es mucho peor
que el daño físico”. Por si fuera poco, este tipo de trastornos tienen
un fuerte estigma social, por lo que muchas víctimas lo sufren
en silencio. “En mi caso solo lo saben mi pareja, mi madre y mi hijo (17)”,
asegura Diana. “Una vez estuve tentada de contarlo en el trabajo, para
que mi jefe supiera por qué tenía tantas bajas, pero ¿para qué? ¿Para
que me digan cosas como las que me dicen en los médicos? En urgencias han
llegado a hacer corrillos, cuchicheando y señalando”.
“En urgencias han llegado a hacer
corrillos, cuchicheando y señalando”
“No
tiene nada que ver con ninfomanía, es una reacción física”, explica
Francisca Molero. “Y depende de si la reconoces, puedes identificar esos
factores precipitantes e intentar controlarlos, lo que ayuda a bajar el nivel
de ansiedad y a controlar los síntomas”. De momento, Diana no ha conseguido
controlar sus brotes, aunque intenta atajarlos mediante meditación y
relajantes musculares. Cuando le asalta una de las crisis, no quiere
ver a nadie, ni siquiera a su pareja, aunque tiene la suerte de que el síndrome
no ha destruido su vida sexual, como pasa en otros casos. “Si me asalta en una
situación como una entrevista de trabajo, intento esconderme. Tiendo a
ir al baño, y si empieza la crisis muy fuerte llamo a mi pareja para
que venga a recogerme porque en ese caso ya no puedo ni conducir”,
asegura. “Alguna vez me ha pillado al volante y lo que hago es que paro
en donde sea, porque la concentración disminuye, eres un peligro para
ti y para los demás”.
Hace dos
años Diana pidió la invalidez y no se la concedieron porque su
problema no estaba reconocido como causa. “Yo siempre he trabajado de cara al
público, ¿en qué trabajo te aguantan que cada dos semanas tengas una baja de
tres o cinco días?”, se queja. "Lo peor es la incomprensión.
Cuando fui al tribunal médico hubo una que me dijo que debería dar las
gracias porque algunas no llegan nunca al orgasmo”. Ahora lo quiere
volver a intentar, aunque empieza a ganarle el desánimo. “No sé qué hacer”,
confiesa. “Llega un punto en que pienso que para qué voy a buscar trabajo, si
al mes me van a echar”.
En todos sus años de experiencia, la
doctora Molero solo ha recibido la consulta de un hombre. Esta diferencia en la
incidencia entre sexos responde, en su opinión, a cómo se percibe la
sexualidad en el caso del hombre y la mujer. "En la sexualidad
interviene la parte cerebral y la genital y el resto del cuerpo, pero mientras
que los hombres muchas veces han tenido erecciones espontáneas y no las
viven como algo intrusivo, sino como algo reforzador, la reacción
psicológica de la mujer es muy diferente”, explica. “La mujer lo vive como algo
intruso, algo que no quiere. Si yo no estoy excitada, se pregunta, ¿por
qué me pasa esto?”.
En
algunos estudios en los que se medía el nivel de excitación en hombres y
mujeres se ha observado una discrepancia entre lo que ellas sienten
conscientemente que les excita y lo que produce síntomas físicos de excitación,
mientras que en ellos hay una gran correspondencia. “Había una gran
discordancia grande entre lo que la mujer decía que le excitaba y la reacción a
nivel vaginal”, explica Molero. “Hay que tener en cuenta que muchos estímulos
se activan, pero al pasar por el filtro del lóbulo prefrontal la mujer
lo puede bloquear, pero no significa que el resto del cuerpo lo
bloquee”. En esto intervienen los prejuicios y una educación sexual machista
que ha establecido en las mujeres que el sexo es un tabú y en ellos un deseo
natural. “Hay una falta clarísima de educación sexual”,
concluye la experta. “Hay que aprender cuál es la respuesta fisiológica, la
cantidad de estímulos que pueden hacer que funcione tu cuerpo y tú decides
cuáles aceptas y cuáles no”.
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