“Me escandalizan los abusos en la Iglesia”
Llorenç Puig, delegado de los
Jesuitas en Catalunya
La Vanguardia
Carina Farreras, Barcelona
08/04/2019
El delegado de la Compañía de Jesús en Catalunya, Llorenç
Puig (Barcelona, 1966), se ha entrevistado con las
víctimas de los abusos sexuales cometidos por religiosos en
los colegios catalanes de los Jesuitas en los años sesenta, setenta, ochenta y noventa. “He sentido mucha
vergüenza, vergüenza y rabia de que pudiera suceder algo así en el interior de
nuestras escuelas y que lo cometieran personas que se suponía que tenía que
proteger a los niños” y considera “lamentable” que los responsables lo
ocultaran. Cree que los Jesuitas están inmersos en un proceso de aprendizaje.
“Tenemos que sentir aún más vergüenza, escuchar todo lo que sucedió, acompañar
a las víctimas, denunciar. Esa es la única
vía posible de sanación”, dice. No teme las consecuencias económicas que
podrían derivarse de este proceso de revisión del pasado. “No nos frena el
miedo, queremos ayudar a las víctimas que buscan, antes que dinero,
reconocimiento del mal que se hizo”.
Ustedes iniciaron en diciembre un proceso de
transparencia ofreciendo un correo electrónico para que se comunicaran ex
alumnos afectados. ¿Cuántas personas han contactado?
Más de las que pensábamos.
Hemos recibido a una veintena de personas y las hemos escuchado una por una.
Han acusado a 9 docentes: 7 religiosos, un exsacerdote y un laico. Estamos
investigando todos los hechos. Dos, además, están sometidos a procesos
canónicos lo que implica que están recluidos en sus residencias sin poder dar
el sacramento, que para un sacerdote, es lo más esencial de su vida. Queremos
llegar al final con todos, incluso con los tres que han fallecido, aunque con
la muerte se haya extinguido el delito.
¿Y denunciarán?
Denunciaremos, ya lo hemos
hecho en casos que están claros.
¿Qué lectura
hacen del pasado?
No se ha actuado
correctamente. A mí me arde el corazón cuando escucho a las víctimas. ¿Cómo es
posible?, me pregunto. Me escandaliza. El dolor es tan profundo... Es distinto
que te lo cuenten que oírlo directamente de la víctima. Algunos abusos
sucedieron sin que nadie lo sospechara pero otros se conocían, se ocultaron, se
enviaron a sacerdotes a otros países... Es cierto que sucedió en una época en
la que se minusvaloraban estas agresiones.
El delito de
pederastia ya existía y, por tanto, ya era reprobable socialmente.
Quiero decir
que la sociedad ha cambiado y tiene otra mirada hacia los abusos. Sin que sirva
de excusa, ahora nos parecen intolerables los castigos físicos o la violencia
contra la mujer. Se ha cambiado. Y gracias a eso la escuela es ahora mucho más
segura. Hemos establecido protocolos, hemos dado formación a los profesores que
tienen una mirada mucho más atenta y experta. Y formamos también a los niños
para que puedan identificar y expresarse si alguien les daña.
Algunos obispos
lamentan que la repercusión de los abusos de la Iglesia sea enorme cuando estos
se dan mayoritariamente en las familias. ¿Por qué cree que sucede esto?
Porque escandaliza. La Iglesia
ha dado muchas lecciones de moral y hemos fallado, reconozcámoslo.
¿Conocen ahora
casos que no han salido aún en la prensa?
No, pero si hay alguno, animo
a las víctimas a que hablen con nosotros. De hecho, nos incomoda que salga por
otros canales.
¿Han valorado
las consecuencias económicas que pueden derivarse de un posible delito de
encubrimiento?
No, no lo hemos hecho.
Este proceso de
revisión del pasado se inicia en los colegios de Jesuitas en Catalunya pero los
del resto de España no parecen seguirles.
Lo están haciendo aunque con
menos notoriedad. Quizás nosotros empezamos antes. Nos dimos cuenta que
teníamos que actuar. Todos estamos aprendiendo.
¿En qué sentido?
Que sabemos más sobre lo que
tenemos que hacer y sobre lo que las víctimas necesitan. Les escuchamos desde
el corazón y se nota. Cuando hablamos con ellos, la despedida ya no es igual
que la llegada. Y el que escucha con implicación también se transforma. Eso es
importante. El Papa lo sabe y por eso yo creo que escucha también regularmente
a víctimas de pederastia. Uno podría dudar de lo que se dice de personas que
conoce, que cree que son tan buenas. Hay familias que nos han llamado diciendo,
“¿Este sacerdote? Me niego a creerlo”. Pero somos poliédricos. Nadie lleva una
etiqueta en la frente: “soy un abusador”. Y hemos aprendido que todos tenemos
una responsabilidad social y que callarse genera víctimas.
¿Y respecto a
las víctimas?
Las víctimas pasan por
diferentes fases. Primero tienen que identificar lo sucedido. Muchos no saben
dónde colocar su vivencia, eran pequeños cuando todo sucedió. Hasta que un
artículo, un documental de Netflix, les despierta su consciencia. Luego, pueden
formularlo. Y hacerlo público.
Si no existiera
el celibato, ¿habría menos casos de abusos?
El celibato hay que cuidarlo
como la fidelidad en el matrimonio y podría haber quien no fuera fiel a su
compromiso. Y déjeme decirle que los abusos se dan en otros colectivos.
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