La represión franquista se heredaba: "Se
ensañó con quienes quedaban, las mujeres y los niños"
José Castiello, padre de Eugenia, a
sus diez años era el único niño en el campo de concentración de Arnao:
"Soñó con el campo y con la guerra toda la vida"
Le llevaron a él y a sus
hermanas, a pesar de que las mujeres eran minoría en los campos, por
ser familias de guerrilleros republicanos que luego fueron fusilados
"Que se hable de la represión y
sufrimiento de estas mujeres que se quedaron sin hijos, sin padres, sin marido,
sin hermanos, y sin nada"
10/4/19
eldiario.es
José,
a sus 10 años, con su hermana Pilar en el campo de concentración de Arnao. Archivo Familia Castiello
La historia de represión de los Castiello es como
la de muchas familias españolas pero también diferente a otras. Lo es porque el
padre de Eugenia, José María, era, a sus 10 años, el único niño del campo de
concentración franquista de Arnao (Asturias). Le habían enviado ahí desde su
pueblo, Peón, después de haberle dejado solo al cuidado de un abuelo
enfermo. Había estado solo porque meses antes, en 1939, su madre
y hermanas habían ingresado ya en Arnao.
A todos les estaban castigando
y torturando por no confesar dónde estaban sus hermanos, dos guerrilleros
republicanos que huyeron al monte cuando, acabada la Guerra, la
Guardia Civil fue a buscarles a su casa. No confesaban dónde estaban porque
aunque hubieran estado dispuestos no podían, ya que no lo sabían: un modo
típico de los guerrilleros para preservar la seguridad de las familias era no
contarles dónde se escondían. En el campo permanecieron hasta 1942.
Desde hace pocos años es
Eugenia la que se encarga de reimprimir las ediciones que se venden en
librerías de Asturias. A su padre su estado de salud ya no se lo permite. Ahora
ella insiste "en que se hable de la represión y sufrimiento de estas
mujeres que se quedaron sin hijos, sin padres, sin marido, sin hermanos, y sin
nada. Se ensañaron con ellas y con los niños, los que se quedaron, para hacer
sufrir a los huidos y que cantasen. Una vez sacaron a mis tías a rastras de
casa y les pegaron tal paliza que se les quedaron los hilos de la ropa
incrustados en la piel. Mi abuela les suplicó que pararan pero no lo hicieron
hasta que se desmayaron".
"Nadie está preparado para vivir algo así de niño"
Son historias que Eugenia
lleva oyendo desde la adolescencia: "Mi padre estuvo muchos años sin
querer hablar. Tuvo unas secuelas tremendas y muchos años después tuvo que
recibir tratamiento. Nadie está preparado para vivir algo así de niño. Ellos
simplemente eran madre, hermanas y hermano de guerrillero, no estaban
implicados en nada. Cuando yo ya me hice mayor empecé a oír en casa eso de que
mejor no me significase ni llamase mucho la atención. Seguía habiendo miedo,
sobre todo cuando vivía Franco pero también luego. Así me fui enterando de todo
lo que había pasado".
Sobre el papel, los campos de
concentración estaban destinados solo a hombres. "En la mentalidad
machista y falsamente paternalista de los dirigentes franquistas, las mujeres
no encajaban en los campos de concentración", explicaba Carlos Hernández.
Las mujeres durante la guerra y el franquismo solían ser sometidas a idénticas
torturas en cárceles, pero hubo excepciones como los grupos de Cabra (Córdoba),
y también en Arnao. "A mis tías las pusieron a recoger grijo. Los hombres,
con ese material, construyeron una ferretera". Luego, tal y como cuenta
José Castiello, las reubicaron en la enfermería para oficiales y la cocina.
En el libro de José Castiello,
escrito 75 años después de entrar al campo, hay una detallada descripción de
Arnao: a la derecha, un barracón de madera estancia de los soldados; a la
izquierda, un edificio destinado a los oficiales. Ya dentro, en línea recta, el
primer barracón para hombres. Le separaba del de mujeres por unas alambradas.
Los primeros meses, también le separaban a él, niño de 10 años, de su madre y
hermanas mayores.
También relata un preciso
recuerdo de la rutina de entonces, un crío rodeado de presos comunes: cada
mañana recogían la colchoneta, barrían su espacio y se aseaban
superficialmente, "ya que en el barracón se carecía de agua
corriente". A continuación, formaban filas hasta el lugar donde se izaba
la bandera y, mano en alto, cantaban el Cara al Sol y vivas a Franco.
Después, por desayuno se les daba "una especie de café y un bollo de pan,
todo de la peor calidad". Para comida y cena, "masa caldosa de
garbanzos, lentejas alubias, arroz o patatas. Aparecía enseguida el
hambre".
Tenía un único plato y cuchara
que tenía que servir para todo, incluso para su propia limpieza personal. Los
prisioneros capturaban ranas de un riachuelo que corría desde un pozo y las
comían asadas. De lejos, observaban a los campesinos: "Cualquier persona
que veíamos faenar nos producía cierta nostalgia de libertad". El oficial
jefe, no recuerda si de nombre Félix o Víctor, "con rudeza me dijo que
debería cumplir las normas disciplinarias como cualquier adulto". Era
además "implacable a la hora de reclutar a los detenidos para el trabajo".
Recordaba con especial dolor a un compañero anciano y enfermo que falleció por
la falta de atención.
La
familia Castiello al completo, en su casa de Peón en 1927. Archivo Castiello
Vigilados hasta los 50
Tiempo después, a José María
le juntaron con su madre y hermanas, "y aquella ya fue la época menos
mala". En 1942 les dieron la libertad definitiva, pero "no les
dejaron en paz", continúa narrando Eugenia. Podían irse con la condición
del destierro, es decir, no podían volver a Peón. Eligieron Valladolid porque
otra hija ya estaba desterrada ahí. Años después volvieron a Asturias para
instalarse en Oviedo.
Sus dos tíos ya nunca
volvieron a casa y fueron asesinados junto a otro compañero en 1948 en la playa
de La Franca después de que les delataran, "aguantaron tanto gracias a que
la gente les ayudaban. Queda el consuelo de que serían buenas personas, si tantos
les protegieron".
Mientras, las mujeres y los
niños siguieron haciendo un papel clave: de enlaces. "Si una mujer iba a
lavar, dejaba en una piedra escondido un papelín que les decía dónde ir a
buscar armas, comida, avisar de que les estaban persiguiendo o si alguien se
iba a unir… un niño, si estaba jugando con la pelota, igual. A los hombres les
tenían más controlados y ellas se arriesgaban así".
Hasta que asesinaron a sus
tíos, mientras vivían en Valladolid el régimen les había seguido acosando
para descubrir dónde estaban. Después, como pasó con otros entornos de
represaliados a los que incluso vetaron de empleos, siguió la vigilancia
durante unos años, "cuando vieron que, por la cuenta que les traía, nadie
se metía ya en temas políticos, les dejan por fin en paz. Eran los 50".
"La familia sufrió todo esto pero es que la gente se vuelve triste,
recuerda… mi padre soñó con su tiempo en el campo y con la guerra y posguerra
toda la vida".
No hay comentarios:
Publicar un comentario